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La defensa de los símbolos nacionales: ¿por qué España es una excepción?

Este capítulo es la última entrega de las sugerencias de ABC a los partidos políticos de cara a las generales

ESTEBAN VILLAREJO

«Sana envidia». Ese es el sentimiento experimentado por los españoles tra s escuchar la reacción del pueblo francés a los atentados de París. Sí, escuchar, porque, ya sean aficionados de la selección francesa de fútbol que evacuan el estadio Saint-Denis, estudiantes a las puertas de La Sorbona (otrora templo de la rebeldía) o los propios diputados y senadores de la Asamblea Nacional, todos entonaron de modo espontáneo, como si de un ritual tribal se tratase, la Marsellesa: «Allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé!...». Ahí comienza la Francia que siempre une.

¿Y España? ¿Por qué nos empeñamos en resaltar aquello menor que nos separa de lo central que nos une? Pitadas como las protagonizadas en los Barça-Athletic de las finales de la Copa del Rey (2012 y 2015) han devuelto los últimos años a la agenda política la necesidad de preservar símbolos nacionales (himno, bandera o escudo), aunque al final cualquier legislación queda en agua de borrajas. Definitivamente, España en el contexto de países de su entorno es una excepción a la hora de proteger esos símbolos.

Partamos de un indicador sobre el estado de la cuestión: el orgullo de «patria» o españolidad, un término o concepto en desuso por nuestros políticos en sus programas electorales o intervenciones. Los ciudadanos, en general, son buen reflejo de esa dejadez. Según una encuesta elaborada por el CIS –y encargada por el Instituto Español de Estudios Estratégicos– desciende el número de españoles que se sienten muy orgullosos de su nacionalidad española (46,5 por ciento en 2005; 39,1 por ciento en 2013) y aumentan los que están o bien poco orgullosos (6,9 por ciento en 2005; 13,1 por ciento en 2013) o nada orgullosos (5 por ciento en 2005; 8,7 por ciento en 2013). Obviamente, los casos de corrupción han contribuido los últimos años a que los encuestados se declaren más desencantados con su pertenencia a España.

Esperanza

Sin embargo, también hay un rayo para la esperanza, aunque solo sea al grito de ¡goooool! o el popularizado canto deportivo de «yo soy español, español, español...». Y es que los logros deportivos colectivos e individuales de la última década han despojado a una nueva generación de españoles del complejo de exhibir, con orgullo, la bandera española: «Tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas», tal y como reza el artículo 4 de la Constitución Española.

En la necesaria defensa de los símbolos nacionales hay que seguir haciendo pedagogía a todos los niveles . También en el educativo, donde cada vez más las competencias autonómicas se empeñan en resaltar aquello que nos separa, cuando no, de un plumazo, tratan de falsear la Historia compartida en un Estado –España– con 523 años de recorrido común. Muy pocos países en Europa pueden remontarse a esos periodos fundacionales.

«Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido. El día que deje de intentarlo, volverá a ser la vanguardia del mundo». Esta frase atribuida a Otto von Bismarck es frecuentemente empleada para explicar el proceso degenerativo de España como nación, que algunos historiadores atribuyen a las guerras civiles del carlismo y luego la cainita historia del siglo XX hasta la restauración de la Monarquía. Paradójicamente, el momento de exaltación nacional surgió ante un enemigo exterior, la Francia de Napoleón, la de la Marsellesa.

La defensa del himno y la bandera, como símbolos nacionales, aún es una asignatura pendiente en España. ¿Cómo impulsar un patriotismo moderno y sin complejos alejado del viejo cliché? He ahí uno de los desafíos para el nuevo Gobierno.

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