Atentado Terrorista en Sevilla
Los testigos del crimen: el horror en seis llamadas telefónicas
25 años sin alberto y ascen
ABC habla con las personas del entorno de Alberto y Ascen que vivieron más de cerca el atentado
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Sevilla
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Iniciar sesiónCuando suena un teléfono de madrugada rara vez es para dar una buena noticia. En el intervalo de pocos minutos, en la madrugada del 30 de enero de 1998 sonaron varios teléfonos en Sevilla. Una sucesión de llamadas que componen la telaraña del horror ... que conmocionó a una ciudad, a un país. Veinticinco años después, el rastro de aquellas llamadas permite reconstruir uno de los crímenes más espantosos de ETA a través de las personas que las atendieron.
José Antonio Vidal. Exjefe del Gabinete Técnico de la Delegación del Gobierno
Primera llamada
El primer telefonazo de esta pesadilla sonó en el domicilio de José Antonio Vidal, entonces jefe del gabinete técnico de la Delegación del Gobierno en Sevilla. Sería poco después de la una y media y al otro lado del hilo estaba Julián Martínez Izquierdo, jefe superior de la Policía Nacional en Andalucía Occidental. «Me dijo que había habido un tiroteo cerca de la Catedral y que los agentes que estaban en el lugar comentaban que habían matado a un político y a su madre, que me recogía en un coche zeta en unos minutos», recuerda Vidal, un policía curtido que en su trayectoria ha investigado desde el caso Juan Guerra a los atentados de Martín Carpena o Muñoz Cariñanos. Cuando llegan al lugar del crimen reconoce a Alberto Jiménez Becerril, que yace en la acera boca arriba, junto a otro cadáver que los agentes relacionan en un primer momento con su madre, ya que está en posición de cubito supino y lleva un abrigo largo. Es Vidal quien identifica a Ascensión García Ortiz, a quien conocía de los juzgados por su trabajo como procuradora. «Desde el primer momento pensé que era un atentado. Todo era muy raro para ser un robo, habían tirado desde muy cerca, casi a quemarropa», recuerda. El forense le explicaría dos días después que los terroristas dispararon a menos de veinte centímetros, a ambos al mismo tiempo.
Primer mando policial en llegar a la escena del crimen
«Desde el primer momento pensé que era un atentado. Les habían disparado a la nuca y desde muy cerca, casi a quemarropa»
Los primeros minutos son de conmoción y desconcierto. Empiezan a llegar al lugar agentes de la Policía Científica y de los grupos de Información. Vidal asume el mando. «Lo primero que hice fue ordenar poner un coche patrulla cortando la calle, porque mi primera preocupación fue que no hicieran fotos», recuerda. Luego sacó del bolsillo de su abrigo el rudimentario móvil de la época. Y prosiguió el carrusel de llamadas.
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Juan Calle Peña. Exjuez de instrucción
Segunda llamada
El siguiente teléfono que sonó en aquella noche fatídica fue el de los juzgados de Sevilla. La Policía llamó al juez de guardia para que procediera al levantamiento del cadáver. Se trataba de Juan Calle Peña, curiosamente el magistrado que un cuarto de siglo después redactaría los 1.821 folios de la sentencia del caso ERE. "Aquel dia no me tocaba estar de guardia. Yo era titular del juzgado número 20, pero estaba sustituyendo a la titular del 16, que era el juzgado al que le tocaba la guardia", recuerda Juan Antonio Calle Peña un cuarto de siglo después. Nada más notificar la Policía el suceso, el magistrado -que hoy ejerce de abogado- se dirigió a la calle Don Remondo acompañado del jefe de Homicidios, el secretario del juzgado y la fiscal. Aquella noche fue el peor momento de su carrera: «Por el camino me informaron de la identidad de las víctimas y de que probalemente se trataba de un atentado de ETA. Guardo el recuerdo del impacto que me produjo ver los dos cadáveres en un gran charco de sangre. Yo llevaba tiempo en los juzgados de instrucción y estaba acostumbrado a levantar cadáveres, pero aquello fue impactante. Cuando estás haciendo tu labor profesional tienes que guardar la compostura, tragarte tus emociones. Cuando a las nueve de la mañana de ese día terminó la guardia y llegué a casa fue cuando afloraron los sentimientos», explica. Juan Antonio Calle no recuerda la hora exacta de la llegada al escenario del crimen, pero sí que estuvo "como mínimo media hora. Se analizó el recorrido que se suponía que habían hecho y los detalles del asesinato".
Juez de guardia que levantó los cadáveres
«Por el camino me informaron de que se trataba de un atentado de ETA. Nos bajamos del coche y vimos una escena dantesca»
Antes de que llegase el juez de guardia, desde la esquina de Don Remondo José Antonio Vidal llama al delegado del Gobierno en Andalucía, José Torres Hurtado, quien se encontraba en Madrid para asistir a una reunión del Comité de Garantías del PP y el subdelegado del Gobierno en Sevilla. Como el teléfono de Torres Hurtado está fuera de cobertura y desconoce el hotel en el que se encuentra hospedado, el policía opta por llamar a Juan Bueno, jefe de gabinete de la Delegación. Vidal desconocía que Bueno ha estado con Alberto Jiménez Becerril y Ascensión Ortiz hasta diez minutos antes de su asesinato.
Juan Bueno. Exjefe de gabinete de la Delegación del Gobierno en Andalucía
Tercera llamada
El teléfono sonó dos veces, casi consecutivas, en la casa de Juan Bueno aquella noche horrible. La primera llamada fue del entonces subdelegado del Gobierno en Sevilla, Andrés Herranz -fallecido en 2012-, quien le cuenta que han matado a Alberto Jiménez Becerril y a su madre, la primera y errónea versión policial. Momentos después le llama José Antonio Vidal y le aclara que la fallecida es Ascen García Ortiz. Bueno le facilita a su compañero el nombre del hotel de Madrid donde se aloja el delegado del Gobierno, José Torres Hurtado, y no da crédito: no hacía ni una hora que se había despedido del matrimonio.
Primer político en llegar a la escena del crimen
«Estaba en el Antigüedades y llegaron Alberto y Ascen. Intercambiamos varios chistes. Ella compró a una vendedora tres flores para los niños»
Ese día Bueno había llegado a Sevilla procedente de Fitur y estaba cansado, pero antes de ir a su casa decidió tomar una copa en el Antigüedades, el bar donde se solían encontrar los dirigentes jóvenes del PP la noche de los jueves. No necesitaban quedar de forma expresa, sabían que siempre alguien de la pandilla acabaría apareciendo por allí. Esa noche estaban también Manolo Barros y María Beca, del gabinete de la alcaldesa; ambos habían acompañado a Soledad Becerril en el acto que había protagonizado en San Juan Bosco y decidieron después tomar una cerveza. «Estábamos un grupo de amigos y llegaron Alberto y Ascen», recuerda Juan Bueno. «Alberto estaba contento porque el pleno municipal había ido bien. Intercambiamos un par de chistes, como siempre hacíamos. Vi a Ascen comprar tres flores a una de las vendedoras ambulantes que entraban en el local. Ellos se fueron pronto, probablemente poco después de las doce, y yo a los cinco minutos. Cogí la Vespa, que estaba aparcada en la calle Alemanes, y me fui a casa», recuerda Juan Bueno. Apenas un rato después volvía a la misma zona, donde yacían en el suelo los cadáveres de sus amigos.
Las tres rosas fueron una paradoja macabra del destino. Al día siguiente, viernes, era el Día Mundial de la Paz. Los hijos de Alberto y Ascen debían ir ese día al colegio con una flor; Ascen y Clara -ocho y cuatro años- a Las Irlandesas, Alberto -seis años- al colegio Claret, donde había sido designado para leer una oración en su clase. En el momento del asesinato, su madre llevaba en la mano las tres rosas que había comprado minutos antes, las cuales cayeron sobre los adoquines de la calle. Esas tres flores han quedado como icono del crimen y componen el logotipo de la Fundación Alberto Jiménez Becerril.
Luis Miguel Martín Rubio. Exdelegado de Seguridad Ciudadana en el Ayuntamiento de Sevilla
Cuarta llamada
Pero volvamos a las llamadas. Casi a la misma hora que en casa de Juan Bueno, suena el teléfono en el domicilio de Luis Miguel Martín Rubio, delegado de Seguridad Ciudadana del Ayuntamiento de Sevilla. Dos días antes, el martes, Martín Rubio, amigo íntimo de Alberto tras dos años de trabajo común en Hacienda, había recordado en una reunión al equipo de Gobierno que tomasen la precaución de mirar en los bajos del coche antes de usarlo y que rechazasen cualquier paquete extraño que recibieran por correspondencia. «Eran años duros de ETA y sabíamos de la posibilidad de un atentado, pero no dejaba de ser una hipótesis remota. Y desde luego jamás me trasladaron la posibilidad de un tiro en la nuca», recuerda Martín Rubio, quien hoy trabaja como abogado. Ese mismo día ambos amigos se encontraron por la tarde en el supermercado de unos céntricos grandes almacenes. Alberto iba con los niños, había comprado salmón ahumado, la comida preferida de su mujer, y una caja de rotuladores para su hijo. Como ambos vivían por la misma zona, volvieron andando juntos hacia sus respectivos domicilios cargando con las bolsas. Martín Rubio todavía se emociona cuando recuerda el comentario que hizo Alberto: «Luismi, con lo que has comentado hoy y mira como vamos, somos un blanco perfecto para los etarras».
Primer miembro del Ayuntamiento en llegar al lugar del crimen
«Dos días antes íbamos cargados con bolsas de la compra por la calle y Alberto me dijo: 'Mira Luismi, somos dos blancos perfectos para los etarras'»
La mañana del jueves, el día del crimen, había pleno en el Ayuntamiento de Sevilla. En la comisión de gobierno previa, Martín Rubio y Jiménez Becerril tuvieron un desencuentro: el delegado de Hacienda planteó que los policías locales acompañasen a los inspectores en el reparto de notificaciones a domicilio, y el de Seguridad se negó. La alcaldesa, Soledad Becerril, tuvo que intervenir para atemperar la discusión. A la salida, Alberto dijo a su amigo: «Luismi, no te enfades». Fue la última vez que hablaron. «La reunión nos dejó mal sabor de boca, y Alberto debió pensar en arreglarlo, porque aquella tarde Ascen llamó a Mercedes, mi mujer, para proponerle ir a cenar al Maera, un popular restaurante de Triana. Estuvimos buscando canguro para las niñas, pero por lo precipitado de la invitación no encontramos ninguno. Mercedes se lo dijo a Ascen, y ésta le respondió: 'dice Alberto que no pasa nada, que nos vemos el viernes en Trifón'», recuerda Martín Rubio. Esa frase tristemente incumplida, «Nos vemos en Trifón», es el título de un libro sobre Alberto y Ascen que prepara su amigo.
Frustrada la cena de aquel jueves, el matrimonio se acostó hasta que les despertó el teléfono cerca de la una de la madrugada. «Es Juan José García», le anunció su mujer al delegado de Seguridad Ciudadana, en referencia al inspector jefe de la Policía Local. Martín Rubio no se alteró, porque era relativamente frecuente que el responsable policial le informase de diferentes incidentes en la ciudad a horas intempestivas. «Me dijo 'ha ocurrido algo terrible. Han matado a Alberto', me dijo. Me quedé helado, sin reaccionar. 'Voy para abajo', le respondí. 'Y a su mujer también', agregó. Dios me dio fortaleza para mantener la calma. Mercedes me preguntó qué había pasado, y le dije que Alberto y Ascen habían muerto en un accidente».
Luis Miguel Martín Rubio, vecino del barrio, tardó pocos minutos en llegar a la escena del crimen. Cuando llegó junto a los cuerpos de sus amigos estaban allí Vidal y Juan Bueno, que acababa de llegar. «Alberto y Ascen estaban tirados en el suelo en medio de un enorme charco de sangre que, como la calle tiene algo de pendiente, bajaba en dirección a la plaza de Virgen de los Reyes. Llegó un vehículo de Lipasam para limpiar», explica. Al delegado le correspondía informar a la alcaldesa, pero decide esperar a que la Policía termine las primeras diligencias y tape los cuerpos para evitarle la imagen de su mano derecha y su mujer tiroteados. Para hacer tiempo, opta por ir andando a casa de Soledad Becerril, situada a unos centenares de metros de la escena del crimen, para comunicarle la noticia personalmente.
Toni Martín. Exjefe de Prensa del Ayuntamiento de Sevilla
Quinta llamada
Toni Martín, actual portavoz del PP en el Parlamento andaluz, era amigo íntimo de Alberto. «Amigo con mayúscula», matiza. Un cuarto de siglo después todavía le duele recordar «lo peor que he vivido en mi vida». Toni era de los fijos en la reunión de los jueves en el Antigüedades, pero aquella noche fatal no estuvo en el céntrico bar. Había acompañado a Soledad Becerril en la conferencia que había pronunciado en San Juan Bosco y tras el acto se quedó a tomar unas tapas con varios miembros de Nuevas generaciones. Se acostó y le despertó una llamada sobre la 1,30 de la madrugada. Era Tomás Balbontín, periodista de ABC. «Se disculpó y me dijo que llamaba para confirmar la noticia. '¿Qué noticia, Tomás?', le pregunté. Me lo contó y tuve un ataque de ansiedad», recuerda Toni. El aviso del atentado había llegado a ABC por fuentes policiales cuando el periódico estaba a punto de imprimirse. Al día siguiente fue el único rotativo de la ciudad que informó del asesinato.
Acompañó a Soledad Becerril tras el atentado
«Llegamos al Ayuntamiento en shock desde Don Remondo. Recuerdo la sensación extraña de ir encendiendo las luces y cómo retumbaban nuestros pasos»
Martín salió en su coche hacia la calle Don Remondo y dejó el vehículo en mitad de la calle. Justo en ese momento, Soledad Becerril abandonaba la escena del crimen en dirección al Ayuntamiento. Volvió al coche y volvió a coincidir con la alcaldesa a las puertas de la Casa Consistorial. «Nos abrió el agente de guardia; recuerdo la sensación extraña de ir encendiendo las luces y cómo retumbaban nuestros pasos. Estábamos en shock. Soledad dijo que lo primero era intentar hablar con la familia. Llamó al 'tío Gabriel' (en referencia al empresario Gabriel Rojas), y algunos familiares más. Luego a los portavoces de los grupos».
Fernando Iwasaki. Escritor
Sexta llamada
Fernando Iwasaki no recuerda la hora exacta a la que sonó su teléfono: «Era de madrugada, quizás las dos de la mañana, no sé». El escritor de origen peruano conoció a Alberto Jiménez Becerril en 1989 y enseguida se hicieron grandes amigos. «Nos presentó Antonio Fontán. Alberto era un poco mayor que yo, pero teníamos hijos de la misma edad, y nuestras esposas quedaron en estado al mismo tiempo, de hecho intercambiaban ropa de embarazada. Pasábamos casi todos los fines de semana juntos. Él era sevillista e intentó llevarme al lado oscuro, pero me resistí», bromea este bético de Lima. «Alberto era culto y tenía buena conversación. Me pidió que le presentase a la gente que yo traía a Sevilla, y pudo conocer a Vargas Llosa, a Cabrera Infante, a Berlanga o a Jorge Edwards». Tras la llamada fatal, Fernando acudió al Ayuntamiento. «Allí había una mezcla muy heterogénea, concejales, amigos del barrio… todo el mundo en shock. Nos abrazábamos llorando».
Atendió a los hijos de Alberto y Ascen
«Al salir de la casa me preguntaron por qué había tantos fotógrafos. Se me ocurrió decirles que Suker y Ana Obregón estaban por el barrio»
Tanta era la confianza entre las familias, que Fernando fue la persona que atendió a los hijos de Alberto y Ascen cuando se despertaron. «Yo tenía mucha confianza con ellos. Me pidieron que no les contase nada, y para mí fue terrible. De aquella noche me ha quedado una deuda emocional; yo necesitaba llorar con ellos y abrazarlos, pero seguí las instrucciones». Como a medida que pasaba el tiempo se iba concentrado gente en las inmediaciones del domicilio del matrimonio Jiménez Becerril, se decidió sacar a los pequeños. «La Policía fue muy eficiente. Hicieron un corredor para que yo pudiese llegar con mi coche hasta la misma puerta de la vivienda. Los llevé a casa de una hermana de Ascen. Cuando salimos y vieron el enjambre de fotógrafos comenzaron a hacer preguntas, y me inventé sobre la marcha que Suker y Ana Obregón estaban por el barrio. En el trayecto siguieron haciendo preguntas, sobre todo Ascen, la mayor», evoca el escritor.
Los detalles se clavan como agujas en la memoria de Iwasaki. «Recuerdo que en las semanas previas había una pareja de enamorados que veíamos con mucha frecuencia sentados frente a la casa, e incluso llegamos a comentarlo. Con toda probabilidad eran los terroristas, pero quién iba a pensar…»
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