Pablo Costilludo, la memoria esculpida en piedra
Creador incansable y restaurador delicado, Costilludo dejó en cada obra una huella de La Mancha y de sí mismo: un diálogo entre tradición y modernidad que su familia recoge ahora en un libro como homenaje eterno
Emotivo homenaje póstumo en Consuegra (Toledo) al escultor Pablo Costilludo
Javier Guayerbas
Toledo
Dicen que la ausencia se mide en silencios y en memoria. Pablo Costilludo García-Huertos habría cumplido este 26 de septiembre 71 años. Desde que nos dejó aquel 28 de enero de 2024, su recuerdo habita en cada rincón de Consuegra (Toledo), en cada ... piedra tallada, en cada gesto paciente que convirtió la materia en arte. Quienes lo conocieron hablan de un hombre sereno, de manos fuertes y mirada curiosa, capaz de escuchar lo que la tierra y el barro le susurraban.
Su obra, como la piedra que tantas veces talló, permanece. Nació en Madridejos y echó raíces en Consuegra, donde convirtió la artesanía en una forma de vida y el arte en una manera de mirar el mundo.
Su familia ha querido rendirle homenaje con la publicación de un libro que él mismo coordinó antes de marchar: 'Del barro a la piedra', con textos de Francisco A. Poveda. Un recorrido vital y artístico que muestra cómo, década tras década, la creación de Costilludo fue dialogando con la tierra, la materia y las gentes que lo rodeaban.
Los años 70 lo vieron nacer como escultor con sus inolvidables 'Mujeres manchegas', figuras modeladas en barro rojo que respiraban el alma de aquella España rural. En ellas palpitan los gestos sencillos de la vida cotidiana, las arrugas del tiempo y las manos trabajadas. «Mi obra se ha ido haciendo a partir de lo que me rodeaba, de lo que iba viendo, las gentes, las cosas, lo que podía entender y lo que no», confesaba en vida. Aquellas piezas viajaron pronto más allá del cerro Calderico y de los molinos de viento para llegar a galerías de arte de Madrid, a la calle Almirante, donde el eco de La Mancha encontró nuevos horizontes.
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La experimentación fue siempre su compañera de viaje. En los años 80 descubrió el barro refractario gracias a los hermanos Peño, alfareros de Villafranca de los Caballeros. Con ellos exploró formas que parecían desobedecer a la gravedad: colinas, escaleras, construcciones que ascendían hacia lo imposible. Y poco después llegó la piedra, territorio donde su creatividad alcanzó nuevas alturas. Frente a cada bloque, Costilludo encontraba un reto y un misterio. Los viajes, las lecturas y la observación eran semillas que germinaban en geometrías sobrias, en abstracciones que parecían invocar el silencio y lo eterno.
Su trayectoria se vio acompañada de numerosos reconocimientos, exposiciones y premios. Pero su aportación fue también generosa en el ámbito de la restauración: desde la portada de la ermita del Cristo del Prado en Madridejos hasta la bóveda del siglo XVI en Villanueva de Alcardete, pasando por el pórtico de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Tembleque o la emblemática tumba del conde de Orgaz en Santo Tomé, Toledo. Cada intervención fue una muestra de respeto hacia la memoria patrimonial de la tierra que lo vio nacer.
Pablo Costilludo fue, ante todo, un creador incansable. Sus manos supieron escuchar al barro y a la piedra, arrancándoles voces que nos hablan todavía hoy de lo que somos y de lo que fuimos. Su obra nos recuerda que el arte no muere: se queda anclado en la materia y en la memoria, como él mismo en el corazón de La Mancha.
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