CENTENARIO DEL AUTOR DE 'A SANGRE FRÍA'
Truman Capote, el novelista indómito que ardió en la hoguera de las vanidades
Se publica por primera vez en castellano la biografía coral que George Plimpton dedicó a Capote, un retrato inédito a partir del testimonio de 170 amigos y enemigos
Un ensayo sobre su paso por Palamós y un cómic dedicado al rodaje de 'A sangre fría' conmemoran el centenario del nacimiento del autor de 'Desayuno en Tiffany's'
'Truman Capote: remembranzas y confidencias', de George Plimpton & Co: el show de Truman (Capote) en su centenario

¿Truman Capote? Veamos. «Era un gran cuentista. Probablemente el más grande del siglo», dice Dotson Rader. «Decir que era un bufón de la corte apenas le hacía justicia. Era mucho más. Era el catalizador de sus vidas», apunta John Barry Ryan. «Nunca pude ... acabar nada de Below ni empezar nada de Capote», añade Gore Vidal. ¿Más? Ahí llega Norman Mailer, santo patrón de la banda que escribía torcido, dispuesto a sentar cátedra. «Lo que dije de Truman hace tantos años es que escribía las mejores frases de nuestra generación. Tenía un encantador oído poético. No tenía una buena cabeza», sintetiza el autor de 'La canción del verdugo'.
Luego, claro, están los chismorreos. La hoguera de las vanidades y el autor de 'A sangre fría' como salsa (agria) de casi todas las fiestas. «A finales del verano, Capote dijo que había tenido un lío con Camus (...). Dijo que Gide le había dado un anillo y amatistas», asegura Vidal. «Hablaba fatal de otros escritores, supongo que haría lo mismo conmigo. Depreciaba casi todos los nombres que salían en la conversación. Despreciaba a James Jones. Creo que despreciaba a Updike. Dejó para el arrastre a Vidal, y solo por divertirse un rato», evoca Kurt Vonnegut.
De fondo, jaleo de botellas recién descorchadas y tintineo de copas entrechocando. Porque esto es una biografía, sí, pero podría ser una fiesta. Un cóctel con amigos y conocidos en el que, como escribe George Plimpton al comienzo de 'Truman Capote: remembranzas y confidencias de sus amistades, enemigos, conocidos y detractores' (Libros del Kultrum), el lector va, copa en mano y sin que falte el vodka, de grupo en grupo escuchando «los recuerdos personales, las opiniones, las críticas maliciosas y las anécdotas».
Glamour y decadencia
Capote sin Capote, pero con todo lo demás. El padre ausente, la madre vivalavirgen consternada por su voz aflautada y sus gestos amanerados. Su atribulada infancia sureña, los pasillos de 'The New Yorker' y la 'invención' de la novela de no ficción. El glamour, la decadencia y su relación de amor-odio con la alta sociedad neoyorquina. La Côte Basque, 'Plegarias atendidas' y el misterio de las cenizas robadas. La amistad con Harper Lee (la escritora y crítica literaria Pearl Kazin Bell incluso sugiere que fue Capote quien escribió 'Matar a un ruiseñor') y su trabajo a jornada casi completa como mascota de las reinas de la moda.



«El libro dibuja una montaña rusa y a un ser contradictorio en todo, hasta en el destino del manuscrito tal vez acabado de 'Plegarias atendidas'. Ilustra a un Truman Capote que es capaz de ser uno de los mejores escritores de su tiempo y un autor atormentado por sus propios infiernos», explica el periodista Víctor Fernández, prologuista de una biografía cuya primera traducción al castellano llega escandalosamente tarde (la edición original de Plimpton es de 1997), pero justo a tiempo para celebrar el centenario del autor de 'Música para camaleones', nacido en Nueva Orleans el 30 de setiembre de 1924 y muerto, consumido por sus excesos y sus demonios, el 25 de agosto de 1984
Entre ambas fechas, toda una vida, un guateque casi perpetuo y un puñado de libros memorables. 'A sangre fría' (1965) lo convirtió en superestrella, sí, pero fue el gótico sureño y disimuladamente autobiográfico de 'Otras voces, otros ámbitos' (1948) lo que lo hizo escritor. Luego vendrían la nostálgica evocación de 'El arpa de hierba', el coqueteo con el periodismo literario, y el bombazo de 'Desayuno en Tiffany's' (1958), con Holly Golightly convertida en trasunto más o menos disimulado del propio Capote y Blake Edwards y Audrey Hepburn encargándose del resto.
Junto a los libros, o sobre ellos, fastuosos bailes de máscaras, escapadas a Taormina con su sufrida pareja, el también escritor Jack Dunphy, y un único anhelo: sentirse querido. Encontrar en la fama y el estrellato, en los salones del Plaza y las sábanas revueltas, todo el cariño del que no gozó ni en su infancia ni tampoco en su edad adulta.
Coro de tragedia griega
Plimpton, maestro del periodismo participativo que venía de reconstruir del mismo modo la vida de Andy Warhol en 'Edie', se aplicó aquí a conciencia para reunir a más de 170 amigos, enemigos y saludados de Capote alrededor de su totémica y controvertida figura. Un coro como de tragedia griega al que comparecen, entre muchos otros, John Houston, Joan Didion, C.Z. Guest, Katharine Graham, Lauren Bacall, Gore Vidal, Norman Mailer, Jack Dunphy, Paul Bowles, Joanne Carson, Mia Farrow, Stephen Sondheim, Joe Fox y Richard Brooks. Amantes, editores, rivales, cineastas, actrices, 'cisnes' y periodistas, todos a una, enjabonando y despellejando al pequeño gran embaucador de Manhattan. «Era un actor consumado. Escribía todos sus papeles y también los interpretaba», recuerda Paul Bowles.

Y con Capote de nuevo sobre un escenario para soplar velas por estos cien años de periodismo literario, ambición desmedida y cotilleos como afiladas guadañas, el festín trae cola. Así, al retrato inédito que compone la biografía de Plimpton se suma también 'La dificultad del fantasma' (Anagrama), breve ensayo en el que Leila Guerriero reconstruye el paso de Capote por la Costa Brava en 1962 para escribir el último tercio de 'A sangre fría'. «Sentado allí en su casa, junto a los acantilados, contemplando las suaves aguas del Mediterráno, comprendió también, quizá por vez primera, la verdadera dimensión de lo que intentaba realizar», escribió no Guerriero sino Gerald Clark en 'Capote', biografía canónica de la que el propio Plimpton aseguró haber echado mano para apuntalar sus 'remembranzas y confidencias'.
El salvaje asesinato de los Clutter y las pesquisas posteriores de Capote son también el hilo conductor de 'Regreso a Garden City', cómic que Astiberri publica coincidiendo con el centenario y en el que de Nadar y Xavier Bétaucourt evocan el viaje del novelista a Kansas en 1967 para asistir al rodaje de la adaptación cinematográfica de su obra maestra.
Plegarias desatendidas
'A sangre fría' es, qué menos, elemento central en la biografía coral de Plimpton y fuente de comentarios tirando a peliagudos («se acababa de tomar la decisión de que colgaran a los chicos y Truman empezó a dar saltos de alegría, y a dar palmadas y aplaudir, diciendo: 'Estoy entusiasmado! ¡Entusiasmado de alegría!», recuerda la escritora Kathleen Tynan), pero el gran enigma de la vida de Capote sigue siendo 'Plegarias atendidas', la novela inacabada con la que planeaba ajustar cuentas con la alta sociedad neoyorquina.
Una jugada maestra a imagen y semejanza de 'En busca del tiempo perdido' de Marcel Proust que, sin embargo, quedó en sublimación del chismorreo y puñalada trapera por la espalda. «Los Monstruos Sagrados de la alta sociedad, conmocionados. No se imaginan los gritos de traición y los alaridos de indignación», tituló la revista 'New York' cuando Capote publicó en 'Esquire' 'La Côte Basque 1965', un capítulo de 'Plegarias atendidas' que aireaba todo tipo de indiscreciones de sus cisnes, las 'socialités' que lo habían adoptado como amigo y confidente en los últimos años. «Yo nunca habría pensado que pudiera ser tan incauto; no es que fuera audaz, era imprudente», asegura Norman Mailer.

Capote recibió un adelanto de 250.000 dólares por el libro, pero lo único que entregó a cambio fueron un par de capítulos e infinidad de trucos de magia. Se decía que había un manuscrito terminado, que uno de sus amantes lo robó, pero nadie lo llegó a ver nunca. «Tenía unas páginas que aparentemente leía. Levantaba la vista. Era totalmente como un actor. Era un capítulo titulado 'Grave lesión cerebral'. Pero nunca vi esas palabras escritas en un manuscrito», explica Joe Petrocick, un amigo del escritor.
«Sólo puedo pensar en tres posibilidades a propósito de la suerte de los manuscritos presuntamente perdidos de 'Plegarias atendidas'. Una: Capote nunca los escribió; dos: Capote los escribió y los destruyó porque no estaba satisfecho con ellos; y tres: Capote los escribió y alguien los cogió. (...). Me inclino por la sospecha de que el propio Capote los destruyera. Admitió que había escrito buena parte de los últimos borradores de 'Plegarias atendidas' mientras se encontraba en una de sus peores etapas con el alcohol y las drogas, así que la calidad de los textos fuera probablemente muy irregular», argumenta el especialista en archivos literarios Andreas Brown.
Acumular cotilleos
Para Gore Vidal, que odiaba a Capote hasta el punto de saludar su muerte como «un buen paso en su carrera», la idea misma de 'Plegarias atendidas' era conceptualmente ridícula. «Truman pensaba que Proust se había dedicado a acumular cotilleos sobre la aristocracia y que había hecho literatura con ello; se aferró a semejante fantasía. Pero no había leído a Proust. Era incapaz de leer a Proust: no tenía ese tipo de concentración y, por supuesto, ni sabía francés ni le interesaba la historia (...) Pensaba que todo el mundo era como él: falso, ambicioso, malintencionado».
Kurt Vonnegut, algo más diplomático, tampoco se acabó de creer la conexión con 'En busca del tiempo perdido'. «Para hacer un texto proustiano, o una obra joyceana, lo que sea, tienes que estar muy equilibrado… Mentalmente estable, tener conciencia de tu propio ingenio». Y, sin duda, el Capote de aquellos tiempos distaba mucho de ser alguien equilibrado y estable.
«Durante la mayor parte de los años 1976-1978, Truman estuvo borracho y atiborrándose de pastillas, y entrando y saliendo de clínicas de rehabilitación». explica Bob Colacello, entonces periodista de 'Vanity Fair'. Poco después, en agosto de 1984, Capote murió en brazos de su amiga Joanne Carson de puro agotamiento. Demasiado alcohol. Demasiado de casi todo. Su último libro, el volumen de cuentos 'Música para camaleones' (1980), había añadido una nueva muesca a su brillante historial como cuentista, pero no hubo tiempo de más. «Le dije 'Truman, no digas tonterías. Como te mueras no te vuelvo a hablar'», recuerda Carson en el libro.
Y, en efecto, aquello fue lo último que le dijo.
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