Locus amoenus
Gustave Doré en la provincia de Sevilla
Doré debió pasar por La Algaba, Alcalá del Río, La Rinconada, Carmona, Mairena del Alcor y Dos Hermanas, pero aunque no dibujó ni la Colegiata de Osuna ni el Castillo de Alcalá de Guadaíra, en cambio sí nos dejó un apunte de Itálica
Ruinas de Itálica por Gustave Doré (1874)
En la historia de la ilustración literaria, pocos artistas desarrollaron un estilo tan personal y reconocible como Gustave Doré (1832-1883), pues los dibujos que realizó para ilustrar la Biblia, el 'Quijote' o la 'Comedia', casi se han convertido en parte de la narración textual. ... A mí siempre me han deslumbrado, aunque no estuvo exento de críticos como el escritor Emile Zolá, quien lo incluyó como uno más de los destinatarios de 'Mis odios' (1866), donde lo despachó así: «Ningún artista se curó nunca menos que él de la realidad. Doré ve solamente sus sueños; vive en un país ideal, cuyos enanos, cuyos gigantes, cuyo cielo esplendente y cuyos paisajes inmensos nos dibuja. Alójase en la fonda de las hadas, allá en la comarca del ensueño. Nuestro mundo le importa poco».
Sin embargo, con la finalidad de documentarse para ilustrar la célebre edición del 'Quijote'de 1865, Doré realizó dos grandes viajes a España. El primero fue en compañía de Hippolyte Taine, para quien dibujó las viñetas de 'Voyage aux Pyrénées' (1858); pero el segundo viaje lo llevó a cabo entre 1862 y 1863, como ilustrador de los textos que el barón Charles Davillier fue publicando en la revista 'Le Tour du Monde' y que luego compiló en un volumen unitario titulado 'L'Espagne' (1874), donde hay 309 ilustraciones de Gustave Doré. La editorial sevillana Renacimiento, publicó una selección de aquel volumen bajo el título 'Viaje por Andalucía' (2009), precedido de un erudito estudio preliminar de Alberto González Troyano. Allí podemos encontrar las escenas andaluzas que pintó Gustave Doré, aunque para la amable página de hoy he decidido no apartarme de las viñetas y referencias de la provincia de Sevilla, porque de cuándo en vez también hay que hablar de los pueblos.
Si Doré vino a España con el barón de Davillier, doy por sentado que el artista estuvo presente en cada uno de los pueblos descritos por el rumboso mecenas y escritor. El primero fue Santiponce: «En este pueblo, pobre por lo demás, y que no tiene nada de notable en sí, se celebra todos los años, en los primeros días de octubre, la famosa Feria de Santi Ponce, una de las más frecuentadas de las cercanías de Sevilla». La siguiente localidad fue Alcalá de Guadaíra: «Alcalá no abastece solamente de pan a Sevilla. Le envía también agua. No hay quizás en el mundo una ciudad tan rica en manantiales y arroyos límpidos. La colina sobre la que se levanta el castillo árabe, está horadada en todos los sentidos, y el agua se escapa por todas partes para formar un arroyo bastante importante, que va a parar a unos receptáculos abovedados que reciben la luz por arriba […] Los molinos de Alcalá de los Panaderos no han sufrido ningún cambio desde la dominación musulmana y han conservado su nombre árabe de tahonas o atahonas». Luego nos encontramos con Morón: «Morón no tiene nada de notable, pero esta ciudad era, no hace mucho tiempo, de bastante mala por lo que respecta al bandolerismo». Con Osuna fue más condescendiente, aunque no apuntó nada del otro mundo («la pequeña ciudad de Osuna, famosa por una de las más célebres familias de España que aún existe»), detalle que sí tuvo con Utrera, «una de las ciudades más bonitas de Andalucía. Utrera, célebre por sus toros, es también patria de muchos buenos toreros». Y al menos el recorrido textual terminó en Lebrija: «una ciudad bastante bonita, edificada sobre una eminencia del terreno».
En realidad, resulta razonable suponer que Doré y Davillier pasaron por La Algaba, Alcalá del Río, La Rinconada, Carmona, Mairena del Alcor o Dos Hermanas, pero lo que es evidente es que a Doré no le interesó dibujar ni la Colegiata de Osuna ni el Castillo de Alcalá de Guadaíra, por no hablar de los molinos. En cambio, las ruinas de Itálica sí llamaron la atención de Gustave Doré, al contrario que a Davillier: «Se reducen ¡ay!, a muy poca cosa. Algunas gradas de un anfiteatro, trozos de columnas y fragmentos de cornisas; esto es lo que queda de la antigua ciudad en la que nacieron tres emperadores romanos […] Hace sesenta años se descubrió en las ruinas de Itálica un notable mosaico romano representando una carrera de carros, y lo llevaron a Sevilla con algunos mármoles antiguos de poco valor artístico». Da pereza refutar todo esto, aunque sí merecería la pena investigar los bocetos inéditos de Doré, en busca de apuntes de la provincia de Sevilla.
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