Locus amoenus
El destierro sevillano de Isabel II
Desde hace años busco el nombre de la finca que la reina Isabel II alquiló en La Rinconada, así como la fecha de la tormenta que obligó a la reina madre a pernoctar en la Venta Bejarano, entre 1876 y 1877
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Iniciar sesiónMi querido y llorado Íñigo Ybarra me obsequió hace años una serie de fotos de la reina Isabel II en la Hacienda Santa Eufemia y otras fincas sevillanas, con la esperanza de poder reconocer la Venta Bejarano de La Rinconada, donde Isabel II pernoctó una ... noche de tormenta. Todavía continúo buscando aquella referencia, aunque lo que llevo leído me permite dedicarle un espacio amable a la estancia de la reina madre en Sevilla, donde residió -desterrada- del 16 de octubre de 1876 hasta el 8 de setiembre de 1877.
La principal fuente documental sobre el destierro de Isabel II en Sevilla es la ‘Memoria de mi administración en la provincia de Sevilla como gobernador de ella en 1863. Y desde 1876 hasta 1878 por segunda vez’ de Antonio Guerola y Peyrolón, editada y anotada por Federico Suárez Verdaguer (1993). Guerola fue un alto funcionario valenciano, que llegó a ser gobernador civil de Barcelona, Huelva, Zamora, Oviedo, Málaga, Granada, Cádiz y Sevilla, además de director del ferrocarril Cádiz-Sevilla y miembro del Consejo de Estado, aunque su obra más conocida fue su ‘Memoria sobre las medidas que convendría adoptar para la desaparición de las corridas de toros’ (1882). No obstante, aparte del texto de Guerola contamos con ‘Sevilla y la Monarquía. Las visitas reales en el siglo XIX’, un estupendo estudio de María del Carmen Fernández Albéndiz quien dedicó todo un capítulo al destierro sevillano de Isabel II, basado en las crónicas de los diarios «El Porvenir» y «La Andalucía», además de los documentos del Archivo Municipal de Sevilla.
Así, gracias a Fernández Albéndiz descubrimos los principales obstáculos que tuvo que enfrentar la reina madre durante su destierro sevillano. En primer lugar, las malas condiciones del Alcázar: sin muebles, sin privacidad y sin las comodidades necesarias para Isabel II y las infantas. En segundo lugar, el escándalo: porque tuvo la osadía de traer a Sevilla a Ramiro de la Puente González-Nandín, su secretario personal y amante bandido, quien llegó acompañado de su propia esposa, María del Pilar de las Cuevas. Y -en tercer lugar- el choque con San Telmo, porque la convivencia con los Montpensier fue insostenible. En realidad, el Duque de Montpensier le tocó lo justo las narices a Ramiro de la Puente, porque el amante de la reina era un avezado espadachín, experto en pistolas e invencible duelista, además de crítico musical y criador de pollos, materias en las que era una autoridad porque publicó ‘Método completo de canto’ (1901) y ‘Manual práctico de incubación artificial’ (1898).
Fernández Albéndiz piensa que la reina madre se sentía tan a gusto en Sevilla, que estaba considerando instalarse: “Una prueba de que Isabel estaba decidida a quedarse en Sevilla fue el arriendo de una dehesa en La Rinconada para dedicarse a una de sus actividades favoritas, la caza. La finca de La Rinconada se convirtió en un importante lugar de asueto para toda la familia, lejos del control al que constantemente eran sometidos en la capital”. ¿Cuál sería esa finca de La Rinconada? ¿Sería tal vez Casa Luenga? Casa Luenga era una finca cuyo rastro documental llega hasta el siglo XIII y que durante el siglo XIX fue propiedad de las familias Vázquez, Benjumea y Marañón, aunque por matrimonio pasó a formar parte del patrimonio de la familia Sánchez-Dalp. Allí había una ermita medieval donde recibía culto la Virgen de la Parra, pequeña imagen que fue destruida durante la Guerra Civil. La historia me concierne, porque muy cerca quedaba la antigua Venta Bejarano, donde se refugió la reina Isabel II una noche tormentosa de 1876.
En la colección de «La Andalucía» he hallado noticia de dos grandes vendavales -8 y 15 de diciembre de 1876- y Fernández Albéndiz nos cuenta que la reina madre financió el reparto de mil hogazas de pan entre los damnificados de dichas inundaciones. Si una de aquellas borrascas fue la que hundió su carretela en el fango impidiéndole llegar a Casa Luenga, Isabel II tuvo que contemplar de primera mano los estragos del temporal en los caseríos de Vereda de los Chapatales, Charco de las Monjas y Venta Bejarano.
Amantes, intrigas palaciegas, toros, procesiones, monterías, teatro, tiro al pichón, bailes y aguaceros. Como se puede apreciar, el destierro sevillano de Isabel II tuvo de todo.
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