José de la Tomasa: «Quiero cantar, pero no me dejan»

El próximo sábado 8 de julio actúa en la Reunión de Cante Jondo de la Puebla de Cazalla, toda una excepción en un almanaque prácticamente sin fechas: «Soy de los pocos que queda de mi generación, pero tengo dos noches en todo el verano. Soy trabajador, honrado, llevo más de cincuenta años en esto y tengo ganas y facultades, para eso me he cuidado siempre. Estoy agradecido por premios que me han dado estos días como la Medalla de Sevilla o el Camarón de Oro en Coria del Río, pero yo lo quiero es cantar, y no me dejan. No me programan. Me siento afortunado, pero tengo ahí varias cosillas, ¿sabes? También me he pasado veinte años en Cristina Heeren y, de pronto, nada. Ni una llamada. Ni de la fundación a la que he entregado parte de mi vida ni de la mayoría de mis alumnos. Mis niños. Muchos de los que hoy son figuras pasaron por ahí, pero es que la gente tiene las alas muy rápidas. Vuelan y no vuelven. No se acuerdan, y yo tengo a mis maestros todo el día en la boca. Últimamente en el coche solo llevo a mi abuelo Pepe Torre».

«En fin, etapas», concluye sin abatimiento, con plomo, como los pies de su padre. El Hijo de la Tomasa ve crecer con orgullo a su nieto Manuel, también cantaor, y a su hijo Gabriel, con quien ha compartido escenario. Recuerda las tres veces que triunfó en el concurso de Mairena del Alcor a principios de los 70, donde fue por pura necesidad con un pantalón prestado: «Que me nació un niño en la mili y había que alimentar a la criatura». Los primeros contratos con Pulpón, sin traje que ponerse para actuar en Los Gallos. Cómo le temblaban las piernas cuando tenía que medirse ante artistas como Mairena y Terremoto y esa forma de nadar por los cantes que fue puliendo entre fatigas y palmas. Unas remembranzas que desea seguir poniendo al servicio de los festivales.

Tan fuerte es el compromiso de Lebrija con los caracoles que una vez el cantaor Juan Bacán, hermano de Inés Bacán, trató de facturar una olla llena en el aeropuerto de Sevilla. El destino final era Nueva York, pero tuvieron que ingerirlas todas en un banquito de la capital hispalense ante la negativa de los agentes. Esta semana arranca uno de los festivales señeros del verano andaluz: La Caracolá de Lebrija, que tendrá lugar entre el 6 y el 15 de julio y otorgará el Caracol de Oro al artista local Pepe Montaraz.

La ciudad acoge así un sinfín de recitales, conciertos y actividades con protagonistas de dentro y fuera de su frontera. Será la oportunidad para disfrutar de nuevo de 'Nebrissensis' el día 7 tras su paso por la Bienal. José Valencia se adentra con este espectáculo en la figura de Elio Antonio de Nebrija con motivo del V centenario de su muerte. Argentina en concierto en la plaza del Mantillo el sábado 8 de julio, Inés Bacán con Antonio Moya a la guitarra el 12, María Terremoto junto al piano de Pedro Ricardo Miño el 14, Antonio Reyes con Paco Cepero el 15 y Farruquito el 16 para la clausura, le sucederán. También están en el cartel la arpista Ana Crismán, el guitarrista Rycardo Moreno junto a Fernanda Peña, cantaores como El Wilo y Luis de Lebrija y jóvenes bailaores como Juan Tomás de la Molía. La Caracolá cumple 58 ediciones presumiendo de su patrimonio y con la muerte de Curro Malena próxima en el tiempo.

Juan Manuel Cañizares es un Maestro, lo escribo en mayúsculas porque escasea tanto este espécimen que la palabra se acerca al nombre propio. La última de sus composiciones, dedicada a Paco de Lucía, es de un carácter épico que lo reafirma entre los grandes creadores del flamenco y de la música clásica contemporánea. Puro nacionalismo musical, propio de Falla, Granados, Albéniz o Turina, que en tiempo de bulería y junto a la Orquesta Sinfónica de Galicia dirigida por Juanjo Mena se descubre entre acordes, palmas y picados perfectamente empastados. Nada sobra en esa sobria sencillez. Continúa con un rubato expresivo que anuncia el violín y conjuga lo jocoso finalmente en el tanguillo, despojado ya de nostalgia tras perfilar esta efímera Al Andalus que parte del sentimiento que secunda la pérdida. Del corazón al paisaje va su sonanta. Sin laberintos, susurrando entre un montón de instrumentos que no le roban el sonido. Dialogando sin chillar. A base de caricias que son preguntas y respuestas amistosas, pero cargadas de hondura. Con brillantez técnica, además.

Tras estas piezas que dan título al álbum, emplea otras tres para cerrarlo. Son las que componen 'Suite Mozárabe', una segunda parte a dos guitarras en el que la belleza se viste de intimismo. Ágil, vital. Todos los elegidos propios de fajas de libro merece este paseo que empieza esbozando con el pentagrama la ciudad de Córdoba, se centra en la Mezquita y concluye en el Patio de los Naranjos de la catedral de Sevilla. Retratando a doce cuerdas árboles, piedras y fuentes. La arquitectura musical al servicio del patrimonio. Una obra cumbre, entonces, que se mueve en el terreno de la sinestesia.