Los 90 años de Quincy Jones, el gánster que se convirtió en el Mago de Oz de la música
Aunque con la salud maltrecha, el productor de 'Thriller' y director de la orquesta de Sinatra será este martes un nonagenario de leyenda
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Nacho Serrano
Quincy Jones estuvo estuvo nominado siete veces al Oscar en diferentes categorías musicales, pero la única vez que se alzó con la codiciada estatuilla fue cuando le concedieron una de consolación, el premio Jean Hersholt, que la Academia entrega en «reconocimiento a labores extraordinarias en ... causas humanitarias». Bueno, en realidad no fue la única: en 1971 aceptó en nombre de los Beatles el Oscar a la mejor banda sonora de canciones (una categoría específica para musicales que ya no existe) por 'Let It Be'. Una anécdota que cualquiera querría poner en su epitafio, pero que para él es sólo una más en una vida abarrotada de historias increíbles que mañana llega a su vuelta número noventa alrededor del sol.
Llegar al mundo en el miserable 'south-side' de Chicago en los años treinta marcó su destino, pero aún más lo hizo ver, a los siete años, cómo una furgoneta del manicomio se llevaba a su madre pataleando y embutida en una camisa de fuerza. Su padre se lo llevó a vivir con su abuela, una exesclava que le cocinaba ratas y zarigüeyas para desayunar, comer y cenar. Su reacción fue endurecerse. Se hizo con una navaja y se convirtió en un gánster juvenil –o mejor dicho infantil– que robaba en las tiendas del barrio, se metía en peleas y bebía hasta perder el sentido. Una adicción que lo perseguiría toda la vida y que lo ha tenido décadas flirteando con el más allá, con aneurismas, comas diabéticos y todo tipo de achaques que, sin embargo, nunca lo apartaron del trabajo, su otra gran adicción, que convirtió todos sus matrimonios en un fracaso, uno detrás de otro.
Los años cincuenta fraguaron la leyenda. Tocó en la big band de Lionel Hampton, colaboró con Thelonious Monk, Charlie Parker, Billie Holiday, Louis Armstrong, Gene Krupa, Miles Davis, Ray Charles o Dizzy Gillespie (¿falta algún dios?), y a mediados de la década acometió su primera gran revolución artística, viajando a París para estudiar composición con la gran Nadia Boulanger. Pero poco antes de cruzar el océano, había vivido una de las experiencias más traumáticas de su vida. Su madre, diagnosticada con esquizofrenia y demencia, había salido del manicomio y se presentó en un concierto suyo en el mítico local de jazz Birdland de Nueva York, montando un escándalo que lo torturaría durante décadas.
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Infiel patológico
El gran Rey Midas de la industria que terminó siendo Quincy Jones empezó a moldearse en 1961, cuando se convirtió en el primer vicepresidente afroamericano de una gran compañía discográfica, Mercury Records. Su condición de infiel patológico había espantado a su segunda esposa, pero a nivel profesional no podía ser más feliz: su apuesta por la cantante Leslie Gore le cubrió de oro. Y después llegó Sinatra.
La Voz le contrató como arreglista y director de orquesta, sin papeles, sólo con un apretón de manos, tal como Jones recuerda en su autobiografía, 'Q' (espléndidamente traducida al castellano por la editorial Kultrum), y las puertas del cielo se le abrieron de par en par. Descubrió la bohemia de Las Vegas de la mano de su cicerone por excelencia, y los excesos se tornaron rutina. Pero ni su capacidad de trabajo ni su creatividad palidecieron, ni tampoco su obsesión por plantearse nuevos retos. Se lanzó a la composición de bandas sonoras de películas como 'El prestamista' de Sidney Lumet, 'A sangre fría' de Richard Brooks, 'La huida' (1972) de Sam Peckinpah e incluso produjo 'El color púrpura' de Steven Spielberg, un proyecto que estuvo a punto de matarlo de agotamiento.
Si Quincy Jones ya era uno de los compositores, arreglistas y productores más respetados de la industria musical, su relación con Michael Jackson terminó de esculpir el mito. Juntos cumplieron el sueño mutuo de rodar una adaptación cinematográfica de 'El Mago de Oz' en clave musical en 1975, rompieron el mercado en 1979 con 'Off the Wall' y dominaron el mundo tres años después con 'Thriller', el álbum más vendido de todos los tiempos... y otra fuente de inmensurable estrés para Jones.
Sueños cumplidos
Pero lo que no lo mató lo hizo más fuerte, porque desde entonces ha podido permitirse hacer todo lo que se le ha antojado y ha cumplido todos sus sueños, incluyendo el de acometer el colosal reto de resumir doscientos años de música afroamericana en un gran espectáculo para el Museo Smithsonian. Más insuperable se mostró el desafío de dejar de beber, ni siquiera después de sufrir un nuevo ataque en 2015. Dos meses después, ya estaba preguntando a su cuidadora dónde estaba su botella de vodka.
Quincy Jones tampoco ha dejado de ser un 'workaholic'. En estos últimos años emprendió un programa de mecenazgo de artistas con los que ha girado por todo el mundo, y hasta se ha marcado cameos en videoclips y discos de estrellas de nuevo cuño como Travis Scott o The Weeknd.
Hace diez años, Jones celebró su octogésimo cumpleaños con un fiestón en el MGM Gran Hotel de Las Vegas, en el que estuvieron Bono de U2, Herbie Hancock, Carlos Santana, Stevie Wonder, Chaka Khan y el actor Michael Caine, que también cumplía 80 esa noche. Mañana, volverá a soplar velas mientras organiza otra fiesta que celebrará en verano en el Hollywood Bowl de Los Ángeles, rodeado, una vez más, por grandes estrellas de una industria de la música en la que ya apenas queda nadie vivo que haya dejado tanta huella como él.
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