El toreo de Juan Ortega da sentido a la tarde en Castellón

El infumable juego que dieron los toros, tanto de Domingo Hernández, como los dos remiendos de Álvaro Núñez, dio al traste con todo. Los toros de ambos hierros, desiguales en todo, tanto en presencia como en juego, apenas se prestaron para el lucimiento. El tercero fue el que mas duró y el segundo se vino abajo después de una voltereta, tirando casi por tierra la enorme actuación de Juan Ortega hasta ese momento.

Cómo recibió Ortega con el capote a ese primer toro suyo. Si primero lo toreó con las rodillas genuflexas, luego cuando se puso derecho surgió el toreo eterno, ese que pone a todo el mundo de acuerdo. Las zapatillas agarradas al suelo, el mentón hundido en el pecho y rota la cintura. Una auténtica locura. Pero si precioso fue el toreo a la verónica, el inicio de faena, así como una primera serie con la derecha, fueron de ensueño, todo por abajo y reduciendo en cada muletazo la embestida del animal hasta hacerlos eternos. Pero vino esa volatín del toro y ahí se descompuso su embestida, soltando la cara al final de cada muletazo y desluciendo todos los intentos del trianero.

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Su segundo, abanto de salida, no se dejó torear con el capote; sin embargo, Ortega trató de poner todo de su parte en un inicio sentado en el estribo y con tres muletazos con la mano izquierda que encendieron de nuevo la ilusión en el tendido. Pero el toro, que había entregado armas prácticamente desde su salida, se puso a la defensiva y sus embestidas no iban más allá del embroque. Como agradecimiento por toda la belleza creada, el público le hizo saludar dos grandes ovaciones.

También destacó el saludo capotero de Pablo Aguado al tercero de la tarde, sobre todo en unas verónicas por el lado derecho. No había creado muchas esperanzas el toro por su escasez de fuerzas alarmante, pero empezó a venirse arriba después del encuentro con el caballo y permitió al sevillano volverse a lucir en un bonito quite por chicuelinas y afrontar con otro ánimo la faena de muleta. Buenas fueron las dos primeras series con la mano derecha, que el público recibió con sentidos oles. Pero quizás al trasteo le faltó más ajuste o bien que después de haber paladeado el toreo anterior aquello no era lo mismo. Aún así pudo cortar una oreja de no haber fallado con la espada. El último toro del festejo, alto y basto como él solo, ya no permitió a Aguado ningún lucimiento pese a su machacona voluntad.

No fue la tarde de Morante. Dos toros totalmente a contraestilo: flojo y descastado el primero, aunque muy noble; noblón pero sin ninguna calidad el cuarto. El de La Puebla lo intentó lo justo. Ya sabemos que es un torero de cara o cruz, de todo o de nada, pero dejó una sensación de no estar a gusto. Esperemos que en pocos días se pueda desquitar en Valencia.