Juan José Padilla vuelve hoy a la arena de la tragedia

Desde que abandonó el hospital Miguel Servet de Zaragoza a mediados de octubre del pasado año, el torero jerezano no paraba de darle vueltas a la cabeza sobre su reaparición en los ruedos. Volvió a enfundaras el traje de luces en el mes de marzo en Olivenza y a partir de ahí la incógnita sobre su futuro en los ruedos se fue despejando con una temporada cuajada de contratos y de éxitos. Pero Padilla tenía pendiente una cita que él mismo consideraba ineludible desde casi el mismo momento del percance: Zaragoza y la Feria de El Pilar.

Conforme avanzaba la temporada y el torero se sentía cada vez más afianzado y seguro ante los toros, su meta era la plaza de La Misericordia en el mes de octubre. « Quiero torear cuando se cumpla un año de aquella tarde , me lo debo y se lo debo a la afición de Zaragoza, y esa tarde seguro que habrá una salida a hombros».

Estas palabras llegaron cuando todavía no se habían anunciado los carteles de la Feria zaragozana. A primeros de septiembre, la empresa del coso de la capital aragonesa confirmaba que Padilla torearía dos tardes en el ciclo pilarista, la del día 10 y la corrida del día grande de Zaragoza, el día de la patrona. Y no en vano, el festejo de hoy, con dos de las máximas figuras del momento -El Juli y Alejandro Talavante- respaldando al jerezano, se ha convertido en el cartel de mayor expectación.

Doce meses atrás Juan José Padilla se debatía entre la vida y la muerte. El 7 de octubre , el cuarto toro de la tarde, que lucía la divisa de Ana Romero , le alcanzó con el pitón de lleno en la parte posterior de la cara cuando el torero cayó al suelo al salir de un par de banderillas. El asta entró por debajo de la oreja izquierda y diseccionó como un bisturí vasos y nervios hasta llegar al globo ocular. En el momento de la cogida desde el tendido no se apreció la gravedad, pero cuando Padilla se levantó e intentó taparse con las manos, una imagen de horror sobrecogió a los espectadores.

En la enfermería se vivieron momentos de tremendo dramatismo, mientras el equipo médico del doctor Carlos Val Carreres intentaba contener la terrible hemorragia, dolían en en el alma los gritos del torero acordándose de sus hijos. El acierto del traslado al hospital Miguel Servet fue clave. Allí, hasta pasadas l as cuatro de la madrugada , el trabajo de los cirujanos para reparar los destrozos que produjo el pitón, un ejemplo de profesionalidad. La espera de la cuadrilla, de su hombre de confianza Diego Robles, la llegada de su esposa y sus padres... Y las primeras noticias esperanzadoras. La s primeras palabras del herido que solo pensaba en volver a torear, y el alta médica a los diez días, y la recuperación, la fuerza de voluntad de un hombre por no perder el futuro, por ganar la batalla contra un drama.

Y esta tarde a las cinco y media en punto Juan José Padilla volverá a escuchar los clarines y timbales de La Misericordia, clarines y timbales de vida y gloria.