Tierra Santa: el otro también es humano
«En la Franja, más que pan, la gente pedía escuelas para sus hijos»
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Iniciar sesiónAnte la esperanza que supone el alto el fuego alcanzado en Gaza, los obispos de Tierra Santa han observado que una cosa es el final de la guerra y otra, muy distinta, el final del conflicto. El Patriarca Latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa ha ... dicho que «hay un gran trabajo por hacer para reconstruir las relaciones, para reflexionar sobre cómo hemos vivido, las divisiones que se han creado, y hacer una revisión general de las relaciones en el seno de las sociedades israelí y palestina». Y ha señalado, sin ambages, el corazón del problema: «es un gran desafío para todos, el odio solo se puede vencer con amor… la gente necesitará ayuda para purificarse de tanto odio, del veneno que esta guerra ha sembrado en todos sin distinción». La Iglesia, desde luego, no es un actor político en este conflicto, pero sí puede aportar mucho en ese sustrato de convivencia que es el único que puede ofrecer un contexto para la paz.
Hay un hecho contundente que afecta tanto a palestinos como a israelíes: los terribles atentados de Hamás, y la posterior respuesta militar israelí en Gaza han supuesto, entre otras cosas, la deshumanización del «otro», del que es diferente. De ahí el llamamiento de los obispos a «reconocer recíprocamente el sufrimiento del otro» como una de las grandes tareas de este momento. Es lo que han hecho algunas familias de rehenes secuestrados por Hamás que con valentía y realismo reconocen que la lógica de la venganza solo conduce a un callejón sin salida y, desde su intenso sufrimiento, se han mostrado unidas al sufrimiento de miles de familias palestinas. Es también lo que ha hecho una familia palestina de Belén que ha querido ir a Jerusalén durante las fiestas navideñas, para que no domine en sus hijas la sensación de miedo, como si al otro lado solo hubiera gente de la que protegerse y no un mundo distinto que descubrir. Estos son los pequeños signos de esperanza que brotan estos días.
Otro lo indicaba el propio cardenal Pizzaballa que, al volver recientemente de una visita a la parroquia católica de Gaza, contaba que, en la Franja, más que pan, la gente pedía escuelas para sus hijos. Se necesita gente que, sobre todo, mire al futuro de sus hijos en una tierra en la que poder vivir con otros que son diferentes, pero que tienen un mismo corazón, un mismo deseo de justicia y de felicidad. Sólo partiendo de este deseo se puede volver a empezar. Ahí se abre una gran tarea, aunque no ocupe las portadas de los medios.
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