Nando Cruz: «A los grandes festivales se les puede exigir una cosa muy sencilla, que es cumplir la ley»

El periodista catalán publica 'Macrofestivales', una crítica brutal pero constructiva al modelo de los eventos musicales más multitudinarios

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Nacho Serrano

No hay mayor sensación de camaradería, ni de nostalgia por lo recién vivido, que en ese momento en el que al volver en coche a casa después de desparramar en un festival de música, abres el maletero para que tus amigos cojan sus mochilas ... para despedirse y afrontar el regreso a la rutina. En un gran festival pueden ocurrir cosas increíbles, vidas enteras. Pero de un tiempo a esta parte, la experiencia empieza a no ser tan bonita y memorable.

Igual que en la puerta de los restaurantes de buffet libre se lee «all you can eat» («todo lo que puedas comer»), en la entrada a los macrofestivales no desentonaría nada otro que dijera «All you can listen to» («todo lo que puedas escuchar»). Es física y mentalmente imposible degustar todos los platos del menú del Mad Cool, del Primavera Sound, del Arenal y tantos otros que comprimen su programación en tres días como quien mete todo el cajón de la fruta en la batidora para hacerse un solo zumo.

De esto ya se dio cuenta el periodista Nando Cruz hace más de dos décadas, cuando se quedó dormido de pie viendo a uno de sus grupos favoritos en una legendaria edición del festival de Reading que intentó exprimir hasta la última gota. Pero ha sido hace menos tiempo cuando ha procesado esa experiencia para dar con una conclusión irrefutable explicada en las trescientas y pico páginas del libro 'Macrofestivales' (ed. Península): el modelo de estos eventos es enfermizo.

El problema es que ese no es, valga la redundancia, el único problema de estos eventos. Ni el más grave. Maltrato a los trabajadores, desidia a la hora de garantizar la comodidad (y a veces seguridad) del público, sobredosis de presencia de marcas, subvenciones injustas, condiciones deplorables para las bandas amateur, guerras de cachés con las superestrellas, malas prácticas medioambientales… En los últimos años los macrofestivales se han convertido en un agujero negro que absorbe lo peor de este negocio para estallar en una implosión multicolor que lo maquilla todo y sigue seduciendo a millones de personas cada año, aunque muchas de ellas echen pestes del formato en redes incluso antes de salir del recinto.

- Su crítica es incisiva, por momentos muy descarnada. Pero es constructiva, pretende impulsar mejoras.

- Sería destructiva si nunca me hubiesen gustado los macrofestivales. Pero el libro nace de la inquietud de una persona que ama la música, que siempre ha creído que un festival era un paraíso, pero que ha visto que de un tiempo a esta parte la cosa se torcía. Por eso la intención es explicar qué ha cambiado, y plantear maneras de reconducir la situación. Quizá de forma ingenua, porque vivimos en un sistema capitalista y este tipo de cosas no se cambian de la noche a la mañana.

- Ahí está el quid de la cuestión. ¿Los macrofestivales deben estar al margen de la realidad capitalista? En ese sentido los músicos y el público joven lo ven diferente. Son menos románticos.

- Es que la cosa ha cambiado tantísimo en tan poco tiempo, que hay generaciones que no han vivido otra situación. El romanticismo que había antes en los festivales es un mundo que no han conocido. Por eso no se hacen las preguntas que nos cuestionamos los melómanos mayores. En el libro menciono que es muy interesante que haya encuestas en las que el público valora de forma bastante positiva la presencia de marcas, por ejemplo con el argumento de que eso baja el precio de las entradas.

- Pero eso es mentira.

- Claro. Eso no está demostrado en ningún lado. De hecho, cada vez hay más marcas en los festivales, y éstos son cada vez más caros, casi un producto de lujo.

- El libro salió en mayo, ¿cómo está viendo esta temporada festivalera?

- Estoy viendo que los que quieren ser más grandes, están teniendo más problemas. Veo mucho en las redes la frase «yo aquí no vuelvo», y o los festivales se toman la comodidad del público tan en serio como el propio cartel, o la gente va a seguir saliendo por piernas. Esta temporada está siendo la mejor publicidad para mi libro, porque está ratificando muchos de los puntos calientes que denuncia.

- Cuando se cometen pifias tan flagrantes como por ejemplo poner sólo una zona de baños en Mad Cool, ¿es avaricia o incompetencia?

- Es que el recinto del Mad Cool, hace un mes no existía. Se ha hecho contrarreloj gracias a unos tejemanejes con los que se les ha cedido un espacio en el que ni siquiera se han podido hacer pruebas de circulación de gente. Fue pasar la excavadora y ponerse a montar escenarios. Esa no es la mejor manera de plantear el estreno de un recinto. Estas cosas necesitan tiempo, preparación, y sobre todo una supervisión intensiva de las administraciones.

- Especialmente cuando el festival recibe subvenciones, debería garantizarse al cien por cien que se integra a la perfección en la ciudad. En Villaverde los vecinos han tenido problemas graves de movilidad.

- El que va a ese festival ha pagado el abono, y también la subvención como contribuyente. Por eso la administración tiene que controlar que el recinto cumple todas las garantías para que no se convierta en un infierno. Y no lo hace. Un festival tiene que preocuparse por lo que ocurre dentro del recinto, pero también de lo que ocurre fuera. La administración que subvenciona un festival no entra en temas de cartel, pero en cuanto a comodidad de público y vecinos, tiene toda la responsabilidad. Y no sólo no lo hace, sino que echa leña al fuego dando un dinero que a veces es un dineral. Como en la Comunidad de Madrid, donde hay una obsesión por tener los mejores festivales del país. Dan el dineral, se desentienden, no hay fiscalización de lo que se hace con la subvención, y que sea lo que Dios quiera. Y ya estamos viendo en qué acaba eso.

- Por hacer de abogado del diablo. Hace veinte años, los que íbamos a festivales sabíamos que íbamos a pasar penurias, y que eso era lo que había.

- Ahí es donde empiezan los problemas, cuando asumimos que pagamos para pasar penurias. Eso no sé dónde está escrito, pero si es así, entradas a diez euros. Si voy a sufrir, no me hagas pagar trescientos euros. Tú no vas a un restaurante a tener una indigestión. Es como si tuviéramos asumido que en un festival nadie va a velar por nosotros. Tú no vas a un festival a ver una mierda de cartel, ¿no? Pero si las condiciones sí lo son, no se exige nada. Yo si voy a un restaurante y pago en efectivo, me dan el cambio sin gastos de gestión. En un festival, cuando pides que te devuelvan el dinero que no has gastado con la pulsera se quedan un euro y medio. Y los bancos que gestionan eso no se quedan ese euro y medio. Se quedan mucho menos. Una vez asumimos que «esto es lo que hay», nos hacen cada vez más perrerías.

- Los festivales tratan a los grupos amateur como si estuvieran en la cola del paro: si tú no quieres este curro con estas condiciones, ya vendrá otro detrás que sí. Y a su vez, las superestrellas tratan así a los festivales. Si tú no pagas este caché millonario, ya vendrá otro que lo haga.

- Claro, porque es un entorno ultracompetitivo, neoliberalismo al máximo con una sola ley: oferta y demanda. Las estrellas tienen la sartén por el mango, porque no hay más de cincuenta artistas que metan cincuenta mil personas, pero hay cientos de festivales con esa necesidad. Eso luego se traspasa a los grupos de abajo. Tengo ocho huecos y quinientas propuestas. Así cogen a las bandas que tocan a las cinco de la tarde, para abrir pronto y que haya gente que empiece a consumir.

- ¿Cuál de las situaciones que critica en su libro cree que tiene una más fácil solución? ¿Quizá el trato a los trabajadores, que cobran jornales míseros?

- Eso mejorará cuando haya las correspondientes inspecciones de trabajo, que apenas las hay. Quizá es que en julio los inspectores están de vacaciones. Pero si no ponen un batallón extra de inspectores, aquello va a seguir siendo una ciudad sin ley. De hecho, hay una cosa muy sencilla que se les puede exigir: que cumplan la ley. Sólo con eso mejoraría mucho la situación, de los trabajadores, del público y de los vecinos. Y en ese sentido, todo depende de que la administración cumpla con su trabajo.

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