La historia del hallazgo del «material más resbaladizo conocido por el hombre»
ciencia por serendipia
El químico Roy Plunkett dio por pura casualidad con el teflón, que pasaría de los tanques de la bomba atómica a los moldes de magdalenas... ¡y por supuesto a las sartenes!
El descuido del papel amarillo que cambió el sabor dulce para siempre
Roy Plunkett y otros dos químicos trabajan con el teflón
En la historia de la ciencia, hay momentos en que el azar se disfraza de genio. Uno de los ejemplos más fascinantes de la serendipia científica es el descubrimiento del teflón, ese material milagroso que ha evitado que millones de tortillas, huevos y crepes ... se peguen a la sartén, y que, de paso, ha revolucionado industrias tan dispares como la aeroespacial, la médica y la textil. Pero, ¿cómo llegó el teflón a nuestras cocinas y laboratorios? La respuesta es tan sorprendente como divertida.
Corría el año 1938 y el joven químico Roy J. Plunkett trabajaba en los laboratorios de DuPont en Nueva Jersey. Su misión era encontrar un nuevo tipo de gas refrigerante, más seguro y eficiente que los existentes. En aquellos años, la industria de la refrigeración vivía un auténtico boom y la carrera por el «súper refrigerante» estaba en pleno apogeo.
Plunkett y su ayudante almacenaron varios cilindros de tetrafluoroetileno (TFE), un gas que debía servir de base para sus experimentos. Como buenos químicos, tomaron todas las precauciones: los cilindros estaban bien sellados y enfriados con hielo seco. Pero cuando llegó el momento de usar el gas, algo extraño sucedió: ¡el cilindro parecía vacío! El gas no salía, pero el peso del cilindro seguía siendo el mismo que la noche anterior.
Lejos de frustrarse, Plunkett hizo lo que todo buen científico haría: investigó. Decidió abrir el cilindro y, para su sorpresa, encontró en las paredes internas una capa blanca, cerosa y muy resbaladiza.
¿Dónde estaba el gas? ¿Qué era esa sustancia extraña? Tras varios análisis, descubrió que el TFE había sufrido una reacción inesperada: se había polimerizado espontáneamente, formando un nuevo material, el politetrafluoroetileno (PTFE), que más tarde sería conocido como teflón.
Un material de ciencia ficción
Lo primero que llamó la atención de Plunkett fue la textura del PTFE: era increíblemente liso, casi imposible de agarrar. Pero lo más asombroso era su inercia química: ningún ácido, base o disolvente parecía afectarle. Era, en palabras de los propios científicos de DuPont, «el material más resbaladizo conocido por el hombre».
La empresa no tardó en patentar el invento (1941) y registrar la marca Teflon™ en 1945. Pero, ¿para qué servía exactamente ese polvo mágico? Al principio, ni siquiera Plunkett lo sabía. Como suele ocurrir con los grandes descubrimientos, el verdadero potencial del teflón se revelaría poco a poco.
El primer uso práctico del teflón no fue en la cocina, sino en la industria militar. Durante la Segunda Guerra Mundial, los ingenieros de DuPont buscaban materiales resistentes a la corrosión y a temperaturas extremas para fabricar juntas y válvulas en los tanques de uranio de la bomba atómica. El teflón, con su resistencia química y térmica, resultó ser perfecto para la tarea.
Después de la guerra, el teflón se coló en la industria alimentaria. Los moldes para pasteles y magdalenas fueron los primeros en beneficiarse de su capacidad antiadherente.
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Pero el gran salto llegó en 1954, de la mano de un matrimonio francés: él, ingeniero, experimentaba con cañas de pescar recubiertas de teflón; ella, harta de que la leche se pegara al cazo, le sugirió que probara el material en utensilios de cocina. Así nació la primera sartén antiadherente y la marca Tefal (de teflón y aluminio). El éxito fue inmediato: en 1960, solo en Francia, se vendieron tres millones de sartenes recubiertas de teflón. Pronto, el invento cruzó el Atlántico y conquistó el mundo. El resto, ya es historia.