Locus amoenus
Virginia Woolf, deprimida en Sevilla
Virginia Woolf visitó España tres veces a lo largo de su vida. Sabemos que le gustó Granada, que disfrutó de Tarragona y que rebañó hasta el último grano de arroz de un caldero murciano, pero Sevilla no le hizo tilín
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Iniciar sesiónItineraria Editorial ha publicado ‘Hacia el sur. Viajes por España de Virginia Woolf’ (2021), una selección de textos espigados de cartas, ensayos y los diarios de la escritora inglesa, ilustrados por Carmen Bueno , traducidos por Adriana Fernández Criado y ... precedidos de prólogos escritos por Verónica Pacheco Costa , Ángeles Mora y Anita Botwin . En realidad, Verónica Pacheco Costa ya había publicado en breve ensayo sobre aquel viaje — ‘La aventura andaluza de Virginia Woolf’ — incluido en ‘Andalucía, la construcción de una imagen artística’ (2015), un volumen coordinado por Luis Méndez Rodríguez y Rocío Plaza Orellana , aunque ambos textos se complementan porque son tan interesantes como distintos. La edición es bella y minimalista.
En realidad, Virginia Woolf sólo vino a Sevilla una vez y la experiencia no fue precisamente grata. Corría el año 1905 cuando decidió viajar en compañía de su hermano Adrian , tras el fallecimiento del padre y la adquisición de la célebre casa de Bloomsbury. Virginia Woolf tenía 23 años, todavía se apellidaba Stephen y en su diario escribió lo que sigue: «El tren hizo parada a su paso por cada pueblo. Por la tarde pasamos por una región más interesante y rural, con muy pocas carreteras y casas, y con unas vistas estupendas. Llegamos a Sevilla a las ocho y media, fuimos hasta el Hotel Roma , tomamos una deprimente cena y a la cama». Los hermanos Stephen salieron de Extremadura en un tren cuyo itinerario comprendía Badajoz, Zafra, Llerena, El Pedroso, Tocina, La Rinconada y Sevilla. La Gran Fonda de Roma o Grand Hotel de Rome estaba en la Plaza del Duque y luego fue Hotel Venezia , hasta que lo demolieron para construir un Simago. Sin embargo, me quedo con la sensación deprimente de Virginia Woolf.
Al día siguiente, los Stephen visitaron la Catedral y recorrieron unas zonas verdes que no eran ni los Jardines de Murillo ni el Parque de María Luisa, porque entonces no existían. La autora de ‘Orlando’ anotó: «Esta mañana empezamos a explorar Sevilla. Primero la Catedral, que asoma desde todas partes. Es enorme. Esa es la primera impresión que da. Poco me importa su descomunal belleza, aunque está bien… Por la tarde montamos en coche de caballos y paseamos durante una hora por unos jardines con encanto, aunque algo deslucidos y faltos de cuidado, como todo lo demás». Aquel «todo lo demás» incluía la Catedral, por supuesto. ¿Por dónde pasearon en coche de caballos? Por los Jardines de Cristina, el Prado de San Sebastián y las huertas colindantes.
El tercer día fue de lluvias torrenciales, pero los Stephen igual hicieron turismo: «Cuando escampó fuimos a la Giralda , que es la torre de la Catedral desde donde contemplamos Sevilla […] Llovía tanto que nos quedamos un buen rato en la Catedral. Aunque no es especialmente hermosa, sí es realmente impresionante , como también lo son un acantilado empinado o un pozo sin fondo. Por la tarde fuimos al Alcázar, un edificio espléndido recubierto de dorado y mosaicos moriscos, de nuevo, una vista que no me fascina». Es decir, que la Catedral le pareció igual de impresionante que «un acantilado empinado o un pozo sin fondo», comparaciones nada amables.
Como se puede apreciar, Sevilla no sedujo a Virginia Woolf, quien el mismo día de su partida garrapateó: «A las siete, afortunadamente, me desperté, nos vestimos para el desayuno de las siete y media y, sin que nos diera mucha pena, dejamos el hotel a las ocho». Lo que viene siendo salir pitando y sin amor.
Virginia Woolf visitó España tres veces a lo largo de su vida . Sabemos que le gustó Granada, que disfrutó de Tarragona y que rebañó hasta el último grano de arroz de un caldero murciano, pero Sevilla no le hizo tilín. Verónica Pacheco Costa comparó las dos estancias granadinas de Virginia Woolf —1905 y 1923— y queda claro que la madurez y la satisfacción de visitar a Gerald Brenan marcaron la diferencia, pero muy deprimente tuvo que ser aquella primera sensación gastronómica del 8 de abril de 1905, para que Virginia Woolf no le diera a Sevilla una segunda oportunidad.
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