Ciclismo
Bahamontes sólo hay uno
Elegido el mejor escalador de la historia, fue el primer español en ganar un Tour de Francia en 1959, creando una leyenda que ha sobrevivido al paso del tiempo
Muere Federico Bahamontes, el primer español en ganar un Tour de Francia, a los 95 años
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Iniciar sesiónAquel día el calor apretaba en el alto de Orduña. Las cunetas estaban llenas de aficionados. De repente, tras una curva, aparecieron dos ciclistas que pedaleaban de forma agónica. Parecían retorcerse sobre el asfalto mientras empujaban los pedales. Un seguidor, con un pañuelo en la ... cabeza, gritó: «Es Bahamontes». Un clamor surgió del público. Corría el año 1965 y fue la última vez que El Águila de Toledo corrió la Vuelta a España. Quedó el décimo. El que subía a su lado era Raymond Poulidor, el mítico corredor francés que, haciendo honor a su leyenda, quedó segundo en la general. Nadie se acuerda hoy de que el ganador de la ronda de aquel año fue un alemán llamado Rolf Wolfshohl.
Federico Martín Bahamontes puso aquel año el final a su carrera profesional, iniciada en 1954. Tenía 37 años y sus mejores días habían pasado. Fue un ciclista genial, un fantástico escalador y un mal estratega que era incapaz de medir los esfuerzos y correr con regularidad. Falleció ayer en Toledo a los 95 años.
El Águila de Toledo fue el deportista más emblemático de la España de los años 50, de aquel país en el que se fumaba Celtas, el SEAT 600 empezaba a circular por las carreteras, los seriales de radio eran escuchados por millones de personas, las mercancías se repartían en carros tirados por caballos y todavía había lecherías con vacas en las ciudades.
En aquellos tiempos de penuria y aislamiento, sólo había dos referencias a las que el franquismo podía recurrir con orgullo: el Real Madrid y Bahamontes. Pero el significado de sus hazañas era bien distinto. El Real Madrid de Santiago Bernabéu y Di Stefano encarnaba la modernidad. Era un equipo organizado y disciplinado, podríamos decir que cartesiano. El ciclista toledano era la encarnación de las virtudes patrias: la furia, la improvisación, el arrebato pasional.
Una vida plagada de anécdotas: el día que Bahamontes se comió un helado en plena etapa del Tour de Francia
Daniel CebreiroEn su debut en la ronda gala, el español acabó rey de la montaña a pesar de incidentes como el que protagonizó en el col de Romeyere, donde se pasó mucho tiempo esperando al coche de equipo por una avería
Hay un año marcado en el calendario de la vida de Bahamontes: 1959. Fue entonces cuando ganó el Tour de Francia, siendo el primer español en conquistar la gran ronda francesa. Anglade quedó segundo y Anquetil, el gran favorito, tercero. El corredor de Toledo ganó en la cumbre del Puy de Dôme y no desfalleció en las siguientes etapas. Logró encabezar la general en el Parque de los Príncipes. Aquel triunfó le convirtió en un ídolo del franquismo, que no dudó en identificar sus cualidades con el espíritu del régimen del yugo y las flechas.
Anquetil, su gran rival
Jacques Anquetil, seis años más joven que él, fue su gran rival y sólo le pudo batir en aquella ocasión. Era su antítesis: un contrarrelojista frío y cerebral, que llevaba una calculadora en la cabeza. Anquetil fue el primer corredor en vencer en cinco Tours, hazaña luego igualada por Hinault y Miguel Induráin.
Bahamontes ganó, sin embargo, en seis ocasiones el premio de la montaña en el Tour tras haber coronado en primer lugar puertos míticos como el Tourmalet, el Aubisque, el Galibier, Peyresourde o el Aspin.
Alejandro Valverde (@alejanvalverde) y su cariñoso mensaje a la familia de Bahamontes
— Teledeporte (@teledeporte) August 8, 2023
"Hasta su último día ha estado dedicado al 100% al ciclismo" pic.twitter.com/O7TflHIk9d
Un jurado del periódico 'L'Equipe' le eligió como el mejor escalador de la historia. Él aceptó la distinción como algo natural sin privarse de ningunear a Richard Virenque, que había ganado décadas después mas premios de la montaña en la prueba gala que él. «El único escalador que estaba a mi altura era Charly Gaul. Si Virenque es el mejor escalador de la historia, yo soy Napoleón. Gaul sí que era temible», dijo. Fue este corredor luxemburgués, apodado El Angel de la Montaña, quien precisamente había vencido en el Tour precedente al que se adjudicó Bahamontes. Eran rivales, pero se respetaban.
Pese a sus indudables cualidades, Bahamontes no ganó jamás ni la Vuelta, en la que llegó a ser segundo, ni el Giro, en el que tuvo actuaciones muy mediocres. En ambas pruebas, sí logró ser el rey de la montaña y ganó algunas etapas. Pero decepcionó a sus seguidores que esperaban mucho más de él.
Bahamontes había nacido en la localidad toledana de Val de Santo Domingo en 1928 en seno de una familia muy modesta. Su padre trabajaba de peón caminero en los ferrocarriles. Era el mayor de cuatro hermanos, de las cuales tres eran mujeres. Tras emigrar a otro pueblo cercano durante la Guerra Civil, la familia se instaló en Toledo cuando Federico era un adolescente.
Dejó la escuela y empezó a ganarse la vida como repartidor de mercancías en una bicicleta de segunda mano. Por las empinadas cuestas de la ciudad subía con una agilidad pasmosa. Eran tiempos muy difíciles. Su padre le metió de aprendiz de carpintería en el taller de un ebanista, pero en realidad su familia sobrevivía gracias al estraperlo. Su madre compraba víveres y bienes de primera necesidad en Toledo y luego Bahamontes los vendía en los pueblos de la comarca de Torrijos, a los que se desplazaba en su pesada bici.
Debut con 26 años
Un técnico le convenció para que probara en el ciclismo aficionado cuando tenía 18 años. Su primera carrera fue una prueba organizada por Educación y Descanso en la que quedó segundo. En muy poco tiempo, empezó a ganar competiciones y a demostrar que era insuperable cuando la carretera se empinaba. Fue en 1954, tras haber cumplido 26 años, cuando debutó profesionalmente en un equipo patrocinado por una marca de balanzas. Ya había ganado la Vuelta a Ávila, se había casado con Fermina Aguilar y había cosechado triunfos en las pruebas de un día, incluyendo el campeonato de España.
Su determinación jugo un decisivo papel en su vida, ya que el reconocimiento médico de la Federación Española de Ciclismo para concederle la licencia fue negativo. La conclusión era que «no era apto» para este deporte al haber sufrido unas fiebres tifoideas y una insuficiencia torácica. El dictamen no era vinculante y Bahamontes asumió toda la responsabilidad de subirse a la bicicleta.
Pesaba entonces unos 65 kilos, era enjuto y musculoso y tenía una explosividad que le convertía en un enemigo temible, pero era también orgulloso y excéntrico y muy poco disciplinado. Tuvo problemas con muchos directores de equipo que acabaron de hartarse de sus veleidades. Su carácter queda definido por aquella etapa en el Tour de 1954 en la que se detuvo tras coronar el puerto de la Romayere. Llevaba 14 minutos de ventaja al pelotón, pero había sufrido una avería en el radio de una rueda. Ni corto ni perezoso, Bahamontes se comió un helado de vainilla mientras esperaba en la cima a que llegaran sus perseguidores. Luego se cogió una pájara y llegó a la meta desfallecido, perdiendo todas las opciones para subir al podio. La prensa francesa consideró el gesto como una chulería y un desprecio a sus rivales. Pero la anécdota contribuyó a crear el mito.
Entonces el Tour lo disputaban selecciones nacionales y no equipos. Fue Julián Berrendero en el que le seleccionó junto a otros corredores como el vasco Jesús Loroño, un escalador que tenía un carácter totalmente opuesto al suyo. Ambos se odiaban cordialmente y generaron una rivalidad que evocaba la de Juan Belmonte y Joselito 'El Gallo'. Hay infinitas anécdotas sobre la pugna de ambos, saldada a favor de Bahamontes que nunca reconoció los méritos de su adversario con el que compitió en todas las grandes vueltas.
Amistad con Fausto Coppi
El gran campeón italiano Fausto Coppi, con el que intimó, fue el que le convenció en una cacería en Toledo de que podía ganar el Tour si corría con cabeza y estrategia. Así fue. Años más tarde, en el crepúsculo de su carrera, Bahamontes correría en el Tricofilina Coppi, un equipo para promocionar la marca de brillantina del as transalpino. Ganaba medio millón de pesetas, una cifra astronómica que no justificó.
En el último Tour que disputó, Bahamontes se ocultó tras unos árboles antes de subirse al camión escoba. Siguió corriendo, pero ya era una sombra de lo que fue. Julio Jiménez, el corredor de Ávila, tomó su relevo y pasó a ser el ídolo de la afición. Como nunca perdió el gusanillo del ciclismo, logró patrocinadores para organizar la Vuelta a Toledo. Y abrió un establecimiento para vender bicicletas. Guardaba en un local sus trofeos y los recuerdos de su carrera en la que había sido recibido por Franco y agasajado por el régimen, que le concedió la medalla al Mérito Deportivo.
La vida de Martín Bahamontes se fue apagando lentamente en los últimos años. Hasta el final mantuvo su carácter. Cuando en una ocasión le preguntaron por qué había renunciado a su primer apellido, respondió sin dudarlo: «Porque Bahamontes solo hay uno». Era único y genial. Con su desaparición se va un gran deportista que nos hizo soñar en nuestra infancia. Descanse en paz.
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