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Nubia Muñoz: «La vacunación infantil debería ser obligatoria»

Los estudios de esta epidemióloga fueron esenciales para desarrollar vacunas contra el virus del papiloma humano y prevenir el cáncer de cuello de útero

Vídeo: DAVID DEL RÍO
Nuria Ramírez de Castro

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Para algunos es la mujer que descubrió una vacuna contra el cáncer y fue ignorada por el Nobel, pero Nubia Muñoz (Cali, 1940) es mucho más que un borrón de la Academia sueca. La vida de esta desconocida epidemióloga colombiana podría inspirar una película de heroínas con final feliz.

Una historia en la que la niña pobre y huérfana de un país latino se convierte en una científica brillante y descubre cómo la infección de un virus causa un cáncer letal y tabú, el de cuello de útero . Sus estudios sobre el virus del papiloma humano permitieron el desarrollo de unas vacunas que hoy salvan miles de mujeres en todo el mundo.

Sin embargo, en este guión donde no faltan los malvados, Muñoz también se ha enfrentado a la persecución de los movimientos antivacunas y a la falta de reconocimiento académico . El premio Nobel se le escurrió entre los dedos.

Reconoció los estudios del virus del papiloma humano aunque solo consideró la participación de un colega suyo, el médico alemán Harald zur Hausen. Hoy hablar de este trago amargo le «aburre». «Eso ya es historia», despeja con elegancia durante la entrevista con ABC. A sus 78 años, Muñoz una mujer menuda y de habla suave , parece sentirse incómoda deambulando por las lujosas estancias alfombradas del Palacio del Marqués de Salamanca, la sede de la Fundación BBVA en Madrid. Allí recibirá mañana el reconocimiento a su labor en Cooperación al Desarrollo, uno de los prestigiosos premios Fronteras del Conocimiento que esta institución concede cada año.

La suya no era una familia convencional. Solo había dinero para que estudiara uno y apostaron por la única niña entre cinco varones. ¿Muy feminista para los años 40?

—Bueno, fue algo natural. Yo era la pequeña y cuando murió mi padre ellos empezaron a trabajar para ayudar a mi mamá. Si ellos hubieran tenido la oportunidad, creo que hubieran logrado también lo que se propusieran.

¿Cómo empieza su interés por el virus del papiloma humano, el patógeno que ha ocupado tres décadas de su vida?

—Tenía claro que debía investigar en los cánceres que afectan más a los países pobres. Primero empecé con el cáncer de estómago y después con el de cuello uterino, del que se sospechaba que había un vínculo infeccioso, transmitido por vía sexual. Un médico italiano notó en 1852 que el cáncer de útero era inexistente entre las monjas y más frecuente entre las mujeres casadas. Se especulaba con que el agente infeccioso podría ser sífilis, gonorrea, parásitos, el virus herpes... Me fui a Brasil donde había muchos casos de cáncer uterino y me traje a Lyon muestras de tumores y verrugas genitales conservadas en hielo seco. Pedí que se analizaran en el Instituto Pasteur y en el laboratorio de Harald Zur Hausen en Alemania en busca de restos del virus del papiloma para probar la relación. Zur Hausen aisló el virus en las muestras.

Pero usted fue la primera en pensar en este vínculo, pese a que el premio Nobel se lo llevó Zur Hausen. ¿Ha pasado página o aún le indigna?

—Sí, eso ya es historia. Para mí lo más importante es que un trabajo de tres décadas ha tenido como fruto una vacuna y un test que permite detectar precozmente lesiones precancerosas y lo hace mejor que una citología. Ser nominada para el Nobel fue un gran honor.

¿Cree que ser mujer le perjudicó?

—No, no lo creo. Pero ya sabemos que menos del 10 por ciento de los Nobel son mujeres, aunque sabemos que muchas lo han merecido.

¿Lamentó Zur Hausen públicamente o en privado que no se lo hubieran concedido?

—Ah, no, nunca, ese hombre es muy arrogante. No quiero ni verlo (risas).

—La vacuna del papilomavirus ha sido una de las más polémicas. ¿Le costó convencer a las madres de la importancia de vacunar a sus hijas?

—Mucho. Se aconseja ponerla a niñas de diez y once años, cuando aún no han tenido relaciones sexuales. Algunas madres se sienten incómodas con esto, por eso en algunos países se presentó como una vacuna contra el cáncer, no contra un virus de transmisión sexual. En Estados Unidos y otros países se temía que la vacunación incitaría a las niñas a tener relaciones sexuales más pronto porque se sentirían más seguras. Se han hecho estudios de comportamiento sexual y sabemos que esto no ocurre. Si la vacuna es polémica es solo por ignorancia y falta de información. Detrás, están los movimientos antivacunas, alimentados por intereses económicos para poner demandar a las grandes compañías.

—Durante años se ha cuestionado su seguridad. ¿Queda alguna sombra de duda?

—Todos los estudios avalan su eficacia y seguridad. Se ha estudiado a cuatro millones de mujeres vacunadas y no se ha hallado ninguna relación con enfermedades autoinmunes. La OMS ya ha lanzado ocho comunicados confirmando su seguridad. El único efecto secundario es el que causan otras vacunas, las molestias del pinchazo, dolor de cabeza y algo de fiebre que desaparece en un par de días.

—¿Está satisfecha con la tasa de vacunación alcanzada?

—La vacuna se ha introducido en 87 países, la mayoría son ricos. La gran tragedia es que el 86 por ciento de los casos de cáncer de cuello uterino ocurren en los países más pobres.

—Aún es un fármaco muy caro...

—Sí, aquí sí. Afortunadamente la alianza GAVI está comprando vacunas a un precio muy bajo para que lleguen a países africanos. Inicialmente, se necesitaban tres dosis y cada una costaba más de cien euros. Ahora sabemos que hasta los 18 años, con dos dosis es suficiente y tenemos estudios en marcha para averiguar si bastaría con una única dosis. Esto sería la solución para abaratar los costes. Ahora hay tres compañías que han desarrollado vacunas frente al papilomavirus, una de ellas tiene el poder para prevenir el 90 por ciento de los casos de cáncer de cuello uterino. Si se introduce en todos los países, este tipo de cáncer podría desaparecer.

—¿Cuándo?

—Es imposible poner una fecha, pero podría conseguirse en dédadas.

—Hay movimientos «antivacunas», pero también colegas médicos que no recomiendan la vacunación.

—Sí, es un gran problema. Ocurre en Estados Unidos, en Colombia y también en España. En Colombia todo iba bien hasta que en 2014 empezó a haber problemas en un pueblito muy pobre y con muchos problemas sociales del Norte. Unas niñas vacunadas empezaron a desmayarse, a tener convulsiones y a no poder andar. Se consideraron varias hipótesis: una intoxicación alimenticia, la contaminación del agua... Hicimos muchos análisis y todo salió negativo, hasta que alguien recordó que habían sido vacunadas en la escuela. Todos los medios de comunicación publicaban fotos de niñas desmayadas en brazos de sus padres. Invitaron a antivacunas, llegaron los abogados... y a partir de ese momento la tasa de vacunación pasó del 90 por ciento al 17% actual.

—¿Cómo están estas niñas ahora?

—Estas niñas están absolutamente recuperadas. La conclusión es que no tenían nada orgánico. Era una reacción debido al estrés masivo. Al ver a sus compañeras convulsionar, hacían lo mismo por una especie de efecto contagio. Y más aún cuando aparecían los políticos o los medios de comunicación. Ahora hay una demanda millonaria contra la farmacéutica.

—¿Debería ser obligatorio la vacunación infantil?

—Sí, en Francia donde yo vivo, la patria de Pasteur, la cobertura es bajísima. Es un problema muy serio. La ministra de Salud francesa ha puesto once vacunas obligatorias, entre ellas no está la del papiloma y debería estar.

—En todos estos años que ha estudiado el cáncer femenino, ¿hay alguna historia que le haya llegado más al corazón?

—El año pasado estuve en una conferencia que organizó la Academia Nacional de Medicina en Colombia. Una de las conferenciantes era una pediatra de 34 años que estaba en fase terminal por un cáncer de cuello uterino. Ella no pudo vacunarse y vino a pedir que las niñas se protegieran. Nos hizo llorar a todos. Hemos incluido su testimonio en los vídeos con los que educamos a los médicos.

—Lo que sabemos de infecciones que provocan cáncer, ¿es solo la punta del iceberg?

—Es posible que haya más patógenos implicados. Sabemos que el virus de la hepatitis B y C están relacionados con el cáncer hepático; la bacteria Helicobacter pylori, con el gástrico; el papilomavirus con el de cérvix y el Epstein Barr con linfomas. Todos ellos son causantes de entre el 15 y el 30% de los tumores. Si elimináramos el tabaco y estos agentes infecciosos tendríamos herramienas para eliminar un 50 por ciento de los cánceres. En el cáncer de mama no sabemos cuál es la causa principal , tampoco en el de próstata. Es posible que en el futuro un agente infeccioso esté relacionado con estos tumores.

—¿Se considera profeta en su tierra? Desde fuera parece que solo Manuel Patarroyo, el investigador de la malaria, ha sobresalido entre los científicos colombianos.

—¡Es que Manuel Patarroyo es un showman! (se ríe).

—Quizá a usted le ha faltado venderse más.

—Pero eso no va conmigo.

—A usted, como científica, ¿qué le parece la discriminación positiva en la Ciencia?

—No es agradable pensar que te van a elegir por ser mujer, aunque a veces se necesita. Ustedes tienen ahora once ministras por primera vez, son afortunados.

—Si ahora volviera a investigar, ¿sobre qué enfermedad pondría sus ojos?

—Difícil decir. Quizá trabajaría en cáncer de mama que se sabe muy poco de él. Creo que deberíamos estar abiertos a buscar ese vínculo infeccioso.

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