El niño que vistió 50 años el uniforme de la Guardia Civil... y fue feliz
Manuel Peláez es el guardia civil que más tiempo ha vestido el uniforme, nada menos que medio siglo. Durante 44 años ha estado destinado en el GAR, del que es fundador. El lunes se jubiló. Es, por tanto, historia viva de la Benemérita
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Iniciar sesiónLa vida de Manuel Peláez quedó marcada para siempre el 21 de junio de 1971, con solo 14 años. Ese día, su padre, un guardia civil destinado en una modesta casa cuartel de Zamora, murió de un infarto fulminante. La familia quedó en una situación ... económica muy precaria y la única salida posible para el chico era ingresar en el Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro (Madrid). Había un problema; no cumplía los 15, edad mínima para poder ingresar, hasta el 27 de diciembre. Se tuvo que pedir una gracia especial para que fuera admitido –de lo contrario hubiera perdido un año, con lo que eso suponía de penosidad añadida para la familia– y hubo
suerte; la respuesta fue afirmativa...
El lunes, el guardia civil de primera Manuel Peláez, simplemente Peláez en el Instituto Armado, se jubiló al cumplir 65 años tras 50 y cuatro meses de servicio, los 44 últimos en el GAR, antiguo Grupo Antiterrorista Rural, hoy Grupo de Acción Rural. Es, por tanto, no solo historia viva de esa unidad gloriosa, sino también la persona que más tiempo ha vestido el uniforme de la Guardia Civil... Se fue, confiesa a ABC , «con la pena que supone el retiro» pero con el reconocimiento y cariño de sus jefes y compañeros: «Yo seré del GAR por los siglos de los siglos, he sido feliz», asegura; y lo dice en serio, porque ha dejado escrito que cuando muera quiere ser enterrado con su uniforme de siempre y una bandera de España que cubra el féretro. Tiene hasta su epitafio: «Lo quería todo el mundo» . Además, es cierto.
«Con 14 años era un chico delgaducho, con las piernas muy finas. .. El 13 de septiembre de 1971 mi madre me dejó en la puerta del antiguo colegio de Valdemoro, con mi maleta de cartón. Aquello imponía, más a mi edad, pero no lloré; entré sin rechistar... Aquello me hizo duro, aunque también soy muy sentimental. Lo pasé mal con los de las promociones anteriores, sufrí novatadas, pero lo superé. Y los compañeros de la 56 promoción, en la que yo era el ‘pequeñín’, se convirtieron en mi nueva familia».
Promoción especial
La 56 promoción del Colegio de Guardias Jóvenes fue, en verdad, especial. «La entonces Princesa Sofía entregó la Bandera al centro el día que nosotros juramos, en junio de 1974. Y cuando hicimos las bodas de plata también asistió, entonces como Reina. Además, estoy yo», remacha entre risas. La juventud de Peláez hizo que tras acabar el colegio quedase allí como agregado hasta el 27 de diciembre de ese año, y ya en enero de 1975 fue destinado a la Móvil de La Rioja, con base en Logroño. Ya nunca se movió de allí.
Sobre ETA: «En 1978 la banda ya daba muy fuerte, con emboscadas en los montes»
Como a tantos guardias civiles, los asesinos de ETA marcaron su trayectoria. En aquellos años duros, en La Rioja se sentía muy de cerca los zarpazos del terrorismo y Peláez veía cómo un día sí y otro también sus compañeros caían bajo el fuego cobarde de los etarras. «En 1978 la banda ya daba muy fuerte, con emboscadas en los montes . La Dirección General ordenó a mi capitán, Miguel Astrain, elegir un grupo de gente para hacer un curso de guerra de guerrillas en la Escuela de Montaña de Jaca, con profesores del Instituto Armado y de las COE del Ejército». Peláez se apuntó de inmediato y allí se formó durante cuatro meses, hasta abril. «Junto con el día que salí de guardia civil del colegio, fue el momento más feliz de mi vida profesional... He tenido suerte, lo llevo en la sangre y hemos ayudado a muchos, ciudadanos de la calle y compañeros. ‘Está el GAR, hoy podemos dormir tranquilos’ les oía decir cuando llegábamos a un cuartel del País Vasco... Es lo más; de las mejores unidades del mundo», dice con orgullo.
En agosto de ese mismo año hubo otro hito. El entonces director general de la Guardia Civil, general Antonio Ibáñez Freire, asistió a un ejercicio, con fuego real, de aquellos 30 pioneros. Entusiasmado por lo que vio, ordenó reclutar a 400 hombres para recibir el mismo adiestramiento en Argamasilla de Alba (Ciudad Real). Peláez y el resto de sus compañeros fueron designados instructores. Hoy se calificaría esa decisión de buena gestión del talento; entonces se trataba solo sacar el mayor partido de los pocos medios disponibles en una España en plena crisis económica.
La cobardía de ETA
Pero de nuevo ETA se volvió a cruzar en el camino de Peláez. Cuando llevaban tres meses de cursillo, el 1 de febrero de 1980 seis guardias civiles fueron vilmente asesinados en Ispaster (Vizcaya), tras ser sorprendidos por terroristas armados con cetme desde los dos flancos, en una perfecta emboscada propia de una guerra de guerrillas. «La Dirección nos ordenó levantar de inmediato el campamento para desplegarnos en el País Vasco ; la primera compañía, en la localidad vizcaína de Munguía y luego en Guipúzcoa, Navarra y Vitoria». Se habían creado los GAR, al principio Unidad Antiterrorista Rural.. . «Nunca, hasta el lunes por jubilación, abandoné mi destino».
Sus 44 años en el GAR dan para mucho. Al despedirse de él, el coronel Cubel jefe de la Zona de La Rioja y amigo, al que tuvo como teniente, «me pidió que escribiera lo que he vivido antes de que él se marchara y me regaló una libreta». «Mi coronel, menudo compromiso», le respondió, con la misma timidez y modestia con la que contesta a las preguntas de ABC.
Peláez, claro, ha vivido mucho. Ha tenido días de enorme emoción, como cuando sus compañeros de Información, el GAR y la Unidad Especial de Intervención sacaron de la tumba a José Antonio Ortega Lara, tras una madrugada angustiosa en Mondragón. « Yo solo fui testigo, porque fui como conductor de mi jefe, así que no tengo mérito en eso, pero sí orgullo de la Guardia Civil». También, claro, hubo días de tristeza atroz, como el 11 de noviembre de 1978 cuando su íntimo amigo, el guardia Leucio Revilla, murió junto al cabo José Rodríguez de la Lama al ser alcanzado su Land Rover por una bomba que estalló a su paso por Ezkio, en Guipúzcoa. Segundos antes había pasado por el lugar un primer vehículo de la Benemérita, que salió indemne de milagro. Hubo además un herido muy grave. «Era de Zamora, como yo, y veraneábamos juntos».
Él mismo, apenas un año antes, se había librado de otro atentado. Con varios compañeros, subió al monasterio de Aránzazu, en Oñate, en dos vehículos: «Íbamos siempre separados unos metros, para que en caso de bomba solo cazaran a los de un coche. Cuando nos fuimos nos dio el relevo otro Land Rover, éste del puesto. Los etarras hicieron estallar una bomba a su paso y murieron tres guardias».
Peláez ha sabido convivir con el miedo, pero sabe lo que es sufrirlo: «En los 80 lo tenías en muchos momentos. En mi caso, de forma especial cuando circulábamos por las carreteras del País Vasco , al ver una cuneta debajo de un puentecillo... Sentía un escalofrío porque temía un ataque en cualquier momento. Pero en el Norte el peligro era constante, aunque ETA prefería evitar al GAR y no hemos tenido tantos muertos como otras unidades».
Testigo directo
Siempre como conductor del jefe de turno, este hombre ha sido testigo de muchas de las operaciones más importantes contra la banda. De todos y cada uno de sus mandos guarda un gran recuerdo. Del actual, el coronel Javier Molano, por supuesto; pero también del inolvidable teniente coronel Jesús Galloso, además amigo personal, muerto por el virus asesino el 20 de marzo de 2020. Con 64 años, un día le dijo que quería premiarle por su trayectoria: «Tienes el récord de vestir el uniforme de la Guardia Civil. Te voy a hacer un regalo; enviarte a la Embajada de España en Nicaragua », le dijo un buen día. Siete años antes ya había prestado servicio en la de Colombia, en aquella ocasión por antigüedad.
«Mi coronel, qué c... hago yo allí, le respondí . Pero me envió igual. Cuando llegué, lo primero que dije a mis compañeros fue que no soy ningún abuelo, que a mi se me trataba como a todo el mundo. La verdad es que estoy muy bien físicamente, hago de todo. Volví de allí el 3 de octubre, y ahora me toca el inevitable retiro».
Nunca ha querido ascender, y si es guardia civil de primera es porque es una decisión discrecional del mando. Hay una explicación: «No quería que mi familia tuviera que vivir lo que yo de niño, cuando mi padre cambiaba de destino cada poco tiempo y perdía a mis amigos». Este «general de la tropa», como se define entre risas, no tiene galones pero ha podido aconsejar a muchos jóvenes tenientes, hoy generales en lo más alto del escalafón. «No es que sea muy listo –dice–; es que me han pasado muchas cosas».
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