Toros
Enrique Ponce también tuvo un principio: historia de sus rivales
Reportaje
De Juan Pedro Galán, con quien debutó de luces en Baeza, niño prodigio que no cuajó, a Curro Trillo y José Luis Torres, escoltas en el estreno con picadores en Castellón; banderillero jubilado uno, marino mercante en California el otro
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José Luis Ysern Goenechea, ahora marino mercante en California, se acuerda bien del 9 de marzo de 1988 porque «aquella tarde de Castellón era la primera vez que actuaba en una feria importante». «Cuando llegué al patio de cuadrillas y vi a Enrique Ponce, ... me impresionó. Aparte de que era un niño, parecía todavía más niño. Lo que nunca imaginé es que fuera a ser la figura del toreo en la que se ha convertido», reconoce. El relato concuerda con lo que escribió Andrés Amorós en la biografía del maestro de Chiva: «Durante el paseíllo, una señora se levanta de la barrera y dice: '¡Qué cosa más bonita, un niño haciendo el paseíllo con los toreros!'». No exactamente, señora.
Ese miércoles de finales de invierno, Ponce debutaba con picadores ante ganado de Bernardino Píriz. Además de José Luis Torres («Ysern Goenechea no creo que sean apellidos muy taurinos»), abría terna Curro Trillo, que ya controlaba al pipiolo del año anterior en un festejo en la propia Magdalena, donde «le formó un lío gordo a un macaco». «Poseía una sabiduría y una inteligencia increíbles para buscar las vueltas a los animales. Y en el 89 volvimos a torear juntos en Castellón una novillada de Mari Carmen Camacho con Antonio Posada», declara Trillo en un ejercicio de memoria admirable, como si no hubieran transcurrido 35 años.
Lo mismo piensa Juan Pedro Galán, con quien el 10 de agosto de 1986, en Baeza, Ponce se había estrenado de luces mano a mano frente a reses de Jiménez Pasquau. «Yo tenía una espada hecha a medida, él la tenía muy grande y pinchó unas cuantas veces. En el segundo novillo le dejé la espada y lo mató», asegura. Al cabo de los años, en Madrid y con caballos, «corté una oreja y su lote no sirvió mucho. A mi cuadrilla le comenté: 'Cuidado con este, que es una cabeza privilegiada'. Lo vi desde el minuto uno y sabía que iba a ser un grande».
Enrique Ponce, el de las más de 2.000 corridas, el de los 5.000 y pico toros tumbados a estoque, cinco décadas distintas poniéndose delante de la muerte que están llegando a su fin en América, también tuvo un principio. Su trayectoria se conoce de sobra, pero ¿qué pasó con sus primeros rivales en los ruedos? ¿Cómo les fue y qué es de ellos? Aquí la historia de Galán, Trillo y Torres.
El jerezano Juan Pedro Galán, de muy crío, «iba al bombero torero y lloraba como un poseso para que me dieran una banderilla. Le quitaban el arpón y me acostaba con ella». Con siete años, «mi padre me compró un capote y una muleta, y lo único que me enseñó fue a doblarlos. Se sorprendió por la naturalidad con la que cogía los trastos». Su progenitor consiguió que Manolo Molés y Mariví Romero grabaran para la televisión a ese niño prodigio y «me lanzaron al público en general». Con ocho años debutó «en Sanlúcar», yendo después «a El Puerto, San Fernando, Vélez-Málaga, Marbella...; salía en las revistas y Protección de Menores se metió por medio».
Galán y su misterio
Le prohibieron torear en España, así que padre e hijo «nos marchamos a México». Y en la plaza más grande del orbe, con más de 40.000 espectadores que quisieron ser testigos del pequeño milagro, Galán desveló su misterio. Tres veces seguidas lo sacaron a hombros. La gira continuó por el resto de países de la América taurina: Venezuela, Ecuador, Perú y Colombia. «Visto con perspectiva, lo recuerdo con cariño. Son experiencias que me han marcado por la madurez que te dan, pero hoy no me atrevería a ir por ahí con un niño de diez años», admite. En cualquier caso, «sabía que tenía la responsabilidad de estar bien, de cortar las orejas. Era mi ilusión y mi sueño».
Las exhibiciones en fiestas privadas para Jaime Lusinchi hicieron que el entonces presidente venezolano «se interesara por mi situación y puso a su gabinete jurídico a trabajar» para que pudiera volver a nuestro país. Incluso «mandó cartas a Felipe González y a Don Juan Carlos». La insistencia funcionó. Gracias a «un permiso especial», con 12 años se anunció en la Maestranza por partida doble. Y con 14, esa temporada en la que se encontró con Ponce en Baeza y en más plazas de la provincia de Jaén, lidió seis novillos en Sevilla y otros seis en Madrid.

Sin embargo, al crecer, el castillo de lógicas expectativas que había construido se derrumbó. «Tenía un 90% y me faltó un 10% de cualidades para haber llegado a figura, y hay que asumirlo», explica con sencillez. No pone excusas y sí «un cúmulo de circunstancias» que ayudan a entender el porqué no cuajó: «Me cogió un toro antes de debutar con caballos que me provocó un derrame cerebral y estuve tres o cuatro meses mal. Me costó remontar. Triunfé en San Isidro, Diodoro Canorea me preparó una alternativa de ensueño en El Puerto, televisada, con Rafael de Paula y Emilio Muñoz; pues echaron la corrida para atrás y se quitaron los dos. Para la confirmación, mi padre tuvo un rifirrafe fuerte con los hermanos Lozano y me tiré bastante tiempo sin ir a Madrid. Toreé varios años la de Pablo Romero en Sevilla, pero no me dieron otra opción...».
Fuera del redondel, Galán igual ha sido noticia, aunque a su pesar. En 2010, dentro de la Operación Toscana de la Guardia Civil, él y su padre visitaron la cárcel durante 20 días acusados de liderar una red de explotación sexual de mujeres. La causa se archivó «sin nada; fue un atropello en toda regla». Y recientemente una sentencia ha dado la razón al torero y a sus hermanas, afirma, frente a Carlos Aguilar, que reclamaba un pedazo de la millonaria herencia de su padre.
Trillo: «Lo mío era arrollar»
Si se atiende a su cerrado acento sevillano, nadie adivinaría que Francisco 'Curro' López Trillo nació en Alcora, un pueblo del interior de Castellón famoso por la cerámica. «La ilusión de querer ser torero es lo más bonito que he vivido. Nada más que eso tenía en la cabeza», confiesa un hombre que descorchó la jubilación en la pandemia y que, allá en los 80, se había venido a la capital en busca de la gloria. Mientras ganaba el jornal «en un almacén de azulejos de Getafe», aprendió el oficio en la Escuela de Tauromaquia de Madrid. Trillo, como Joselito, José Antonio Carretero o Luis Miguel Calvo, es uno de esos adolescentes que aparecen en 'Tú solo', la película documental que Teo Escamilla rodó en la Casa de Campo.
«Era un torero con mucha entrega, de portagayola. Mi fuerte eran las banderillas y la muleta. Lo mío era arrollar. Y tenía mi ambiente: 3.500 personas de Alcora fueron a verme a Castellón», presume.

Tras la desgracia de hallar a su madre ahogada y la bendición de ser papá, se doctoró en su pueblo en 1992. No gozó de demasiadas oportunidades, por lo que acabó «cambiando los carnés» para hacerse banderillero. Un poco antes se había mudado a Los Palacios, en el Bajo Guadalquivir, territorio de tomates y futbolistas campeones de Europa.
De primeras secundó a Domingo Valderrama y Pepe Luis Vázquez. A continuación, se colocó en la cuadrilla de Rafi Camino cinco años y en la de Luis Vilches otro lustro. Hasta se le presentó el honor de escoltar en el paseíllo a Fran Trillo, su hijo, en una de las novilladas de promoción de la Maestranza, «pero no tenía afición, ¿para qué le voy a mentir?». Que conste en acta que Ponce «le regaló una muleta» al chaval, añade su padre, que quemó sus últimos cartuchos acompañando a rejoneadores.
Torres, espantá y al mar
La historia «atípica» de José Luis Torres arranca «en el seno de una familia burguesa de Sevilla», en la que «se jugaba al golf y al tenis». Con el «rumbo perdido», el alumbramiento se produjo en el albero maestrante, «de casualidad, en una corrida cuyo cartel recuerdo porque me impactó: Curro Romero, que no tuvo su día; El Viti, del que nunca se me olvidarán dos tandas de naturales, y Manili, muy valiente». A partir de ahí algo empezó a germinar en su interior.
Lo apoderó Paco Dorado, «que se movía mucho». De «concepto muy clásico, no era de ponerme de rodillas e intentaba imponerle al toro el ritmo y la velocidad». Ese 1988, camino de los 24 años, cumplidos los compromisos de Castellón y Sevilla, «pegué una espantá en mi vida por muchas cosas personales que me afectaron». «Debería haberme retirado antes», agrega. Regresaría de la mano de Manolo Cortés y se convencería de que el toreo no era lo suyo. Antonio Ordóñez y Diego Puerta le hablaron a las claras, aunque él lo supiera perfectamente. «No quise tomar la alternativa, no me iba a sentir matador. Para ser figura hay que ponerse en el sitio donde se viene el toro el 70 ó el 80% de las tardes, que es lo difícil. Puedes engañar a los demás, pero darte coba a ti mismo es de tontos», argumenta.

La desconexión fue gradual. Montó una empresa junto con Pedro Hernández, hermano del rejoneador Leonardo Hernández padre, dedicándose a organizar festejos para los ayuntamientos. Las amarras las soltó de forma definitiva en 1997, cuando «se me cruzaron los cables» y aterrizó en California con la familia de equipaje y el mar como destino. «A mí siempre me ha gustado navegar, lo he hecho desde pequeñito», manifiesta.
Se fraguó «de marinero, desde abajo», e iría escalando. Ahora se embarca en buques que transportan contenedores, en rutas que parten de San Francisco y se alargan 90 días por Japón, Corea del Sur y China. Y en mitad del Pacífico o al apearse del barco y poner pie a tierra en Chico, la ciudad universitaria en la que reside, no deja de «tener contacto con la actualidad taurina». «Esto es como cuando uno se enamora de una mujer, que siempre está preguntando dónde está y con quién y qué hace», resume con maestría.
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