En mitad del bullicio de la plaza de San Pedro, entre turistas que observan la cúpula y grupos que recorren el lugar con curiosidad, el padre Agustín Torres reza en silencio. Es sacerdote, originario de Ciudad de México. Permanece de pie, inmóvil, con un rosario entre las manos. Sus ojos, abiertos y fijos en la fachada de la basílica, no se cierran en ningún momento. No necesita aislarse del entorno para concentrarse.
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