La oración que busca un pastor
Bajo la mirada del mundo, el corazón de la Iglesia late en oración
Cómo se fabrica un Papa: claves de 2005 y 2013 para entender la votación de 2025

En mitad del bullicio de la plaza de San Pedro, entre turistas que observan la cúpula y grupos que recorren el lugar con curiosidad, el padre Agustín Torres reza en silencio. Es sacerdote, originario de Ciudad de México. Permanece de pie, inmóvil, con ... un rosario entre las manos. Sus ojos, abiertos y fijos en la fachada de la basílica, no se cierran en ningún momento. No necesita aislarse del entorno para concentrarse.
«Es un momento histórico, muy importante para la Iglesia y para el mundo entero —dice con serenidad—. Espero que el Espíritu Santo ilumine a los miembros del cónclave en la elección del nuevo Santo Padre.»
A su alrededor, no todos rezan. La plaza está llena de vida: turistas, curiosos, cámaras, pasos, voces. Pero entre ellos también hay monjas, sacerdotes, peregrinos y anónimos que han venido solo a eso: a rezar. Algunos en grupo, otros solos. Unos pocos se arrodillan, otros se quedan quietos, con la mirada baja o alzada al cielo. Hay quien murmura oraciones; hay quien solo guarda silencio. Pero todos comparten el mismo anhelo: que la elección que se prepara esté guiada por algo más alto que la voluntad humana.
No es un silencio continuo ni general. Pero sí hay algo que se siente, una especie de recogimiento disperso, una tensión que no es política, sino espiritual. En cada rostro creyente se dibuja una espera íntima, como si cada uno estuviera a solas con Dios, incluso rodeado de cientos de desconocidos. Y, sin embargo, nadie está solo. La plaza entera respira al mismo ritmo cuando se trata de fe. Una fe que, en los momentos clave, no desaparece. Se intensifica. Se aferra a lo más profundo.
Este cónclave será el más diverso de la historia. Participan cardenales de 71 países. La mayoría son nuevos; muchos ni siquiera se conocían antes de reunirse en Roma. Ya no se puede hablar de bloques rígidos entre progresistas y conservadores. Las fronteras se han difuminado. Hay tensiones, sí. Hay diferencias reales sobre el rumbo que debe tomar la Iglesia. Pero aquí, en la plaza, no se debate. Se espera. Se reza.
La elección del nuevo pontífice no es solo una cuestión interna del Vaticano. Es una decisión que afecta a más de 1.400 millones de católicos en todo el mundo. Porque no se trata únicamente de quién ocupará el trono de Pedro, sino de qué tipo de Iglesia se construirá a partir de ahora. Más abierta o más cerrada. Más pastoral o más doctrinal. Más valiente o más cauta. Más madre o más juez.
Esa esperanza silenciosa, que se mantiene viva entre el ruido, refleja lo que muchos sienten en lo más profundo: el deseo de seguir creyendo. De confiar en que, incluso en medio del desorden del mundo, la Iglesia universal sabrá encontrar un nuevo comienzo. Y así, mientras los cardenales votan bajo el Juicio Final de Miguel Ángel, el padre Agustín y tantos otros siguen orando, con los ojos abiertos, bajo el cielo de Roma.
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