Frank Gehry: «Bilbao ha sido un punto de inflexión en mi vida»
Con motivo del Premio Príncipe de Asturias de las Artes con el que el arquitecto ha sido galardonado, recuperamos la entrevista que Alfonso Armada le hizo en Nueva York en 2001
ALFONSO ARMADA
La fuente tiene forma de pez y es una semilla. De ahí parte la prodigiosa rotonda del edificio circular que el visionario Frank Lloyd Wright soñó y creó para el Guggenheim de Nueva York . De esa semilla y aprovechando como nunca la espiral ... de Wright, parte la retrospectiva que el museo neoyorquino dedicó (en 2001) a su heredero, Frank Gehry , y que culmina, bajo la claraboya de cristal de la que el arquitecto canadiense ha suspendido gigantescas mallas de alumino a modo de falda de mujer o telón teatral, con la maqueta del proyecto bilbaíno.
Tras el sueño de piedra y titanio de Bilbao, Frank Gehry está en la cima. Pero sigue siendo un niño dibujando nubes y peces y no se da importancia. «Bilbao ha sido un punto de inflexión en mi vida», dice sentado ante las maquetas del nuevo Guggenheim con reminiscencias del cetáceo anclado en el Nervión que ha soñado para el sur de Manhattan.
- Cuando era niño, ¿qué soñaba con ser de mayor?
- (Se ríe con ganas con una risa llena de aes a pesar del cansancio visible que destila su rostro, tras una interminable jornada de entrevistas, traído y llevado como la estrella de la arquitectura en que se ha convertido, aunque no por ello pierde ni sus modales ni su inveterada humildad). Nunca abrigué grandes expectativas. Mi familia era pobre. Esperaba poder encontrar un trabajo y no estaba seguro acerca de qué profesión elegir. Hubo un tiempo en que soñé con convertirme en ingeniero químico.
- ¿Ningún sueño acerca de construir casas o de hacerse escultor?
- No, en absoluto. Mi padre solía dibujar conmigo, y tenía bastante talento, pero nunca fue consciente de ello. Una de mis tías llegó a ser una renombrada modista en una pequeña comunidad de Florida. Probé muchas cosas. Tomé clases de arte, por ejemplo, y fue allí donde uno de mis profesores me recomendó que estudiara arquitectura. Tenía una especie de instinto y vio algo en mí. Seguí su consejo y no ha ido mal. Por eso he continuado hasta hoy.
- Siempre ha tenido fama de ser muy crítico con la arquitectura. Aprovechando esta retrospectiva con cuarenta maquetas, ¿cómo analizaría su propia trayectoria?
- Siempre he sido muy crítico con mi propio trabajo, mucho más de lo que haya podido serlo cualquier periodista. Soy el más severo crítico posible de mí mismo. Nadie ha dicho de mis obras nada peor de lo que yo me he dicho algunas veces.
- ¿No está satisfecho con lo que ha hecho?
- Nunca. (Y lo dice con una sonrisa, sin pretender ser tajante ni desafiante, sin que parezca una pose de ocasión). Pero también disfruto viendo todo este trabajo reunido aquí. El otro día (la exposición se inauguró hace diez días y estará abierta hasta el 28 de agosto. En otoño viajará a Bilbao) el caos era formidable, y yo me sentía como en mi propio estudio, mucho más a gusto. Ahora está demasiado limpio. Este proyecto (habla frente a la soberbia maqueta del nuevo Guggenheim que Gehry y la Fundación Guggenheim proyectan para el sur de Manhattan, junto al puente de Brooklyn) no está todavía terminado. Quizá recuerde todavía demasiado a Bilbao. Es evidente que forma parte de un lenguaje desarrollado allí, pero una vez terminado, el de Nueva York será muy diferente. Es una obra en marcha. A mí no me gusta. (Y se levanta para mostrar la maqueta que sí le embauca, la primera, más etérea, hecha de cartulinas blancas y papel de seda). Ésta sí me gusta. Es como una nube.
- ¿En qué medida el éxito que ha cosechado en Bilbao ha influido en su trabajo?
- (Se toma un instante para pensar en la respuesta). Tal vez me haya proporcionado más confianza en mí mismo y me ayuda con los clientes, porque hace veinte años yo no resultaba tan aceptable. Me ha convertido en alguien más aceptable. Bilbao ha sido un gran punto de inflexión en mi vida. De todos modos no le presto demasiada atención al éxito, porque podría resultar peligroso creérselo demasiado. Durante tantos años me he sentido tan inseguro y nervioso con lo que hacía, que no creo que haya cambiado en lo fundamental, en mi manera de ser. Pero me siento afortunado de no haber cambiado hasta ese punto.
(Aburrido de las enojosas manchas en algunas de las láminas de titanio, Gehry fue concluyente en la inauguración de su retrospectiva y no quiso entrar en más detalles: «Es un material óptimo. Es longevo y lavable. El problema es que el museo de Bilbao apareció como el mesías y todos esperaban que no pasase el tiempo por él. Pero todos los edificios envejecen. Si insisten tanto, terminaré construyendo el de Nueva York con piedra, para que tengan que limpiarlo»).
- ¿Arquitecto o artista?
- Arquitecto.
- ¿Sin duda alguna?
- Sin duda alguna.
- ¿No se siente todavía un artista?
- No. Aunque en alguna medida es lo mismo. Pero es una cultura diferente. Me gusta la relación con la gente tanto como hacer edificios. El arte es un oficio muy solitario.
- En su trabajo ha primado la forma, después la materialidad y ahora parece que le está dando más entrada al color, ¿es así?
- Siempre he tenido muy en cuenta el color, como en el temprano proyecto para la Escuela Loyola de Leyes de California, con una fachada de color brillante. No había dinero y opté por esa rotunda puesta en escena. Pero el color siempre ha estado presente a través del color natural de los materiales, siempre he fantaseando con el color. Estoy muy interesado en las superficies de apariencia pictórica, que es algo muy elusivo, y nunca había sido capaz de conseguirlo plenamente. Puede que donde más me esté acercando a ese propósito sea en el hotel de las bodegas de Marqués de Riscal, en El Ciego. Lo que pretendo es trasladar los valores de la pintura a una superficie dura, conseguir en los edificios el mismo efecto que en los cuadros. Es un proceso muy difícil y arriesgado. He buscado en artistas como De Kooning, Picasso, Matisse. Todos intentaron trasladar sus ideas al bronce y no funcionó, salvo Matisse, que es el que más se ha acercado a lo que yo quiero, por no hablar de Giacometti, que con su lenguaje lograba que sus bronces tuvieran una calidad pictórica. Sus bronces son mejores que sus dibujos. En la superficie se pueden hallar algunas de mis claves, porque me parece muy interesante esa mezcla de forma e inmaterialidad. He intentado trasladar eso a la materialidad de mis edificios. Pienso que es eso lo que los hace más humanos, te hace sentirte más vinculado a los edificios. Eso que sientes cuando contemplas una pintura impresionista, que encierra tantas posibles lecturas. He querido jugar con eso, a pesar de que nuestros materiales son rectilíneos.
- Arquitectura orgánica, líneas fluidas, ¿de dónde le viene la inspiración?
- Creo que de la escultura, de Fidias, los mármoles griegos.
- ¿Más que de la Naturaleza?
- También el mundo de los peces. Fue una intuición que no sabía adónde me iba a llevar. Hasta en casa me llamaban Fish (Pez o Pescado, en inglés no distinguen si nada o espera en el plato). Profundamente irritado con el posmodernismo me dije que era antropomórfico. Si queréis volver atrás hacedlo trescientos millones de años, buscad el origen en los peces mejor que en el hombre. Y empecé a trabajar en esa línea. Fue casi un chiste al principio. En realidad, no un chiste, sino rabia y sentimientos contrapuestos. Comencé dibujando y haciendo bocetos. Hice modelos, y salieron las lámparas-pez y serpiente y otros objetos. Muy pronto empecé a hacer arquitectura con ello. Me di cuenta de que era posible llegar al movimiento desde el interior de los materiales a través de ese camino. Creé un pez. Pero era terrible, muy kitsch, pero le quité la cola, la cabeza, las aletas, y lo hice más abstracto, y me di cuenta de que me estaba adentrando en una suerte de nuevo lenguaje acerca del movimiento, y funcionó. Eso fue lo que acabé llevando a Bilbao.
- ¿Qué efecto quiere provocar en la gente que ve sus obras?
- Sentimientos hermosos. Quiero encender algo. Cuando la gente va a Bilbao sonríe, y eso me gusta.
- ¿Quién es Frank Gehry?
- (Vuelve a sonreír en medio de su ostensible cansancio y dice con suavidad). No lo sé. Soy vasco. (Y se ríe con más fuerza). Tengo muchos lazos con ellos. Me gustan. Me gusta su perseverancia, su terquedad elemental. Es algo fascinante y muy bueno. Es una cualidad estupenda para manejarse en este mundo tan complicado. Decir: esto es lo que creo, y mantenerse en sus trece. Eso me impresiona mucho. Si tuviera dos ofertas de trabajo simultáneas y una viniera de España y tuviera que quedarme sólo con una elegiría España sin dudarlo. Así lo siento. Es un hecho. (La cosa se complica cuando Barcelona y Málaga requiebran al mismo tiempo al arquitecto que según el crítico del «New York Times» Herbert Muschamp ha renovado la visión de la democracia, ya que «nadie desde Wright ha ido más lejos que Gehry a la hora de reafirmar la capacidad de la arquitectura para favorecer las relaciones entre los individuos en la moderna democracia»).
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