ANÁLISIS

Mensajes de continuidad y renovación, 39 años después

Don Felipe en 2014: «Nada me honraría más que, con mi trabajo y esfuerzo de cada día, los españoles pudieran sentirse orgullosos de su nuevo Rey»

manuel ventero - Actualizado: Guardado en: Casa Real

Juan Carlos de Borbón fue proclamado Rey el 22 de noviembre de 1975 en circunstancias verdaderamente excepcionales. Lo fue, para empezar, en calidad de «Príncipe de España», título creado por Franco en 1969, sin otra intención que impedir el acceso al Trono de don Juan, que aguardaba en el exilio una restauración de la Monarquía que, como tal, nunca se produjo. Aquel día de noviembre, con Franco «de cuerpo presente» en el Palacio Real, don Juan Carlos se dirigió a la Carrera de San Jerónimo. Allí le aguardaba Alejandro Rodríguez de Valcárcel, presidente de las llamadas Cortes Españolas, quien, en calidad de presidente del Consejo de Regencia, ofició el traspaso de poderes y le tomó juramento. Al término del protocolo, Rodríguez de Valcárcel pronunció los oportunos vivas, si bien precedidos de una morcilla nostálgica: «Desde la emoción en el recuerdo a Franco, ¡viva el Rey, viva España!». Los rostros de los procuradores reflejaban el luto del Régimen.

CORTES DEMOCRÁTICAS

Sistema constitucional, Monarquía diferente

Treinta y nueve años después, 19 de junio de 2014, Felipe de Borbón acude al mismo escenario, pero todo se muestra distinto. Elegidas por sufragio universal, libre, igual, directo y secreto, estas Cortes se advierten a todas luces democráticas. Reflejan la diversidad de España, y en ellas destacan además dos centenares de mujeres, circunstancia entonces impensable. Treinta y nueve años después oficia la ceremonia el presidente del Congreso, Jesús Posada, un representante democrático. Toma juramento al Rey en cumplimiento de la Constitución y anuncia que don Felipe de Borbón y Grecia «reinará con el nombre de Felipe VI». Se trata de otra España de la que don Felipe habla a continuación en su primer discurso como Rey, un mensaje a la nación henchido de compromisos que condicionarán su reinado. Felipe VI pone inmediatamente el acento en su propia legitimidad: «Hoy comienza el reinado de un Rey constitucional», dice de sí mismo. A diferencia de su padre, don Felipe ocupa la más alta magistratura del Estado gracias a una Constitución refrendada por los españoles. Don Juan Carlos no tuvo esa fortuna: accedió al trono como sucesor de Franco «a título de Rey». Y fue él justamente quien impulsó el proceso que culminó con la firma de una Constitución que concedía al Monarca el único estatus compatible con la democracia. A diferencia de su padre, Don Felipe inicia el reinado con unas funciones tasadas, ceñidas siempre al ámbito de la auctoritas, jamás de la potestas.

LÍMITES EN LA POLÍTICA

«Escuchar, comprender, advertir, aconsejar»

Frente a Don Juan Carlos, que rogando a Dios manifestó su deseo de «ser capaz de actuar como moderador, guardián del sistema constitucional y promotor de la justicia», Felipe VI recuerda en su discurso las funciones a las que debe «atenerse» -ser símbolo de la unidad y permanencia del Estado, asumir su más alta representación y arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones- y se compromete a «colaborar con el Gobierno de la Nación -aclara-, a quien corresponde la dirección de la política nacional». Se diría que Don Felipe advierte a los cuatro vientos de los límites de su encomienda constitucional, como también de la necesidad de que todos comprendan una Monarquía diferente en la que no debemos pedirle al Rey que se extralimite en sus funciones. Recordando a Bagehot, autor de The English Constitution, aunque sin nombrarlo, don Felipe se presenta dispuesto a «escuchar, a comprender, a advertir y a aconsejar».

En 1975 don Juan Carlos recordó a Franco con «respeto y gratitud» en lo que fue un ejercicio de fino equilibrio. En 2014, en trance bien distinto, don Felipe rinde a su padre «homenaje de gratitud y respeto», reconociendo su «legado político extraordinario» y subrayando el cumplimiento de un compromiso adquirido y cumplido: ser «Rey de todos los españoles». Y evoca a continuación los valores defendidos por su abuelo, el Conde de Barcelona, a partir de los cuales Juan Carlos I «nos convocó a un gran proyecto de concordia nacional que ha dado lugar a los mejores años de nuestra historia contemporánea». Respecto del pasado, don Felipe invita a mirarlo «sin nostalgia, pero con respeto». Muestra así gratitud a la generación que «abrió camino a la democracia» y logró «la reconciliación de los españoles», pero al tiempo señala claramente la existencia de una nueva generación, la suya.

EL SERVICIO A ESPAÑA

Independencia y neutralidad de la Corona

El nuevo Rey expresa su convicción personal «de que la Monarquía parlamentaria puede y debe seguir prestando un servicio fundamental a España», y enuncia como características de la Corona su «independencia», «neutralidad» y «vocación integradora», atributo este último esgrimido por su predecesor para convocar a «todos» los españoles porque «a todos nos incumbe por igual el deber de servir a España», pero reconociendo -Don Juan Carlos- que «el Rey es el primer español obligado a cumplir». Treinta y nueve años después, Felipe VI extiende su compromiso, consciente de que «las exigencias de la Corona no se agotan en el cumplimiento de sus funciones constitucionales». Don Felipe señala su obligación con la sociedad «a la que sirve» y se erige en «fiel y leal intérprete de las aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos». Sabe que la política es el arte de dar ejemplo, como escribió Burke, y afirma la necesidad de la Corona de «observar una conducta íntegra, honesta y transparente».

EL VALOR DEL CIUDADANO

Ejemplaridad en la vida pública

Felipe VI conoce la demanda ciudadana: «que los principios morales y éticos inspiren -y la ejemplaridad presida- nuestra vida pública». Y sabe que «el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia». La historia ha situado a Don Felipe al frente de una Monarquía diferente, «una Monarquía renovada para un tiempo nuevo», y busca por ello la complicidad de una generación que define como «enérgica», «ilusionada» y caracterizada por un «espíritu abierto y renovador». Convoca así a los jóvenes a «acrecentar el patrimonio colectivo de libertades y derechos que tanto nos ha costado conseguir», advirtiendo que «toda obra política es siempre una tarea inacabada», de la misma forma que su antecesor hizo en referencia a la democracia, que Don Juan Carlos explicó incesantemente como un concepto dinámico, como un objetivo nunca alcanzado en su totalidad.

LAS INSTITUCIONES

Acuerdos entre partidos e interés general

Don Felipe se erige en portavoz de los españoles -«especialmente los hombres y mujeres de mi generación»-, que aspiran a «revitalizar nuestras instituciones»; españoles que reclaman «acuerdos entre las fuerzas políticas sobre las materias y en los momentos en que así lo aconseje el interés general».

El nuevo Rey reafirma su «fe» en la unidad de España, una unidad «compatible con la diversidad», un viejo reclamo que don Juan Carlos nunca dejó de proclamar durante su reinado. Tampoco aquel 22 de noviembre, día en que reconoció «dentro de la unidad del Reino y del Estado las peculiaridades regionales, como expresión de la diversidad de pueblos que constituyen la sagrada realidad de España», expresando en consecuencia el compromiso de un Rey que «quiere serlo de todos a un tiempo y de cada uno en su cultura, en su historia y en su tradición». Hoy Felipe VI puede invocar una Constitución que reconoce tal diversidad «como una característica que define nuestra propia identidad», y calificar después Don Felipe las lenguas del Estado como «patrimonio común».

GANAR EL FUTURO

Españoles orgullosos de su nuevo Rey

En su epílogo, pidiendo a Dios ayuda, Juan Carlos I pronunció una célebre sentencia: «Si todos permanecemos unidos habremos ganado el futuro». Don Felipe, por su parte, se reafirmaba en su creencia sobre la utilidad de una Monarquía «renovada para un tiempo nuevo». Y ya en la conclusión, articulaba una frase inesperada, ajena al ceremonial de las viejas monarquías. Para sorpresa de todos, evocando a Cervantes e invocando el espíritu de don Quijote, Felipe VI afirma que «no es un hombre más que otro si no hace más que otro». Y hace suya la sentencia asegurando que «nada me honraría más que, con mi trabajo y esfuerzo de cada día, los españoles pudieran sentirse orgullosos de su nuevo Rey». Y al fin, «gracias», en cuatro lenguas, las cuatro lenguas del Estado, «puentes para el diálogo»: en castellano, en catalán, en euskera y en gallego.

Felipe VI iniciaba así la práctica de un derecho de mensaje que su antecesor, Juan Carlos I, consolidó como una costumbre constitucional, tan incuestionable como necesitada de un preceptivo refrendo. Es éste el primero de una larga lista de mensajes que servirán a Don Felipe de herramienta de comunicación al servicio de una trascendental función moderadora. Es la tarea de un Rey actual, de un Rey que no gobierna pero reina, del primer Rey constitucional y democrático, stricto sensu, Don Felipe de Borbón y Grecia, que reina ya como Felipe VI. De un Rey consciente, como sugiere Castiglione en El cortesano, de que «la vida del Príncipe es ley y maestra de los pueblos», y aún más, «que de las costumbres de él procedan las de todos los otros».

Manuel Ventero Velasco es Director de Comunicación y Relaciones Institucionales de RTVE y autor del libro Los mensajes de navidad del Rey.

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