Los partidos nacionales han perdido dos tercios de sus votos en el País Vasco en veinte años

Al PPy al PS Ese les han esfumado casi 400.000 votantes desde 2001, año en el que Nicolás Redondo Terreros y Jaime Mayor Orejase fundieron en un abrazo en el Kursaal de San Sebastián para hacer frente común ante el nacionalismo excluyente del Pacto de Estella. La suma de ambos (580.128 votos, 32 escaños entre los dos) no fue suficiente para destronar a Ibarretxe, pero al menos sirvió para que el constitucionalismo sacara músculo y no desfalleciera ante el atroz hostigamiento de ETA. El PP alcanzó su techo, con 326.000 votos y 19 parlamentarios. El PSE lo haría en 2009, con 318.000 votos y 25 escaños en una Cámara sin la ilegalizada Batasuna, que permitió a Patxi López convertirse en el primer y último lendakari no nacionalista.

Desde entonces, el constitucionalismo vasco está en caída libre . «Y no se recuperará mientras no se dejen de respuestas fáciles como esto del galleguismo, o lo del foralismo que pretendían Alfonso Alonso y Sémper, o eso de la moderación que le reclaman con insistencia a Casado. ¡Pero si los vascos creen que el fuero es propiedad del PNV!», observa Joseba Arregi, uno de los intelectuales que mejor combate al nacionalismo tras salir de él.

En el caso de los populares, que el domingo se presentaron en coalición con Ciudadanos, hay que retroceder a su refundación en 1990 para dar con un resultado tan magro: seis parlamentarios. Aunque entonces la Cámara de Vitoria tenía 60 escaños y hoy tiene 75. El PP es hoy una organización rota y huérfana de liderazgos entre unos cuadros escuálidos. A esas carencias internas se le suma la incapacidad de articular un discurso atractivo hacia fuera que frene el trasvase de votos a un PNV que sigue captando a su votante conservador.

Tampoco los socialistas están mucho mejor , aunque disimulen. Hace cuatro años Podemos le quitó la mitad de sus votantes pero no han vuelto, sino que se han ido a Bildu. Sus 10 escaños, uno más que en 2016, demuestran que no rentabilizan su presencia en La Moncloa ni mucho menos en los gobiernos de las principales instituciones vascas. Su función es sujetar al PNV para que no se eche al monte, según el resumen conformista que ha hecho en la campaña la líder socialista, Idoia Mendia. «Se ha perdido la vocación de sustituir al nacionalismo. Pero todo se pervierte, al PNV se le ha dado un trato de privilegio y está ahora en posición monopolística», señala Nicolás Redondo Terreros. El reto, constata el histórico socialista vasco, es movilizar al electorado sin la tensión y el dramatismo que los constitucionalistas vivieron durante cuarenta años con ETA. Y más hoy, con un 47% de abstención. «Solo con la épica no se gana. No lo hemos logrado ni en el País Vasco ni en Cataluña. Debemos buscar discursos que convenzan pero es difícil porque el poder lo ejerce de manera absolutista el nacionalismo y asfixia todas las posibilidades de oposición del espacio público, los medios o hasta el fútbol», lamenta el exlíder del PSE.

Entre los factores que confluyen para explicar este descalabro político y social, el más importante es el final del terrorismo y la desaparición de esa épica de la resistencia que alentó al PSOE y al PP mientras ETA les mataba. Hoy los vascos han pasado la página de ese oscuro capítulo, los jóvenes no saben ni quién fue Miguel Ángel Blanco y las referencias a la lucha de la libertad o a las víctimas han sido borradas de los discursos electorales. La memoria de la violencia es, de hecho, un estorbo. Así se le ha etiquetado al PP como un partido incapaz de resituarse en el escenario sin ETA y a Carlos Iturgaiz como candidato «del pasado». En cambio, Bildu es considerada por muchos una coalición jovial, aunque el rostro de Arnaldo Otegui siga ahí para recordarnos a todos de dónde venimos y hacia donde vamos. ¿Pero a quien puede extrañar que Bildu obtenga hoy 250.000 votos si en 1998, con cuatro concejales del PP y UPN asesinados solo en ese año, Otegui cosechó 224.000 apoyos? Hoy la vieja Batasuna es un potencial socio del Gobierno de Sánchez.

«Siempre ha habido un porcentaje perverso que apoyaba a los que mataban al adversario político», recuerda Rosa Díez. «Pero no se ha hecho pedagogía democrática, en constitucionalismo vive acomplejado frente al nacionalismo y ahora el Gobierno de España y mucho prescriptor de opinión tratan a Bildu como un partido más», denuncia la exconsejera vasca del PSE y fundadora de UPyD. Edurne Uriarte , catedrática de Políticas y hoy en el PP, apuntaba el viernes en estas páginas a otra razón de fondo: «Si el constitucionalismo está fracasando en el País Vasco es porque se ha dejado condicionar por el discurso nacionalista sobre la radicalidad, porque está construyendo su imagen y sus mensajes a partir de la definición del adversario». Donde dices «español», significa «radical». «O eres nacionalista, y, por lo tanto, amante de tu tierra, o eres un español, que no ama ni defiende el País Vasco», resume Uriarte.

Jaime Mayor Oreja es pesimista y mantiene que el retroceso de los partidos nacionales «está en la lógica de aquel proceso negociador de Zapatero y ETA que buscaba un orden social, territorial y moral diferente. Bildu ya es la alternativa de gobierno. El movimiento es irreversible». Díez suscribe que hoy Sánchez ha recuperado la idea de hacer una «segunda Transición» pactada con los nacionalistas y dejando atrás al centro-derecha, legitimando a PNVy ahora a Bildu.

Pero la mayoría de los observadores sitúa el pecado original en el trato privilegiado al PNV desde La Moncloa. Una ventaja que ha permitido al PNV erigirse en el primer y casi único defensor de lo vasco. Lo explica mejor que nadie Antonio Rivera, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV. «Desde Suárez hay un intento de generar una paz social en una región que era problemática desde la Transición. Para el gobernante español, lo único importante es apaciguar, que el País Vasco no genere demasiados problemas», apunta. Se engorda al PNV, se le da dinero o competencias y así se va fortaleciendo el mito de gestor de los intereses colectivos vascos. «Se establece en Madrid una relación continua y tranquila con el PNV, el partido referencial vasco. Es el viejo modelo clientelar y caciquil de la Restauración, el que se encarga de traer beneficios de Madrid», glosa el exviceconsejero de Cultura con Patxi López.

Así es difícil competir. El PNV es para el electorado vasco una opción fiable en el que invertir el voto porque genera dividendos garantizados (a costa de las arcas del Estado) y además sin mucho riesgo porque ejerce de nacionalista cauto frente a los catalanes. Esto hace que el sector conservador no nacionalista encuentre refugio en el PNV. «Mientras no cuestiona su visión de España, mientras no se eche al monte, le pueden seguir votando», remarca Rivera aludiendo al efecto sedante de Iñigo Urkullu quien juega con maestría a la carta de la estabilidad y la moderación. El PNV mantiene así al nacionalismo anestesiado, lejos de los planes rupturistas de Ibarretxe y de los catalanes. El 80% de los vascos declaran vivir a gusto, en una sociedad que disfruta de altas cotas de bienestar, gracias a un régimen económico histórico y privilegiado.

Yesa atención preferente al PNV contrasta con el trato que reciben PP vasco y PSE como «sucursales», o así se ven ellos. El último fue Alfonso Alonso, cesado por Génova antes de las elecciones. Él «puenteó» antes a Arantza Quiroga organizando una comida a sus espaldas entre la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y Andoni Ortuzar. En el PSE aún se quejan de que Zapatero regaló a Urkullu, en la oposición, el traspaso de las políticas activas de empleo porque necesitaba aprobar los Presupuestos con el PNV. Patxi López duró tres años y medio como lendakari.