Berlín, nido de espías

TEXTO Y FOTOS: FERNANDO MARTÍNEZ LAÍNEZ ESCRITOR

El «Check Point Charlie» era el más importante de los pasos fronterizos entre las dos partes de la ciudad

Reducida a escombros en la II Guerra Mundial, Berlín ha sabido renacer de sus cenizas y es hoy una de las capitales más dinámicas de Europa. Una moderna urbe reconstruida y una asombrosa síntesis de estilos arquitectónicos y urbanismo avanzados, con una red de transportes ... públicos modélica. Marcada por un destino que la convirtió en escenario principal de las dos ideologías totalitarias más importantes del siglo XX -nazismo y comunismo-, durante 28 años fue una ciudad dividida por un Muro, algo que tardará tiempo en olvidarse. Berlín-Oeste quedó reducida a una isla y un puesto avanzado de 480 kilómetros cuadrados y 2,5 millones de habitantes en el corazón del Telón de Acero, mientras Berlin-Este sobrevivía en su triste papel de trinchera de dos mundos.

Dada su estratégica situación en el corazón de Alemania del Este, era inevitable que la ciudad se transformara en un nido de espionaje. Desde 1945, Berlín fue un hormiguero de espías, una encrucijada de compraventa de secretos con miles de agentes a la sombra del Muro. Durante mucho tiempo, los espías formaron parte de la historia berlinesa, le imprimieron carácter y le proporcionaron un halo especial que quedó reflejado en multitud de novelas y películas. El espionaje en Berlín forma ya parte de sus señas de identidad pretéritas; unos rastros que van camino de olvidarse pronto, degradados en pacotilla turística que se vende en las tiendas de «souvenirs».

De toda esa actividad sólo queda la evocación. Una memoria que, en definitiva, dice o recuerda cosas distintas a cada uno de los que, de un modo u otro, participaron como vencedores o vencidos en el gran drama colectivo de la división europea y alemana. Dieciocho años después de la caída del Muro, los vestigios de la Alemania comunista aún despiertan cierto interés morboso, pero sólo como atracción turística y sensación de haber estado «allí», en el sitio exacto donde alguna vez estuvo a punto de iniciarse la III Guerra Mundial.

La Puerta de Brandenburgo, con su imponente severidad, vuelve a ser hoy el centro neurálgico del Berlín. En sus aledaños, las embajadas de las cuatro antiguas potencias ocupantes (Rusia, Reino Unido, EE.UU. y Francia) siguen ostentando su presencia, muy cercanas entre sí, como si quisieran demostrar que los viejos tiempos se han olvidado, pero no tanto. La CIA, el KGB (antes NKVD), el SIS británico, la Stasi germano-oriental y el BND del Oeste que dirigía Reinhard Gehlen, el «General Gris», fueron los principales antagonistas en la batalla de espías de Berlín, y sus huellas son todavía visibles.

Apenas terminada la guerra, los espías británicos operaban desde la plaza Fehrbelliner; luego el Servicio de Inteligencia Británico estableció en 1946 su estación local en el Estadio Olímpico, que albergó los Juegos de 1936 y la final del Mundial de Fútbol 2006. Los «James Bond» de turno operaban tras la fachada de un organismo del Departamento Político de la Comisión Británica de Control para Alemania.

No fueron los únicos en utilizar edificios públicos para tareas de guerra secreta. El NKVD ocupó el hospital San Antonius en Karlhorst, mientras el GRU (espionaje militar soviético) lo hacía en un bloque de casas de Wünsdorf. En el barrio de Karlhorst se instaló también el Cuartel General de las fuerzas de ocupación soviéticas, en un inmenso complejo de 150 hectáreas que fue Escuela de Ingenieros del Ejército alemán. En cuanto a los norteamericanos, utilizaron el Instituto de física Kaiser Wilhelm, antes de trasladarse a otro edificio en la Clay Alle.

En Normanenstrasse, 22, distrito de Tempelhof, estaba la central de la Stasi de la República Democrática Alemana o Alemania Oriental, cuyo lema -«Estamos en todas partes»- expresa a la perfección la amplitud de su poder. Creada según el modelo de la checa soviética, la sede de esta temible organización estaba instalada en torno a una antigua cárcel, en un gran complejo de ocho hectáreas en el que trabajaban 20.000 personas. La Stasi actuaba como policía secreta político-social y servicio de contraespionaje, además de vigilar las fronteras. Contaba con más de 91.000 miembros y unos 200.0000 informantes y colaboradores eventuales. Sus ojos y oídos llegaban a cada barrio, cada calle, cada vivienda. La Stasi controlaba también un servicio de espionaje exterior (HVA) dirigido desde 1957 a 1986 por Markus Wolf, maestro de espías en quien, al parecer, se inspiró John Le Carre para algunas de sus novelas, aunque lo haya negado siempre.

Memorias de la Stasi

En el 38 de Mauerstrasse, en el centro, a poca distancia del cruce de la Wilhelmstrasse con la Unter den Linden, funciona el Centro de Información y Documentación de los archivos conservados de la Stasi. El fichero dedicado al espionaje exterior, que contenía datos sobre todos los colaboradores en el extranjero (34 millones de páginas) cayó en manos de la CIA, que lo devolvió en 2003 a Alemania, después de copiarlo y expurgarlo convenientemente.

El punto de control (Check Point) «Charlie», en la Friedrichstrasse, era el más importante de los siete pasos fronterizos entre las dos partes de la ciudad. Sólo se conserva una garita blanca reconstruida y convertida en atracción turística. El lugar recuerda a una pequeña romería en la que se venden banderines, chapas, medallas, gorros, monedas y demás parafernalia de la Guerra Fría; y hay quien se gana la vida, disfrazado de oficial soviético o norteamericano, dejándose retratar por los turistas en plan figurante de película guerrera.

Junto al control Charlie se levanta un Museo privado de la historia del Muro y sus secuelas. Se trata también de un buen negocio a juzgar por el número de visitantes que lo abarrotan, previo pago de diez euros persona. La Guerra Fría, por lo que se ve, sigue dando dinero a quien sabe explotarla.

Muy próximo al famoso control, en el 124 de Friedrichstrasse, está el Hostal Adler, un antiguo «hotel de espías» y un buen observatorio del Berlín Este, donde tuvieron lugar muchas entrevistas discretas entre agentes de distintos bandos.

En la esquina de la Kurfürstendamm y la Uhlandstrasse estaba la Casa de Francia. Allí, el 20 de julio de 1954, el jefe del contraespionaje de Alemania Occidental, Otto John, tenía previsto entrevistarse con un agente británico. Una cita a la que nunca llegó porque John, quizás borracho y drogado, fue conducido ese mismo día al hospital de la Caridad, situado en el lado germano-oriental del Muro, antes de ser trasladado al cuartel general soviético en Karlhorst. Deserción o secuestro, nunca se ha sabido con seguridad, porque John, que había trabajado para el SIS, se «escapó» de la R.D.A. y regresó poco después a Alemania Oeste, donde fue juzgado por traición y condenado a 4 años de prisión.

A la vera del Muro

Inevitable en cualquier viaje por la memoria del Berlín dividido es el Muro que partía la ciudad. Construido en 1961, zigzagueaba toda la capital y unas 800 personas murieron al intentar cruzarlo. Felizmente derribado, hoy sólo siguen en pie algunos tramos. El mayor, de 1,3 kilómetros, a orillas del río Spree, es el denominado East Side Gallery, en Mühlenstrasse 24-26, aunque quedan también restos en las cercanías de Checkpoint Charlie y del Bundespress (Centro de Prensa), cerca del remozado Parlamento (Bundestag). En los números 4 y 6 de Schenellerstrasse estaba la sede del contraespionaje militar de la Stasi; y en el 13 de la Tschaikovskistrasse, en Berlín-Pankow, la Oficina para la Investigación Nuclear (H.A.6), el departamento secreto que protegía las industrias de armamento de la R.D.A.

En una de las arterias urbanas más castigadas de Berlín durante la contienda se levanta la estación de metro y ferrocarril urbano de Friedrichstrasse. Un sitio de referencia ligado a la épica del Muro y la Guerra Fría, centro de una zona de restaurantes y teatros como el mítico Berliner Ensamble, donde Berthold Brecht representó sus obras más famosas.

Friedrichstrasse era el paso fronterizo más utilizado por los berlineses. Quedaba dentro de Berlín Este, y cuando llegaban los trenes de la parte occidental los pasajeros debían pasar un férreo control aduanero en un edificio anexo que, por las dolorosas despedidas, recibió el triste nombre de Palacio de las Lágrimas. Hoy, además de seguir siendo un centro principal del transporte urbano berlinés, la estación dispone un amplio espacio ocupado por una galería comercial.

Un lugar relacionado con procesos y oscuras causas en los tiempos de la Guerra Fría es el distrito de Moabit, en la ribera norte del Spree, entre los canales y el puerto fluvial de Westhafen. Barrio tradicional de cárceles y tribunales, se ha transformado recientemente en zona residencial. Su edificio más célebre es el Tribunal de lo Criminal, de impresionante arquitectura decimonónica que aún parece esconder muchos secretos entre sus gruesos muros, donde se celebraron los juicios contra los miembros de la banda Baader-Meinhof y estuvo preso el jefe de la Stasi, Erich Mielke, enviado por Stalin a la guerra civil española de 1936 como oficial asesor, que falleció en una clínica de Berlín en mayo de 2000, a la edad de 92 años.

En 1954 el servicio secreto de EE.UU. excavó un túnel de 425 metros desde la parte oeste al otro lado de Berlín, para interceptar las conexiones telefónicas entre la embajada soviética y su cuartel general en Karlhorst. Una notable obra de ingeniería que funcionó desde febrero de 1955 hasta abril de 1956 y cruzaba la demarcación fronteriza al lado de un cementerio. Desde ahí se internaba en el Berlín oriental hasta alcanzar el cableado telefónico bajo la avenida Schönefelder Chausée, en el distrito de Treptow, no lejos del aeropuerto de Schönfeld.

Pura desinformación

Lo que durante mucho tiempo pasó por una hazaña, no lo fue tanto. De acuerdo con las últimas apreciaciones, basadas en archivos de la CIA y el KGB y en testimonios de agentes que intervinieron en la operación, los soviéticos supieron del túnel por el espía doble británico George Blake, incluso antes de que estuviera terminado. Eso hizo que la mayor parte de la información que los norteamericanos recogieron fuera de escaso valor o falsa. Pura desinformación en muchos casos.

En el campo de la ficción, sin embargo, no hay duda de que los vencedores en el espionaje berlinés resultaron ser los británicos. Ellos fueron quienes mejor supieron sacarle partido literario a la embrollada situación de la dividida capital. Sobre todo en las novelas de dos escritores de talla: Len Deighton, con el agente Bernard Samson y su excelente trilogía sobre Berlín, y John Le Carré, que adquirió fama mundial con «El espía que surgió del frío». Una obra de atmósfera alucinante y angustioso realismo, que presenta a los espías como marionetas dolientes manejadas por hilos invisibles. Su personaje muere al intentar cruzar el Muro al norte de la Bernauerstrasse, cerca de Pankow, pero Berlín sobrevivió a su muerte y a la de otros muchos espías. Los secretos de antaño parecen ahora papel mojado y sueños lejanos frente a la persistente realidad de esta ciudad, vencida y ocupada, que aprendió a superar las peores crisis y nunca se resignó a la partición y al ultraje.

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