Desde la raya
En llamas
Yo no sé cómo se cuantifica el dolor de quienes lo pierden todo, aunque en Valencia, como en Zamora, haya víctimas del fuego que no tienen indemnización que los devuelva a la vida
Alto riesgo
Somos campo
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Iniciar sesiónSiento una tremenda impotencia cuando los elementos se desatan y el hombre queda a merced de su furia. Ocurría el jueves, cuando el fuego devoraba en Valencia en apenas una hora dos edificios como si fuesen papel de fumar.
Con los ojos cosidos al televisor, ... recordaba las noches del verano de 2022, cuando dos voraces incendios calcinaban más de 65.000 hectáreas en nuestra hermosa Sierra de La Culebra. La imagen del fuego me devolvía a aquella luz naranja en la noche que iluminaba el horizonte a muchos kilómetros. Aquellas noches junto a los más de dos mil desplazados que llegaban con lo puesto; con la vida pendiente del teléfono para saber si los suyos estaban bien, si habían salvado sus casas, naves, ganado, tierras y cultivos.
Yo no sé cómo se cuantifica el dolor de quienes lo pierden todo, aunque en Valencia, como en Zamora, haya víctimas del fuego que no tienen indemnización que los devuelva a la vida. Aquellos ojos, aquellos silencios, aquella tensa espera, aquellas lágrimas, aquel olor a humo y miedo.
Casi dos años después, la Junta de Castilla y León destina en sus presupuestos 2024 casi 5,5 millones para la lucha contra incendios en la provincia y 2,2 para cuadrillas helitransportadas de su partida de Medio Ambiente. Es curioso que para reparación de daños en la Sierra de La Culebra sólo se destinen 50.000 euros, provenientes de Agricultura y Desarrollo Rural, que nunca secarán los miles, millones de lágrimas, que las gentes derramaron aquel verano maldito.
En un contexto distinto, salvando tantísimas diferencias, pienso en esas víctimas que ven su vida reducida a cenizas. Vecinos desposeídos de todo que han visto sus casas convertidas en un enorme, dantesco, Coloso en Llamas que iluminaba el cielo de Valencia. Una Falla maldita en la ciudad del fuego y la alegría.
Entonces como ahora, con mi corazón al lado de los que lloran a sus muertos y desaparecidos, me quedo con la gran lección de la ciudadanía de a pie, gente de bien, que despliega su amor y solidaridad con las víctimas. Me quedo con el coraje de los bomberos y de quienes luchan contra el fuego. Y pienso que en toda tragedia siempre queda un rescoldo de esperanza, que bajo la carne y el hueso de esta sociedad a veces tan dormida aún late un inmenso corazón en llamas.
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