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Cartas de amor a un domingo

Un poco de nuestros mayores, una cocina tan elemental que resulta frustrante. La paciencia que tuvieron nuestros abuelos para la vida, que es la que nos falta cuantos más políticos nos pasan

Guillermo Garabito

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Nos ha caído noviembre a traición, cuando menos lo esperábamos. Estábamos a nuestras cosas, a nuestras luces –con el horario de verano– y ahora nos hemos quedado a oscuras en este valle de lágrimas que va de aquí a marzo. Todo el invierno ante nosotros, ... todo diciembre y enero y después febrero y un termómetro helado. Hace un frío del carajo de repente. Hace Siberia en los Torozos y ya tengo los pies destemplados y no me los quitaré hasta mayo. Para apreciar las mañanas aquí arriba a tres grados hace falta escribir novelas. La luz densa sobre el páramo que no levanta, esa luz «rosa Valladolid» que escribió Sánchez Ferlosio, días que pesan. Aquí no pasan los días, aquí pesan. Y se sacan con esfuerzo cuando ya no queda nadie más para hacerlo. Los habituales del verano ya se han ido, quedamos cuatro para apreciar esta belleza fría. Los días lúcidos del jardín… porque mi jardín está más lúcido ahora que está lleno de Garci, de periodistas que escriben columnas con urgencia para contar sorprendidos en Madrid que aquí no pasa nada. Es decir, que aquí ocurre todo.

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