Pasión por Roca Rey, la gran figura mundial del toreo: viaje a las entrañas de su Perú natal
«¡Roca, eres el Rey!», coreaban en Acho, convertido en el epicentro de la Fiesta con su primera apuesta frente a seis toros, un acontecimiento que cosechó el hito de más de diez mil abonados y dos históricos 'No hay billetes' en una feria bajo la batuta de Tito Fernández
Primera entrevista de Roca Rey tras su nuevo acuerdo de apoderamiento con Luis Manuel Lozano: «Aunque venga de una casa de empresarios, está fuera del sistema»
Enviada especial a Lima
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Iniciar sesiónEra un domingo por la noche, hace 29 años, cuando Mercedes sintió que Andrés quería asomarse ya el mundo. «Ponían en la tele 'Leyendas de pasión' y dije que me llevaran al hospital rapidito porque yo quería ver a Tristán y el final de la ... película». Lo que entonces ignoraba Mercedes era que estaba a punto de parir a la gran figura mundial del toreo, que su vientre albergaba al torero que marcaría el pulso de esta década. «Mis amigas lo llamaban mi arete, porque iba siempre pegado a mí». Y a ella se abraza en su suite presidencial del Country después de abandonarse con seis toros en su primera apuesta en solitario. Solo ante el peligro y enfocado por las veinticinco pupilas que poblaban los tendidos. A su reclamo se izaron dos históricos carteles de 'No hay billetes', con un reventón absoluto el 2-N. Dos días antes, Roca Rey había agotado, en apenas una hora, las entradas para la gala benéfica por los niños en el Teatro Municipal, la escena donde se vierte sangre artificial, y las agotó también en la arena donde el latido de la muerte es real, donde ceñía el valor a su cintura, donde enganchaba la embestida adelante para rematar detrás de la cadera, allá donde el trazo se torna mar. Profundo. Despacioso. Puro. Salvaje. Con un soberano volapié.
«Mi equipo y yo habíamos preparado la tarde con muchísimo cariño. Celebraba mis diez años de alternativa y era el momento perfecto para hacerlo», contaba una vez culminada su gesta por la puerta grande, ya en su habitación del hotel donde se había enfundado un terno blanco y plata. «Le voy a confesar algo: mientras escuchaba mi música peruana, mientras me ponía el vestido de torero, se me chinaba la piel como nunca. Jamás me había pasado».
Desbordante su emoción y la de los suyos, la de sus padres y sus hermanos, la de los amigos del cole, la de aquel que fantaseaba con conciertos y notas musicales, la de todos los españoles que se habían citado. Se sacudían los miedos después de la encerrona del hijo, del hermano, del amigo, del torero que más admiran. Su fisioterapeuta le había tratado cada una de las lesiones que arrastra y que le obligaron a cortar la temporada española hasta reaparecer un domingo de gloria.
Una hamburguesa con patatas le esperaba sobre la mesa, ya con el hambre apretando. El almuerzo, antes de torear, había seguido un ritual: una tortilla de tres claras y dos yemas, dos tostadas con aceite, tomate y pavo y esa fruta que en Perú sabe a pecado en el paraíso: fresas, papaya y piña. Desde el señorial distrito de San Isidro se dirigió al barrio del Rímac –reverso exacto al del hotel– escoltado por cuatro motos y un coche de policía. Era la única manera de llegar a tiempo en una ciudad donde los atascos van a paso de solemne procesión. Como la del Señor de los Milagros, patrón de esta feria, un éxito sin precedentes de la mano de Tito Fernández, un empresario que se autoproclama activista taurino y que ha erigido Lima en el epicentro del invierno, con más de veinte toros españoles que volaron hasta la capital peruana, a un precio de siete mil euros cada 'pasaje' en la bodega dentro de un cajón. Los tendidos de esta América taurina, como en España, son el espejo del saludable momento en la taquilla. Sin embargo, en Perú escasean las ganaderías y no quedó otra que traerlas desde Salamanca y Cádiz, con Cuvillo como divisa triunfadora mientras para Domingo Hernández, con la suerte esquiva y devoluciones por mansos, sonaban las matracas en el sol.
Largas eran las colas en las calles. Se sucedían los atascos de coches y autobuses en cada cuadra, en esas avenidas y redondas, tapiz de impaciencia colectiva. En las puertas del Congreso, los manifestantes se agolpaban dos lunas antes. En el batallón de asalto, dos mujeres asomaban uniformadas como guardianas del orden. Y en el puente que comunica con Acho aireaban ropa a la venta. Ya en los alrededores de la bellísima plaza –cuidada al máximo–, los reventas no ofrecían entradas: «¡Compro boletos, compro boletos!», repetían. Porque no había una sola localidad para ver a Roca Rey y sabían que cualquier entrada la revenderían a precio de pieza del Museo de Oro. Dentro del recinto, preñado de expectación, volaban los sombreros a 70 dólares y los pendientes de chaquetilla de plata a 270 soles. También, réplicas del Escapulario, ganado el día antes por Sebastián Castella. En los restaurantes de Acho no quedaba ni una mesa disponible: desfilaban los platos de ceviche y hasta de cochinillo a la segoviana. No faltaba el pisco, patrimonio del alma del Perú.
«Roca Rey tiene mucho que ver con el apogeo de la Fiesta en Perú, ha fortalecido el sentir taurino»
Tito Fernández
Empresario
Movían las mandíbulas los aficionados mientras Roca Rey apretaba los dientes camino de la plaza como el guerrero que afila su temple. A las tres y media, hora local, comenzaba la corrida. Tito, José Ignacio, Jesús, Emilio y un lujoso equipo ultimaban cada detalle. Todo estaba a punto para acoger el gran acontecimiento, con la bandera roja y blanca sobre el tejadillo.
Lima era una fiesta que bien podría haber narrado Hemingway. Roca Rey se retaba por primera vez con media docena de toros para devolver a su tierra tanto como le ha dado. Tenía que ser en el sitio de su recreo, en el de las raíces de esa niñez en las que soñaba con ser uno de esos héroes de luces. De crío, Andrés llegaba cada tarde a su casa con el cuerpo colmado de barro: era su manera de emular a aquellos que habían derramado sangre, sudor y lágrimas en los ruedos. Y felicidad, el verdadero trofeo. «Porque eso era lo que le hacía feliz; mi hijo no veía dibujos animados, veía corridas, películas en blanco y negro de Palomo Linares, El Cordobés...». De ese Benítez que lo proclama número uno.
«Mi hijo no veía dibujos, veía películas de toros. Cortaba las hojas del jardín como si fuesen orejas y llegaba lleno de barro a casa»
Merdedes
Madre de Roca Rey
Ese niño barbilampiño, que aún no levantaba un metro del suelo, jugaba al toro en su jardín y cortaba las hojas de las plantas como si fuesen orejas. Despobladas las dejaba, aunque la realidad ha vencido su ensueño: «Soñábamos con que triunfara, porque ser torero era lo que le hacía feliz, pero no creíamos que llegaría a tanto», dice su madre, en una barrera engalanada con el capote de paseo de su hijo, un azul rey con los símbolos del Perú, un manto de lealtad a su país. Rezaba Mercedes a la Guadalupana que custodia su móvil. Toreaba su pequeño, el más chico de los tres hermanos, el que siguió a Fernando y Juan José. «Era el bebé de la casa, todos estábamos locos con él, todos querían cargarlo».
Desde que aprendió a caminar sus pasos se dirigían a Acho, con una afición que había visto en su hermano Fernando, también matador de toros, su apoderado en 2025. «¿Cuándo me vas a soltar una vaca?», repetía al ganadero Rafael Puga. Hasta que le echó una becerra para festejar su séptimo cumpleaños. «Fue su primera vez».
Nueve primaveras después, con 16 años, abandonaría su país natal para forjar su carrera en España. Suspira aún Mercedes cuando lo recuerda. ¿Cómo es su hijo? «Un chico muy bueno y muy cariñoso, un chico normal como los de su edad». ¿Y cómo es ser la madre de Roca Rey? «Qué puedo decir... Todas tenemos un toro delante, todas nos angustiamos y, a la vez, sentimos mucha felicidad por los logros de nuestros hijos, por ver su felicidad». Y eso es lo primero para quien no se atreve a pedir la paz de la retirada, aunque sabe que «un día llegará». Como le llegó a Manoli, la madre de El Juli: «Me llamó el 6 de octubre (de 2023). Ya está, Mercedes».
«Con mi música peruana de fondo, nunca se me había chinado así la piel vistiéndome de torero»
Roca Rey
Torero
Curiosamente, el apoderado de Julián López es ahora el de Roca Rey. ¿Será 2026 el (pen)último toro del Cóndor? «No sé, ahora provoca quedarse un tiempo más. Y ya cuando llegue el momento de irse, el toro, Dios y yo lo diremos. De momento, quiero seguir toreando», tranquiliza a sus partidarios. Y ahonda: «La vida va pasando y lo que pensabas hace diez o quince años va cambiando. Tu mente puede cambiar de un año para otro, de un día para otro». Su propósito: «Quiero hacer lo que pocas veces he podido conseguir, que es disfrutar de mi profesión. Y seguir viviendo con intensidad, sintiendo y disfrutando. No solamente pensando en las metas tan altas que uno se propone y sufriendo hasta conseguirlas, sino viviendo el momento con pasión. Como mi familia me ha enseñado. Y mi profesión, claro». Su familia late en cada sílaba, especialmente su hermano Fernando, al que hizo el brindis más emotivo. «Estoy muy contento por todo lo que ha logrado Andrés», comentaba con orgullo quien ha sido esta temporada su mentor.
Habla el protagonista de la hazaña limeña: «Ha sido un año duro, pero muy bonito y bastante romántico. Cuando tuve que dejar mi tierra, mi hermano Fernando me vio tan triste que me dijo: 'Tranquilo, que vas a regresar', que estaría diez años de matador y volvería». Y esta fue la respuesta de Andrés: «Cuando yo cumpla diez años, y antes de volverme, vamos a pasar una temporada juntos. Y es lo que hemos cumplido». Profesionalmente sus caminos se bifurcan, pero el lazo fraternal permanece inquebrantable. «Hemos cumplido ese sueño que teníamos. Y yo me siento muy completo, muy lleno». Después de su campaña americana, Roca regresará a España: «Amo Perú, pero también amo España, que me ha acogido con cariño. Allí tengo mi casa, mis amigos...».
Culmina una etapa y arranca otra de la mano de Luis Manuel Lozano. ¿Por qué él? «Siempre me ha gustado la libertad. Siento que tiene un pasado bueno como apoderado, que es una persona muy trabajadora, entregada a sus toreros. Tiene experiencia y me gusta. Aunque venga de una casa de empresarios, está fuera del sistema. La libertad y todo lo que pueda hacer un apoderado por sus toreros, sin pensar en el después, es muy importante para mí. Un torero se juega la vida y todos los toreros tienen el derecho de ser libres. Y creo que con Luis Manuel Lozano lo soy».
Toca a la puerta Tomás Páramo, el influencer que es ya parte de su familia. «Andrés es un tío más para mis hijos, lo queremos muchísimo», cuenta. Se sienta a la mesa donde tintinean las copas de champán: «¡Cómo hemos disfrutado!». Su mujer, María García de Jaime, rezaba durante el festejo y no ocultaba sus nervios antes del paseíllo. Enfrente, Marina, la mexicana que ha conquistado el corazón del limeño. La ilusión iluminaba el rostro de Tana Rivera, nieta de Paquirri e hija de Francisco, aunque la tensión trepaba por dentro. «Es un gran torero y una gran persona», decía. Ensalzaban su grandeza y coincidían en su humanidad, en «lo buen chico que es». «Ha estado tremendo», señalaba José Luis Moreno, una opinión que compartían Victorino, Víctor Zabala, Palomares, Renato, Miguel Abellán, Olga Casado... Una voz coral.
«¡Perú, Perú!», clamaban los tendidos cuando pisó el ruedo. Fino como un junco, envuelto en su terno blanco y rodeado de su cuadrilla española –como su inseparables Viruta o Larita, su mozo de espadas– y de la peruana –como Ronald, el banderillero al que jaleaba el granderío–. Sus paisanos le tributaron una lujosa ovación tras el paseíllo y se emocionaron con su toreo, abandonado, sintiéndose como nunca. Como si fuese la última vez... Pero habrá más, aunque difícil será repetir un acontecimiento inolvidable, de tal calibre, con «Perú, siempre contigo» y Perú en el corazón del Cóndor. «¡Roca eres el Rey!», gritaron cuando la música criolla envolvía el ambiente y la juventud alzaba en volandas al ídolo. «¡Ro-ca-Rey-Ro-ca-Rey!», como eco de un domingo para la historia, un eco que reverberará por siempre en las entrañas del Perú.
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