John Wilmoth: «Los países envejecidos deberán incluir más a mayores de 65 años como fuerza laboral»
El director de la división de Población de la ONU discute la llegada a los 8.000 millones de personas y los desafíos y tendencias alrededor de este hito
La humanidad alcanza los 8.000 millones
Editorial: Los riesgos del desequilibrio poblacional
Corresponsal en Nueva York
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Iniciar sesiónEste martes es la fecha en la que la ONU predice —más de manera simbólica que exacta— que el planeta albergará a 8.000 millones de habitantes. El crecimiento de la población, sin embargo, se ha ralentizado con fuerza y, según las previsiones de ... la propia organización internacional irá cayendo hasta hacer pico en la década de los ochenta de este siglo.
Para 2030, seremos 8.500 millones de humanos en la Tierra, 9.700 millones en 2050 y alrededor de 10.400 millones en ese pico, donde se mantendrá en ese nivel hasta el final de siglo.
Las tendencias demográficas de las últimas décadas se acentuarán. China, el gran músculo de población, será sobrepasado el año que viene como país con más habitantes por India. Y el crecimiento, como es habitual, se centrará en las regiones más pobres: el gran surtidor de población será el África Subsahariana, en un fenómeno que incrementará los desafíos económicos, sociales y políticos del continente.
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Así serían los habitantes de un planeta de 100 personas
Javier Torres Santodomingo
John Wilmoth es uno de los mayores expertos en demografía del mundo y dirige la división de Población de la ONU, después de haber sido catedrático en demografía de la Universidad de California en Berkeley. En esta entrevista con ABC, discute la llegada a los 8.000 millones de personas y los desafíos y tendencias demográficos alrededor de este hito.
—Llegamos a los 8.000 millones. ¿Es algo para celebrar o lamentar?
—Es algo que celebrar, sin duda, refleja que la gente vive más y con más salud. El crecimiento de la población es por algo bueno, porque vivimos más, porque se mueren pocos niños, porque la mayoría de la gente vive hasta los 60, 70 o 80 años. Por supuesto, hay problemas relacionados con el crecimiento de la población, sobre todo cuando es de forma rápida en algunos países. Pero lo fundamental es que refleja uno de los grandes logros de la humanidad: la ampliación del periodo de vida y la prevención, casi eliminación, de las muertes prematuras.
—Como dice, el crecimiento supone desafíos. ¿Qué capacidad tenemos de alimentar, cuidar, transportar a más gente? ¿Cuántos humanos más puede acoger este rincón del universo?
—Mucha gente se ha preguntado eso y las respuestas pueden ser muy diferentes. Mucho de ello depende de qué tipo de mundo quieres habitar. ¿Uno con mucho espacio personal, alejado de vecinos? ¿Con cuántas zonas de recreo o reservadas para la naturaleza? Y luego tienes que incluir conjeturas sobre qué nivel de desarrollo tendrá la agricultura y cuánto crecerá su productividad. Más que todo eso, lo importante es ver qué podemos hacer ahora, sobre todo en los países con crecimiento muy alto, que son países pobres.
—¿Cuál es la dinámica en esos países?
—Es un desafío avanzar en el desarrollo económico y social de esos países, mejorar el acceso al trabajo, la educación, la salud, la alimentación o la esperanza de vida con una población que crece tan rápido. Y el hecho de ser países con bajo desarrollado exacerba el crecimiento demográfico: todo lo relacionado con el subdesarrollo aumenta la natalidad: niñas sin educación, mujeres sin otra oportunidad que criar hijos, pobreza. El crecimiento demográfico rápido es en estos países, a la vez, una causa y un síntoma de un bajo progreso en desarrollo.
—Entonces, si sabemos que en algunas regiones la población va a seguir creciendo con rapidez, ¿es inevitable que haya cada vez más pobreza?
—No creo que sea inevitable, aunque ese pueda ser el caso. Una preocupación al respecto es que se va a exacerbar la tendencia de que el crecimiento se concentre en países pobres. Cuando el mundo pasó de los 7.000 a los 8.000 millones de personas, el 70% vino de países con ingresos medios o bajos. Pero la previsión es que en los próximos mil millones, el 90% provenga de esos dos grupos de países. Es muy importante enfrentarse al problema de cómo va a vivir la próxima generación en esos países y asegurarse de que no sea una generación perdida, sin oportunidades.
—¿Qué puede hacer el Norte, el mundo desarrollado, al respecto?
—Es una cuestión compleja. El Norte debe tener la obligación de ayudar al desarrollo económico y social de los países pobres y de proteger el medioambiente al mismo tiempo. Son muchas cosas. Una de ellas, la deuda que arrastran muchos países. Pero en cuestión de población, es ayudar a los países pobres a tener medios para controlar su natalidad. De alguna manera, es un problema de los que están en vía de desarrollo: la natalidad está bajando a nivel mundial, la pregunta es cómo de rápido lo puede hacer. Sabemos que la población mundial parará de crecer hacia los años ochenta de este siglo.
—Se habla del 'dividendo demográfico', del beneficio que recibirán algunos países con crecimiento de población, con mucha fuerza laboral de adultos jóvenes…
—En los países que crecen mucho es cierto que hay un grupo de población muy grande de ese tipo, de entre 18 y 35 años. Pero también tendrán por debajo grupos mayores de niños. Lo que se necesita es que la natalidad decrezca durante algunas décadas, para obtener un incremento en el grupo de población en edad de trabajo respecto al total de la población. Y ahí es cuando ocurren oportunidades de crecimiento económico rápido. Si se aprovecha bien esa transición demográfica, hay evidencias de que puede ayudar al desarrollo.
—Se intensifica el contraste entre países desarrollados con la población estancada y envejecida y países pobres que explotan demográficamente, ¿qué impacto tendrá en los movimientos migratorios?
—Quizás las sociedades desarrolladas deberán adaptarse e incluir más en su fuerza laboral a grupos con menos presencia, como personas mayores de 65 años o mujeres. La migración internacional es otra forma de enfrentarse a ese envejecimiento. Otra cosa es que los países quieran cubrir esa demanda con migrantes, si estos tendrán esa oportunidad.
—¿Cómo valora el experimento de China y su política de un solo hijo?
—Hablar de esto es siempre polémico. Las evidencias muestran que ya había cambios demográficos en el país y que la gente hubiera reducido su tasa de paternidad sin que se hubiera impuesto la política. Lo que hizo la política fue acelerar esos cambios y la natalidad cayó muy rápido. Fue algo radical y se encontraron con un grupo de población infantil mucho más pequeño, lo que liberó muchos recursos para la población adulta y para levantar la infraestructura de la China moderna. Así que se puede decir que hubo un efecto positivo. Lo que pasa es que ahora el país experimenta un envejecimiento muy rápido de la población, una inversión extrema de la pirámide de la población. Y la preocupación para China es cómo la población en edad de trabajo puede sostener a la población más vieja.
—China ha tratado de solucionarlo hace años…
—Primero eliminaron la política de un solo hijo. Después han buscado incentivar a la gente a tener dos o incluso tres o cuatro. Ahora es un país más como Francia, que necesita que sus ciudadanos tengan hijos.
—¿Hay algún interés en los países donde crece mucho la población en seguir el experimento chino?
—No, porque fue algo muy único de China. No creo que muchos países tengan la capacidad de hacerlo, la voluntad política y la infraestructura administrativa para llevarlo a cabo. No se me ocurre otro país donde el Gobierno esté tan implicado en la vida de la gente y que algo así sea aceptable.
—En la parte más desarrollada, la preocupación es que la natalidad se hunda…
—Hay quien habla del hundimiento de la población, como Elon Musk, que lo califica como el mayor riesgo que corre el mundo. Nosotros no vemos la posibilidad de ese hundimiento en un futuro próximo. A no ser que haya un Holocausto nuclear. Pero no, no hay razón para pensar que vaya a ocurrir. Por supuesto, hay preocupación en los países con índices de natalidad bajos, como en Japón, otros países del este de Asia y varios en Europa. En Europa del Este es ahora más extremo, porque se combina baja natalidad y emigración.
—La paradoja es que en los países desarrollados, con baja natalidad, es donde hay gente que se plantea no tener hijos para no empeorar el cambio climático…
—Puede ser la misma gente que no usa plásticos o que decide no comer carne por esa razón. Es admirable, noble. Y si hubiera mucha gente que lo hiciera, tendría un impacto. Pero, ¿hacer algo así realmente cambia algo? Me refiero a acciones individuales. ¿O necesitamos cambios sistémicos? Ahí es donde creo que tienen que actuar los gobiernos e incentivar que la gente consuma de una forma diferente. En mi opinión, los cambios tienen que venir más en comportamiento humano y en patrones de producción y consumo que en el número de gente que hay en el planeta.
—¿Cómo es la relación entre estas tendencias demográficas y el cambio climático?
—Yo creo que tendríamos esos problemas de cambio climático tanto si la población crece como si no lo hace. Tiene que ver más con el sistema económico y la manera en la que nuestro consumo y producción afectan al planeta. Sin duda, el crecimiento de la población magnifica el problema existente. Por ejemplo, si hay un problema de exceso de consumo o de gestión de residuos y si duplicas el número de personas implicadas, entonces el tamaño del problema se duplica. Pero un problema puede ser diez veces mayor por la forma en la que actúas que el doble de grande porque la población se duplica. Lo que quiero decir es que tenemos que tener más cuidado con los problemas que creamos per capita, que con el tamaño de la población.
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—¿Es negativa la tendencia de las megaurbes? ¿Hay que buscar alternativas?
—Para mí no es un asunto que esté bien estudiado. ¿Es mejor tener diez megaurbes o cien ciudades que son un 10% su tamaño? ¿Qué modelo ofrece mejor calidad de vida? Yo no lo tengo claro, pero sin duda veremos cómo las megaurbes seguirán creciendo, porque es la tendencia que llevan y no parece que nada lo vaya a cambiar. Pero yo no estoy de acuerdo en que las grandes ciudades sean necesariamente malas. Nueva York es un ejemplo de gran ciudad que funciona razonablemente bien. Pero no sé si el modelo se puede replicar porque, de nuevo, se necesita dinero. Gestionar una ciudad como Nueva York exige mucha financiación y no parece un modelo realista para muchas de las grandes megaurbes que están en países muy pobres.
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