2010, el quinto Roland Garros de Nadal: La venganza ante Soderling

«Rafael vino con la idea clara de recuperar el mando, de ser el número en tierra y de ganar de nuevo en París», recuerda el tío del tenista. Y el reto se convirtió en obsesión. Y la obsesión, en otra edición del torneo apabullante en la que no se dejó ningún set en el camino.

No tuvo ninguna opción el francés Gianni Mina (6-2, 6-2 y 6-2), ni siquiera con el público a su favor, pues Nadal ya empieza a convertirse en hijo pródigo de esta pista. Tampoco Horacio Zeballos, hoy número 1 en dobles, es capaz de perturbar al español (6-2, 6-2 y 6-3) y tampoco Lleyton Hewitt, que sigue sin poder valerse de su mayor experiencia para hacerle siquiera cosquillas al balear (6-3, 6-4 y 6-3). Thomaz Bellucci lo aprieta un poquito más en octavos, pero está lejos de poder ponerse a su altura (6-2, 7-5 y 6-4).

En cuartos le llegó un reto. «Que me lo pongan mañana mismo. Sé como atacarle, le tuve contra las cuerdas en Madrid pero aquí es a cinco sets y será el doble de tiempo. Cada partido es una batalla mental, y en seis veces ha sido superior a mí. Si él fuera indestructible, tomaría el próximo avión y me iría a casa», se confiaba Nicolás Almagro. Y es verdad que lo tuvo de nuevo contra las cuerdas, y con 3-0 de inicio sorprendente, pero la realidad se impuso sobre los ímpetus: 7-6 (2), 7-6 (3) y 6-4. Un fuego apagado un día antes de cumplir los 24 años.

Se plantó en semifinales un Jurgen Melzer que casi nadie esperaba, sobre todo porque en cuartos tuvo a Novak Djokovic enfrente, por quien todos apostaban, y a quien remontó dos sets. Sin embargo, el austriaco demostró, incluso ante Nadal, que se había ganado bien la plaza. Y en la semifinal logró en tres sets (6-2, 6-3 y 7-6 (6)) más juegos de los que le había robado al español en los dos partidos anteriores (6-0 y 6-4 en los cuartos de final de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008; y 6-3 y 6-1 en el Masters de Madrid 2009). Pero ni siquiera así pudo derribar la gran muralla nadaliana. Otro fuego apagado.

Y el destino, el cuadro del torneo y las casualidades crearon una final en la que Nadal se volvería a enfrentar a su único verdugo hasta el momento en esa Philippe Chatrier convertida en espacio de gladiadores: Robin Soderling.

«Rafa había sufrido mucho con las lesiones y llevaba mucho tiempo sin ganar a un top ten; se decían ya muchas cosas. Pero tuvimos la suerte de jugar contra el mismo tenista que nos eliminó el año anterior. Soderling siempre dio problemas, pero esta vez fuimos mejores y nos quedamos con un trofeo muy especial», rememoraba Toni Nadal tras ese 6-4, 6-2 y 6-4 con el que se retomaba el idilio con Roland Garros.

El quinto mordisco a la Copa de los Mosqueteros con el que también se cerraba la herida abierta en los octavos de final de 2009. Soderling, eso sí, ya era parte de la historia del torneo. El único verdugo de Nadal en París hasta esa edición, y hasta muchas otras.