desde la raya
Solsticio de nada
Imaginad el mundo sin hora para el inicio de las guerras, para la sangre
Nuestro cáncer
Secretos de alcoba
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Iniciar sesiónEl horario de invierno se instala en nuestras vidas en lo que para mí es el día más triste del año, carpetazo definitivo al verano, a la alegría del sol y del agua. Aunque durmamos una hora de balde y mis gatos, que se rigen ... por la luz, dejen de darme la matraca con el desayuno tan temprano, con tanta urgencia.
Este domingo último de octubre el día se hace plomo y la oscuridad se apodera de todo lo que hace nada era luz y alegría, calor en el alma, claridad en los ojos, preludio de invierno.
Vivimos un tiempo de prisas, un tiempo vertiginoso sin tiempo para las pequeñas cosas que de verdad importan, que no computan, que nunca apremian. Aquí, en esta tierra mía, incluso parece que todo va más despacio, que los relojes se paran a la hora del crepúsculo, cuando el cielo es rojo, naranja, violeta, sobre el Duero, y quieren detenerse ahí, en el instante; que el propio río ralentiza su paso bajo el puente como si nunca quisiera desembocar, ser mar. Que los días son más de veinticuatro horas y las horas tienen más de sesenta minutos; minutos eternos, si la vida es eterna en cinco minutos, que lo cantaba Víctor Jara, la guitarra, el verso sin prisa, tan hermoso, el recuerdo para Amanda, la calle mojada, la sonrisa ancha, la lluvia en el pelo. Y ahora llueve y sobreviene el frío y nieva en la sierra.
Los relojes atrasan una hora su devenir, prolongan la espera del amanecer, como si una hora de más o de menos no importase. Una hora de nuestras vidas, si fuera la última, la primera, sería acaso un tesoro, cambiaría el curso, el rumbo de tantas historias. La hora en que te vi por primera vez, la del beso primero, la de aquel último que nunca deberían registrar los relojes; el primer brindis, la última copa, que siempre queda por tomar.
Una hora menos. Imaginad el mundo sin hora para el inicio de las guerras, para la sangre. Una hora, apenas unos minutos, suficientes para teñir de negro y dolor la tierra. Horas que alimentan el odio, la sinrazón entre los hombres, que matan al mismo tiempo, si sólo en la muerte tiempo es lo que sobra, es la nada. Una hora de silencio del mundo, silencio total, el inmenso vacío.
Una hora más. Esa hora en la que no nos dijimos tantas cosas sin saber que no habría más horas; ay, si se nos regalase de nuevo; esta hora misma en la que escribo, que podría volar a cualquier otro tema, ser distinta, más amable, más incisiva, más generosa, más acompañada, no ser. Una hora, cien años de soledad, esta hora que hoy nos roba la luz, los días verdes de la primavera.
Sólo una hora, toda una hora. Solsticio de nada.
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