Treinta euros por actuar en un gran festival: así es el trato insultante que reciben los 'becarios' de la música
Las asociaciones de músicos y de promotores discrepan sobre la aplicabilidad de un convenio y un salario mínimo
Nacho Serrano
En los grandes festivales de música, como en la vida, hay quienes cobran una millonada y quienes cobran una miseria. La brecha que separa a los músicos ricos de los pobres es gigantesca porque evidentemente, aquí impera la ley de la oferta y ... la demanda, igual que en cualquier otro negocio, y si un promotor sabe que fulanito va a atraer a miles de personas (euros) a su evento, y menganito sólo unos cientos, obrará en consecuencia en cuanto a los pagos. Pero los abusos que a día de hoy siguen sufriendo infinidad de bandas imprescindibles para completar los nutridos carteles de festivales son, para ellas y para la gente que las sigue, un insulto a la profesión que ha durado demasiado tiempo.
Pongamos un ejemplo: en 2016, una banda emergente de Madrid llamada Solo Astra viajó hasta Galicia para tocar en un festival por un caché de lentejas (o lo tomas o lo dejas) de trescientos euros, sin contrato ni alta en la seguridad social. Después de pagar a su road manager, a su técnico de sonido (que cobraron lo mismo que los músicos) y la gasolina de ida y vuelta, apenas les quedaron 30 euros por cabeza a sus cuatro miembros.
Por esa misma época, otro grupo mucho más asentado como Rufus T. Firefly, que presentaba un cuarto disco aclamado por la crítica, se veía en las mismas. Al ser un nombre más conocido cobraban más, mil euros, pero debido a sus necesidades logísticas, después de cubrir gastos tocaban a lo mismo por miembro: 30 euros. Lo ha contado su líder (aunque a él seguro que no le gusta la palabra) Víctor Cabezuelo en Twitter, dejando pasmados a sus fans. «No tenía ni idea de que cobrábais esa miseria, es alucinante», le respondía uno de ellos. «Me ha sorprendido bastante lo de los mil pavos… Nunca pensé que un grupo como vosotros ganara esa mierda en comparación con el curro que lleváis detrás y lo que demostráis en directo. Sinceramente pensaba que por menos de 6.000 no os movíais de casa», decía otro. Afortunadamente para Rufus T. Firefly, aquellos tiempos de precariedad quedaron atrás. Pero Cabezuelo asegura que no quiere «que los sufra nadie», y está convencido de que «se pueden hacer muchas cosas para mejorar esta situación».
Las grandes estrellas sí cobran auténticos pastizales. Los cachés de los grandes nombres del pop español se mueven entre dos rangos, los que cobran entre diez y treinta mil euros, y los que van desde esa cifra hasta los doscientos o doscientos cincuenta mil (aunque en estos casos la abultada cuantía en parte se justifica porque el artista lleva su propia producción y escenografía). Y si nos vamos a superestrellas como Rosalía se superan ampliamente los trescientos mil. En el caso de grandes figuras internacionales la cosa se dispara como es natural: por ejemplo, Daddy Yankee se ha llevado más de un millón por cada uno de sus conciertos de despedida.
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Esos son los grandes atractivos de los festivales, pero estos eventos se quedarían cojos sin todos esos nombres que aparecen en letras pequeñas y rellenan horario, y que aceptan tarifas miserables para poder tener un escaparate. Muchos alegarán que estos grupos merecen ser tratados como becarios si no mueven a tanta gente como para cobrar más dinero. Pero después de ver el debate suscitado por las palabras de Cabezuelo en Twitter, queda demostrado que a la mayoría del público esto no le parece justo.
Podríamos mencionar en estas líneas una retahíla de cachés de unos y otros para dibujar la brecha que los separa y pedir a unas cuantos artistas de cada trinchera que valoren la situación, pero no llevaría más que a un estéril (y humillante) espectáculo de cifras. Así que lo interesante a estas alturas puede ser solicitarles que opinen sobre posibles medidas para atenuar estos agravios comparativos. La proverbial desunión de los músicos es el principal escollo para encontrar soluciones, y en ese sentido, el desánimo y la resignación se ha apoderado de todos ellos. Es como si estuviera más que asumido que los egos y los intereses de unos y otros jamás les permitirán tener una única voz frente a los abusos. Por eso puede resultar naíf preguntarles: ¿No estaría bien que hubiera un sindicato o asociación de artistas emergentes en el que sus miembros acordasen no bajar de un determinado caché para actuar en festivales, y así forzar a los promotores a cambiar sus prácticas?
«La mayoría de músicos que ganan un dineral prefiere callar y seguir beneficiándose de un sistema podrido»
Alejandro, de Alberto Azul
«En su día se juntaron varios sindicatos de músicos para aunar fuerzas, aunque hace tiempo que no actualizan sus redes, por lo que me temo lo peor», dice Alejandro del grupo independiente Alberto Azul. «La falta de apoyo y de afiliados es un lastre y la unidad sigue siendo la gran cuenta pendiente. Pero es algo que pasa en muchos colectivos, no sólo en la música. El mercado laboral es salvaje. Por la experiencia sindical que tengo en otros ámbitos laborales, tener un convenio propio, fuerte, actualizado y que se haga cumplir sería un gran paso. Los hábitos de consumo actuales también ayudan mucho a que un promotor pague una burrada por el último grupo de moda y pague una miseria a bandas que no son tan conocidas, pero que crean un tejido cultural importante en muchas ciudades».
Alejandro quiere dejar claro que nunca ha sido músico profesional al cien por cien y que su opinión «debe ser tomada como tal», pero que nunca haya conseguido vivir de la música no debería restar valor a sus reflexiones. «Con los diferentes grupos en los que he estado a lo largo de los últimos diez años hemos tocado bajo dos modalidades: a través de asociaciones, plataformas, festivales, sellos, etc. que nos han llamado para tocar o montando nuestro propio concierto negociando las condiciones directamente con las salas», explica.
Pero trabajar para introducir este debate de forma seria en el gremio es algo bastante más complicado que ejercer la autogestión. «Me consta que se intenta, pero todos sabemos que a los músicos que dan 'problemas' se les margina, la gente que reivindica justicia son tildados de aburridos, pesados, etc. Es un panorama desolador. Y la mayoría de los músicos que ya están dentro de la rueda ganando un dineral prefieren callar y seguir beneficiándose de un sistema podrido. Hay demasiado individualismo. Cuando se habla del tema en muchos círculos te tachan de cenizo o envidioso. También todos sabemos de qué pie cojean los sindicatos mayoritarios como CCOO y UGT».
De la desunión a la enemistad
Quienes piensan de un modo distinto al de Alejandro muchas veces tienen que guardarse su opinión, porque, como decíamos antes, la desunión puede convertirse en enemistad cuando se habla de este tema. «En mi opinión la idea de establecer un mínimo es muy útil pero es ilusoria», dice un músico que prefiere mantener el anonimato precisamente por esto.
«Su poca viabilidad tiene su clave en la relación entre promotores y artistas: muchísimos de los managers o bookers de artistas de este país son promotores, que en ocasiones tienen ciclos (Mahou, Budweiser), marcas (Red Bull) o sus propios festivales (Sonorama, Gigante, Bombaastic, cualquiera de los de The Music Republic, Portamerica, cualquiera de los de Sonde3...). La mayor parte de los festivales de música de este país, por ejemplo, tienen oficina propia de representación y/o contratación de artistas, así que esa sindicación supondría un enfrentamiento directo de los intereses de representados y los que a menudo son sus representantes».
«Los cachés para los artistas menores o emergentes a menudo son irrisorios, pero en la inmensa mayoría de los casos tienen que ver, sea esto justo o no, con la relación entre contratantes privados y artistas», añade. «Es más, en la división proletaria de la música todos los artistas buscan eso, que les represente gente que consiga conciertos, por lo cual en primera instancia se acude a agencias que sean o directamente promotoras o que tengan en sus rosters artistas mucho más grandes para poder conseguir una contratación a la sombra de esos artistas más grandes (las oficinas grandes cierran contratación en bloque). Quejarse de una dinámica que todos favorecemos es inevitable, expresa una realidad real, pero a menudo tiene un punto hipócrita que queda muy bien hacia el exterior porque nos pone en una posición victimista que es muy conveniente».
Este músico, que milita en una banda de lo que podríamos llamar 'ligas menores' para entendernos, señala además que «nadie obliga a aceptar un caché exiguo a un artista». En su opinión, «se aceptan porque la clave de bóveda de la industria de la música es la precariedad aceptada del agente que la genera, y me explico: En pocas industrias fuera del show business se da por asumido que el agente motor de todo (en este caso el artista) sea el único de toda la cadena industrial que no vive del trabajo que produce. Esto, en la música, se da por hecho. El artista está ahí porque quiere, por ilusión. La falacia de la ilusión cimenta absolutamente todas las prácticas abusivas y estafas que se dan en la música. Los medios de producción (y esto es parte indisoluble de la historia industrial de la música desde principios del siglo XX) están enajenados de quien produce, y se da por sentado, como digo, que quien produce no está ahí porque lo necesite, está ahí porque lo desea. Por ilusión o por ambición. Y por ahí entra todo lo que se quiera hacer a un artista. Por las promesas. No es una industria reglada ni auditada, se cimenta sobre la entelequia del éxito».
Para el saxofonista Dani Niño de Los Saxos del Averno, otra banda curtida en esto de lidiar con las condiciones de los festivales, no queda otra que establecer un sueldo mínimo y no sólo para estos grandes eventos, sino también para las salas. «Sí, más que un determinado caché, debería haber un sueldo mínimo por músico, igual que hay un sueldo mínimo en la legislación, pero adaptado a los bolos».
«Desde la pandemia, en Madrid al menos, han proliferado las jams como una especia parasitaria, que está fagocitando los conciertos de bandas que hacen música original. Los promotores prefieren hacer jams porque pagan sueldos indignos a los músicos. Yo he llegado a cobrar hasta 44 euros, en B, por una jam de tres y cuatro pases, unas cinco horas de actuación con dos descansos incluidos. A eso réstale la cena y el transporte de ida y vuelta, y calcula en lo que se queda la hora de trabajo... por supuesto sin altas, ni beneficios fiscales o de cotización. Los músicos cada vez están en una situación más vulnerable y los promotores se aprovechan de ello, ofreciendo sueldos cada vez más miserables por actuaciones más largas que les llenan el bar de todas formas».
«El problema de esto, es que a medio plazo destruyen el tejido cultural de la ciudad, obligando a las bandas que hacen música original a competir con jams que cuestan la mitad y llenan más tiempo de la noche (y por tanto venden más consumiciones). Es una competencia absurdamente desleal, que obliga a las bandas que hacen música original a no tocar, hacer jams, o simplemente desaparecer. Si no frenamos esta deriva cultural tan tóxica a tiempo, probablemente cuando nos queramos dar cuenta habrán desaparecido la mitad de las bandas que hacen música original. Muchos de los músicos que conozco han tenido que cambiar de oficio durante la pandemia (y la post pandemia) y la mayoría no volverán a ejercerlo nunca más. Si no conseguimos convertir la música en una profesión con los mismos derechos, convenios y sindicatos que tienen el resto de profesiones... nunca conseguiremos tener un sector cultural serio».
En el debate suscitado por Víctor Cabezuelo en las redes, muchos usuarios hablaron de la necesidad de luchar por un convenio que establezca un salario mínimo para los músicos de directo. Pero, ¡sorpresa! El caso es que ya existe un sueldo mínimo y para los músicos y un convenio que lo deja todo bien claro al respecto. La Coordinadora Sindical de Trabajadores Músicos, que ha sido la única asociación o sindicato que ha respondido a ABC de los cuatro consultados (lo cual va en línea de la inacción que lamentaba Alejandro de Alberto Azul), lo explica meridianamente. «Los salarios de los músicos y músicas son regulados por el Convenio Colectivo Estatal de Personal de Salas de Fiesta, Salas de Baile y Discotecas de España de 2012, y afecta a las salas de conciertos y a los festivales. Actualmente ese salario, por día de trabajo y músico, todo incluido, es de 133,68 euros». Todo esto, sin embargo, lo saben poquísimos músicos.
Según explica la CSTM, este salario es exigible cuando se produce lo que el convenio denomina 'actuación de bolo' o 'actuación en bolo', es decir, una actuación dentro de la provincia de residencia del artista. «Lo que viene siendo la actuación en un festival o en una sala de conciertos o en la fiesta de un pueblo», aclaran desde la coordinadora.
«Y además vale lo mismo para un grupo, un artista o un DJ. Si la actuación en 'espectáculo público' es fuera de la provincia se le sumarían los desplazamientos, las dietas y los alojamientos. Todo está contemplado y acordado, en cantidades, kilómetros y días por la patronal y representantes (los sindicatos) de los y las trabajadoras desde hace diez años».
¿Dónde está el problema entonces? Según la CTSM, en que «ni la empresa privada ni la pública cumplen el convenio, que es la herramienta, la única herramienta capaz de regular las relaciones entre trabajadores y empleadores en cualquier sector económico. Como verás tenemos poco que debatir. Los sindicatos representamos a los músicos frente a los reiterados abusos y desmanes de la patronal, y responsabilizamos al gobierno de la inacción de la Inspección de Trabajo contra la prevención y denuncia de la explotación laboral de salas de conciertos y festivales».
Así pues, los músicos podrían dejarse de entelequias, ideas ilusorias y luchas internas para saber qué tienen que hacer porque «desde hace diez años, músicos y artistas tienen un convenio y unos salarios mínimos que pueden defender», concluyen en la CSTM.
Es fácil intuir lo que los pesimistas dirán ante todo esto: que si se obligara a los promotores a cumplir ese convenio, éstos contratarían a muchas menos bandas porque se reduciría su margen de beneficio. Pues bien, ¿por qué no comprobarlo? Quizá sea el propio público el que penalice a quienes opten por actuar de ese modo y reduzcan la presencia de bandas emergentes. Así podríamos averiguar si quienes dicen amar la música respetan de verdad a quienes la crean.
Controversia jurídica
El asunto del salario mínimo es, no obstante, motivo de controversia jurídica. La ACCES (Asociacion Estatal de Salas de Musica en Directo) y la APM (Asociación de Promotores Musicales) sostienen que el convenio no es aplicable a las salas y los festivales y según el abogado Manuel López, del despacho especializado Sympathy for the Lawyer, tienen razón. «Los convenios se aplican cuando hay relación laboral, por ejemplo, un músico de una orquesta, que suele ser una empresa. Pero las bandas, tanto las pequeñas como las grandes, no son trabajadores de nadie, sino que trabajan para ellos mismos. Si el promotor le dijera a una banda, por ejemplo, que toquen determinadas canciones o que se vistan de una determinada manera porque así vende más copas, ahí los músicos sí estarían trabajando para alguien. Pero en ese sentido, los músicos se producen su propio espectáculo y por eso no pueden estar sujetos a convenio. En un concierto de un grupo, tanto en sala como en un festival, no hay relación laboral porque se considera que el empleador es quien produce el espectáculo».
La CTSM insiste en que el convenio y el salario mínimo sí deberían aplicarse a las bandas que actúan en salas y festivales «por mucho que lo nieguen la ACCES y la APM». A su manera de ver, «las salas, los festivales y, en general, todos los promotores imponen los precios de las entradas, los precios a los que venden las copas (intervenga, o no, el artista del reparto de ellas) y, por supuesto el equipo de sonido y el de luces, los técnicos y el horario al que hay que tocar. Y hasta te obligan a tocar con un luminoso con el nombre de la sala, del festival o de una cerveza. Cualquier músico que trabaje en esas condiciones es un trabajador por cuenta ajena y quien le exija factura para cobrar está convirtiéndole en falso autónomo».
«Para que esta esta relación quede más clara, la de empleador y empleado en las actividades artísticas, ha sido publicada en el RD 05/2022 de 22 de marzo. Cuando el abogado de Sympathy for the Lawyer dice que 'en un concierto de un grupo, tanto en sala como en un festival, no hay relación laboral porque se considera que el empleador es quien produce el espectáculo', nos tememos que nunca haya ido a ningún concierto. La pretensión de los representantes de ACCES (tras más de 40 años de actividad) y APM (20 años) de considerar a músicos, artistas y DJ's como okupas que se han subido a 'sus' escenarios y salas y a los que no conocen de nada, debe acabar. Son trabajadores y trabajadoras y, como todos ellos, tienen derechos. No se los pueden seguir negando. Por último, sí les afecta el convenio: ellos mismos lo dicen todo el tiempo, y porque en el convenio no se les excluye».
MÁS INFORMACIÓN
Si la CTSM no tuviera razón, quizá bastaría con que los grupos hicieran un poco de ingeniería empresarial para poder acogerse al convenio y por tanto al salario mínimo -por ejemplo constituyendo cooperativas en las que los miembros puedan ser considerados empleados de la misma-. Pero en cualquier caso, parece que conseguir que un músico de banda tenga esos derechos es más difícil que resolver una ecuación cuántica.
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