Locus amoenus
Sevilla en las ficciones de Carlos Fuentes
Fuentes ambientó en Sevilla una ucronía: «Yo vi todo esto. La caída de la gran ciudad andaluza, en medio del rumor de atabales, el choque del acero contra el pedernal y el fuego de los lanzallamas mayas. Vi el agua quemada del Guadalquivir y el incendio de la Torre del Oro»
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónLlevo unos meses releyendo la obra de Carlos Fuentes mientras preparo una charla sobre sus ensayos, y me resulta inevitable dedicarle un «locus amoenus» a la fascinación que el gran escritor mexicano sentía por Sevilla. De hecho, en más de una ocasión disfruté de la ... oportunidad de atenderlo, invitarlo e incluso presentar sus libros, privilegios que uno le agradece a la literatura.
Con todo, cuando uno piensa en Carlos Fuentes y Sevilla, lo primero que se nos viene a la mente es su Pregón Taurino de 2006, el mismo que concluyó con una declaración de amor que decía: «Llego a Sevilla y ando buscando las voces que se creen perdidas. Las busco en las floridas calles con su mezcla insólita de cera y de flores. Las busco en las voces de los balcones, que por muy alto que estén, surgen de los pasillos secretos de Sevilla porque son hijos de la tierra. Las busco en el silencio mismo de las cofradías guiadas por el bastón de plata. Y de entre todas -silencio de los pies desnudos, índice erguido de la Giralda, y en palabras de Alfonso Reyes, tibieza de las Sierpes, azulejos de las espadañas, palomas heridas en el seno de cada Virgen- vuelven a surgir las voces que creíamos perdidas, las inmortales voces de la Semana Santa».
En realidad, Carlos Fuentes no le dedicó un libro específico a Sevilla, porque Sevilla formaba parte de su geografía personal, como París, Roma, Londres, Barcelona o Nueva York. Por eso en su novela más ambiciosa –‘Terra Nostra’ (1975)- las referencias a Sevilla son tan numerosas, que es obvio que escribe acerca de una ciudad que le concierne. Por ejemplo, cuando habla de las “ferias sevillanas” para oponerlas al rigor del duelo. Asimismo, cuando alude a la Plaza del Salvador en clave cervantina: «donde la legión de los pícaros podía librarse al latrocinio, al contrabando y a la burla sin pagar alcabalas, con el más ancho sentimiento de ser la canalla más ruin que tiene el suelo». Y por supuesto por crear una constelación de personajes sevillanos donde había novicias, rameras, cirujanos y prestamistas, que remiten a la Sevilla de Tirso y a la Sevilla apócrifa de ‘La Celestina’.
Sin embargo, el libro de Carlos Fuentes donde advierto la presencia más poderosa de Sevilla es ‘El naranjo’ (1993), porque el naranjo y las naranjas son el hilo conductor de todos sus relatos. Me concentraré esencialmente en dos cuentos: «Los hijos del conquistador» y «Las dos orillas». En «Los hijos del conquistador» asistimos a las diferencias entre los hijos de Hernán Cortés, enterrado en Castilleja de la Cuesta. Los personajes brujulean por Sevilla y varias ciudades mexicanas, pero Sevilla será el lugar del exilio y la muerte de los dos Martín Cortés.
Por otro lado, «Las dos orillas» es una estupenda ucronía que sin duda fue la inspiración del novelista francés Laurent Binet, autor de ‘Civilizaciones’ (2020), una novela que propone que el Inca Atahualpa invadió España y amenazó Europa. Carlos Fuentes partió de una variable más seductora: la traición del ecijano Jerónimo de Aguilar y del onubense Gonzalo Guerrero -primero prisioneros y luego aliados de los indios centroamericanos-, quienes habrían tomado el control de la flota de Cortés para invadir Cuba y luego la península: “Cayeron los templos, de Cádiz a Sevilla; las insignias, las torres, los trofeos. Y al día siguiente de la derrota, con las piedras de la Giralda, comenzamos a edificar el templo de las cuatro religiones, inscrito con el verbo de Cristo, Mahoma, Abraham y Quetzalcóatl”. En el relato, los traidores Aguilar y Guerrero ejecutan a los inquisidores, sacrifican españoles a los dioses mayas y convierten el Alcázar de Sevilla en su residencia: «Cuando llegué a Sevilla montado en mi estrella verbal, confundieron su fugacidad y su luz con la de un pájaro terrible, suma de todas las aves de presa que vuelan en la oscuridad más profunda, pero menos aterradora por su vuelo que por su aterrizaje, su capacidad de arrastrarse por la tierra con la mercúrea sensación de un veneno: buitre de las alturas, serpiente del suelo, este ser mitológico que voló sobre Sevilla y se arrastró por Extremadura cegó a los santos y sedujo a los demonios de España, a todos espantó con su novedad y fue, como los caballos españoles en México, invencible». Una inquietante ucronía que dialoga con ‘Terra Nostra’.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete