Un Djokovic impecable se impuso con claridad en el primer set de las semifinales de Roland Garros ante Carlos Alcaraz. Sin embargo, el tenis que respiraba la tierra de la Philippe-Chatrier era de quilates, un duelo de gigantes que tenía en trance ... a la grada parisina, en la que por cierto se encontraban personalidades de la talla de Michael Keaton (actor) o Mike Tyson (boxeador).
Fue en el segundo juego del segundo set cuando el recinto se vino abajo. Tras un brutal intercambio de sartenazos espectaculares, el serbio puso contra las cuerdas al español tras una bola muy larga, a la que el español tenía muy pocas opciones de llegar pues se había acercado a la red para contrarrestar los golpes de su oponente. Fue entonces cuando el de El Palmar sacó varita mágica.
Corrió como un poseso a por la pelota y, totalmente de espaldas, lanzó un golpe sin mirar, pero que fue tan preciso como si lo hubiese hecho en una postura natural. La bola, como un misil, pasó rozando la red y fue directa a la línea, inalcanzable para el balcánico, quien levantó las manos y comenzó a aplaudir a Alcaraz con una sonrisa pícara en su rostro.
Todos los números de la semifinal de Roland Garros entre el español y el serbio
«Carlos, Carlos» fue el cántico que monopolizó la grada mientras el murciano levantaba el puño con rabia por el jugadón que se había marcado, consciente de que se había inventado un punto prácticamente irrepetible.
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