Asfixia industrial, flamenco trap y rap zulú: el Sónar revoluciona el mapamundi de la música electrónica

sónar 2024

El festival barcelonés, que este viernes recibe a los franceses Air, estrena edición con una primera jornada marcada por las actuaciones de Blackhaine, Sevdaliza, Toya Delazy y Judeline

Air y Jessie Ware agitan el baile en un Sónar pendiente de los «miedos y riesgos» de la Inteligencia Artificial

Un momento de la actuación de Blackhaine en la primera jornada del Sónar ADRIÁN QUIROGA

David Morán

Barcelona

Y, de pronto, sonaron Red Hot Chili Peppers en el Sónar. Vade retro, Anthony Kiedis. ¿Sacrilegio? A saber. Cosas más raras se habrán oído. Incluso escuchado. Especialmente aquí, donde la sorpresa y el sobresalto son ya rutina. Así que, tanto monta, lo mismo aparece ... por aquí la gaditana Judeline para bajarle la tensión y las revoluciones a 'La tortura' de Shakira que el japonés Yousuke Yukimatsu se coloca a ras de suelo y, acto seguido, se viene arriba para disparar 'Otherside'. Sólo que en realidad no es 'Otherside», sino una versión atropellada y acuchillada del himno de los californianos. El trance de una tarde de verano. Bombo por las nubes, los 'bmp' al galope y el público, detrás, con la lengua fuera. ¿La hora? Las siete y media de la tarde. Poco más de tres hora en marcha y el Sónar ya avanza a toda máquina. Primer día, revolcón al mapamundi sonoro y la australiana Surusinghe encerando el césped artificial del Village. Allá vamos.

A primera hora, y quizá por aquello de despistar, brisa de primavera a las puertas del verano, sobremesa de manga larga, y bodegón de guitarra con batería de fondo para inaugurar la jornada. Sobre el escenario, pablopablo, hijo de Jorge Drexler y socio ocasional de C. Tangana, patenta su pop de dormitorio y sábanas revueltas entre erupciones de distorsión y voces saturadas de 'vocoder' y 'autotune'. Por tener, tiene hasta una ranchera. Puesta de largo a la hora de la merienda, melodrama de teclado con luces de cabaret galáctico y la canción de autor de estreno («esta la hice hace dos semanas», dice para presentar 'De ti') fundiéndose poco a poco con esas otras músicas que empezaban desperezarse en el resto de escenarios.

Un acelerón de música orgánica, pop artesanal hecho a mano y a máquina, en una edición marcada por los nuevos debates que genera la irrupción de la Inteligencia Artificial en los asuntos creativos. «Nos entra el pánico porque esta tecnología parece muy humana», dictaminan a primera hora de la mañana los expertos reunidos en la conferencia inaugural. Y justo ahí, en esa brecha entre humanidad y tecnología, se acomoda un festival que llega a su 31 edición con un equilibrio casi perfecto entre afán explorador y gozo hedonista.

A TODA MÁQUINA El Sónar ha inaugurado este jueves su XXXI edición con artistas como pablopablo y la rapera sudafricana Toya Delazy ADRIÁN QUIROGA

Así, mientras en las entrañas del Complex, refugio de soñadores y radicales libres, la italiana Valentina Magaletti se embarca en una densa y oceánica exploración del ritmo alternando dos baterías, un vibráfono y un juego de luces de los que abrasan córneas y ponen las pupilas a danzar, en el césped artificial del Village empieza a dejar huella el torbellino de rap zulú de Toya Delazy. Con chaleco salvavidas (¿?) y sombrero achaparrado de la escuela Grace Jones, la sudafricana abre una nueva ventana sonora de polirritmia febril, injertos tribales y palabras escupidas a toda velocidad.

Otro volteo al mapamundi, a esas Naciones Unidas de la Música Avanzada que es el Sónar, al que no tarda en sumarse la iraní Sevdaliza, diva por un día y rompecabezas sonoro hecho de pedazos de R&B, electrónica sucia y punk digital. Sobre el papel, un apetecible descubrimiento. Sobre el escenario, como si alguien hubiese metido a Dua Lipa y Charlie XCX en una máquina de prensado. Ventilador a máxima potencia, vestuario como recién salido de Asgard y ganchos pop con vistas al reguetón y a la música de club. De todo un poco para que no falte de nada.

Antes, en el Park, trap por bulerías y la banda sonora de una generación de gente cansada. Debuta Judeline, que venía de telonear a J Balvin en su gira europea, y lo hace en el mismo escenario que ha visto brillar a Morad y Rojuu, La gaditada, emparentada con Rosalía por la vía de la raíz y el flamenco, sale en modo estrella, pero el sonido no acompaña. Desmayo electrónico y voz sepultada bajo toneladas de 'autotune'. Sobre el escenario, una gigantesca puerta de 'atrezzo', quien sabe si como metáfora de su ansiado ingreso en las altas ligas del pop, y el aroma de conquista de canciones como 'Canijo' y 'En el cielo'. Así nacen las estrellas, algo de lo que el Sónar sabe un rato largo.

La iraní Sevdaliza, durante su actuación aRIÁN QUIROGA

En el extremo opuesto, el del ruido atroz y el alarido lacerante, opera Blackhaine, asfixiante proyecto del británico Tom Hayes, coreógrafo y vocero de la desesperación que transforma el Hall en un agujero negro de nihilismo industrial. Oscuridad, peligro y sonido infernal. Luces agresivas, sacudidas espasmódicas dentro y fuera del escenario, y un millón de taladros trabajándose los tímpanos del público que aguanta el chaparrón. Así suena un apocalipsis. O una colisión múltiple. A su lado, la rave de neones ácidos de Shyboi parecía animada música de ascensor. Y hoy vienen Air, los de la audiobelleza.

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