el verano, todos los veranos
Marbella: del «jet set» al «je sais»
Marbelleros y marbellíes lo tienen claro: creen, como Girolamo Cardano, que el mundo, la vida o lo que sea les ha tratado injustamente, pero a su favor
beatriz manjón
Yo vine a Marbella para olvidar –se viaja no para buscar el destino sino para huir de donde se parte, escribió Unamuno– y he acabado casándome, que es el principio de un amar necesariamente desmemoriado. Para querer a la Marbella de hoy hay también ... que hacer un ejercicio de olvido de malayas, cornúpetas, folclóricas y, pervirtiendo a Maiakovski, nubarrones en pantalones de tiro alto, contemplarla con la ternura con la que se mira a un amor algo inconsciente, capaz de coquetear con cualquiera que le ofrezca derramar el cuerpo sobre su arena para faquires, escalar esa montaña en la que las nubes baten como en un solitario peloteo de tenis, mojarse en ese mar quieto como por efecto de Bótox y desfilar por la pasarela de su exhibicionismo hialurónico y kitsch.
En Marbella uno puede darse un beso adúltero en el mar y sentirse Deborah Kerr, pero también tropezarse en un súper con el bien avenido matrimonio vampiro; cruzarse en Guadalmina Golf con Luis Ortiz, que juega como si supiera que la vida son cuatro pelos mal puestos, beberse la tarde de un trago en el Nikki Beach o a sorbos en el Sonora, compensar los gritos de los niños sin siesta con los rezos de la mezquita del rey Abdul Aziz, deambular por el paseo marítimo destino Puerto Banús como si sonara el Adagietto de Mahler y volver a la ciudad con olor a sardina y Cali y El Dandee bajo el pañuelo Santoni. El espeto marbellí es una suerte de magdalena proustiana.
En la playa urbana, que va cambiando de nombre como geishas solícitas, los cuerpos Buchinger se mezclan con las saladillas rusas que cocinan en sus flamígeras pieles sueños de princesa Disney. Y luego está el casco antiguo, el bullicio ordenado de la Plaza de los Naranjos , cerca de donde Michelle Obama se encontró con su propio souvenir: un recorte de «Hola» enmarcado con brillos, marca de la casa. El brillo de la crema bajo la sombrilla exótica, de la melena barbie de Gunilla, de esos diamantes que regalados lucen más que comprados por uno, o eso dijo Mae West. A los cocheros se les puede pedir un paseo por las propiedades de los corruptos, milla del desdoro, pero también puede uno apearse del prejuicio para toparse con seres que, si se transparentan, tienen azahar por corazón.
A ver si cae un Briatore
Hablar con el florista Pepe Berrocal es como desayunarse pan de pueblo con el refinamiento de un Pepe Carleton, aquel que le preguntó a la Hepburn qué color quería para la casa y ella contestó: todo blanco. En Banús las inglesas pasan las vacaciones despidiéndose de la soltería , a ver si cae algún Briatore, los Rodríguez preguntan por Olivia Valere y las Lomana sin cash paran delante de Cartier como Audrey con su cruasán en Tiffany’s. Qué tendrá Marbella cantaban los Chichos. Marbelleros y marbellíes lo tienen claro, creen, como Girolamo Cardano, que el mundo, la vida o lo que sea les ha tratado injustamente, pero a su favor. Marbella es un paraíso de contrastes hoy más generoso, pues de la caída se levanta uno más humilde. Digamos que ha cambiado «jet set» por «je sais».
Marbella: del «jet set» al «je sais»
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete