Teresa Barrio, la abuela coraje: «De no ser por mis nietos quizá me habría tirado por una ventana»
La madre de Alberto Jiménez Becerril, asesinado por ETA la madrugada del 30 de enero de 1998 en Sevilla, recibe este viernes el Premio de la Fundación Jiménez Becerril. Con 66 años perdió a su hijo y a su nuera y tuvo que criar a sus tres nietos Ascen, Alberto y Clara, que entonces tenían 4, 7 y 8 años.
Sevilla
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Iniciar sesiónTeresa Barrio Azcutia, madre del concejal asesinado por ETA, Alberto Jiménez Becerril, ha cumplido 91 años pero tenía 66 cuando la madrugada del 30 de enero de 1998 recibió la llamada que le comunicaba el asesinato de su hijo y de su nuera, la ... procuradora Ascensión García. Eran cerca de las cuatro de la madrugada y fue el arquitecto Eleuterio Población, el arquitecto del Auditorio de la Cartuja, quien se lo comunicó. «Cuando te llaman a esa hora, sabes que no es por nada bueno y yo pensé en mi hijo Paco. Pero no era Paco sino Alberto», cuenta a ABC la tarde del jueves en el salón de su casa en el barrio sevillano de los Remedios.
Es la primera vez que Teresa Barrio concede una entrevista a un medio de comunicación y lo hace porque hoy viernes recoge el premio de la Fundación Alberto Jiménez que ha querido reconocer en ella a todas las madres y abuelas víctimas del terrorismo. Son más de mil, aunque muchas ya han fallecido con la pena de haber tenido que enterrar a su hijo. «No hay dolor más grande para una madre -dice Teresa- y quizá por eso nunca he querido ir al cementerio».
A Teresa la vida le cambió en un instante aquella fría madrugada de enero de 1998 cuando tenía edad para jubilarse y era una mujer viuda. Perdió a su hijo Alberto, a su nuera Ascen y se encontró entrando por la puerta de su casa con tres niños de 4, 7 y 8 años, sus nietos Ascen, Alberto y Clara. Traían peces, tortugas y un perro y se habían quedado huérfanos de padre y de madre. «Si por lo menos los asesinos hubieran dejado con vida a Ascen, esos niños hubieran tenido, al menos, a su madre», piensa en voz alta con cierta rabia, atemperada por su alegría y su buen carácter.
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Se alegra de que su marido muriera unos años antes y no recibiera el mazazo de la noticia del asesinato de Alberto: «Creo que se hubiera quedado en un sillón y no habría salido de ahí», dice. A Teresa le encanta el flamenco y tomarse una cervecita y una tapita en un bar que está debajo de su casa y en el que siempre se encuentra a amigos. «Conservé la alegría gracias a mis nietos, que han sido muy buenos, y ahora que se fueron la conservo gracias al Periqui», confiesa con una sonrisa. «Es muy difícil que llore y más en público. Me cuesta trabajo llorar aunque la pena va por dentro», cuenta. Reconoce que había mucha gente el día del entierro pero dice que se sintió «un poco sola». Al día siguiente, su hermana pequeña, a la que quería como si fuera su hija, moría en un accidente de coche. Regresaba de Sevilla a Alicante tras el funeral de Alberto y Ascen y el destino quiso que la Guardia Civil diera el «stop» al coche en que viajaban durante un control policial contra ETA. Un frenazo brusco y un desgraciado golpe en la cabeza acabaron con su vida.
Esta «abuela coraje» perdió a su hijo y a su hermana en tres días y se tuvo que convertir en madre y padre de sus tres nietos. Una montaña bastante empinada para cualquier persona de 66 años que ella supo coronar con éxito y sin darse ninguna importancia. «Nunca me planteé que tuviera que ser su madre y su padre, ni que tuviera que ser la mejor madre. Pero sí sabía que eran importantísimos para mí y que para ellos sí quería ser la mejor. Yo he cuidado de ellos, sí, pero en realidad ellos han cuidado más de mí«. Y añade: »Puedo decir que mis nietos me han salvado porque sin ellos quizá me habría tirado por una ventana o me habría quedado en un sofá sin levantarme«. Gracias a ellos, siguió yendo a la Feria y siguió sobreviviendo, aunque no presume de 'resiliencia', la palabra con la que los psiquiatras definen la resistencia del ser humano ante la desgracia, sino con una frase más coloquial y entendible: «No tenía otra».
La Audiencia de Sevilla le concedió en julio de 1999, año y después del asesinato de su su hijo y de su nuera, la tutela de los tres niños, que también reclamaron los abuelos maternos y un tío materno. Los jueces consideraron a Teresa la persona más idónea por su juventud (el otro abuelo tenía 80 años) y porque ya la había ejercido de hecho durante ese año y medio «sin desajuste ni desaprobación alguna».
A la madre de Alberto Jiménez-Becerril le ayudaron mucho sus familiares pero insiste en que los que más le ayudaron fueron mis nietos. «Recuerdo que dos de ellos dormían en mi cama. Me hacían compañía y evitaron que cayera al vacío». De la crianza de sus nietos tiene recuerdos bonitos («no me han quitado el sueño, han sido muy buenos»), aunque la llegada de la adolescencia trajo tensiones como en cualquier familia. Ella era la madre y el padre, además de la abuela, pero ejerció todos esos roles sin pensar en ello. Simplemente, dice, «tiré para adelante y traté de hacerlo lo mejor posible». Sus nietos pueden dar fe de que lo hizo en buena dirección en condiciones muy difíciles, como las de tantos cientos de víctimas del terrorismo.
Dice que nunca ha hablado de la muerte de su padre con ninguno de ellos: «Sólo una vez me preguntó Alberto si lo habían matado en Madrid o en Sevilla». La madurez de Alberto, actual presidente de la Fundación Jiménez Becerril, llega hasta el extremo de que siendo aún un niño le esconde a su abuela un ejemplar de ABC en cuya portada aparece la foto de su hijo (el padre que perdió con 7 años) «para que ella no sufriera». En un libro dijo Alberto de su abuela «que ella siempre estuvo ahí pero nosotros nunca estuvimos encima de sus rodillas».
Ascen, Alberto y Clara tienen ahora 28, 31 y 32 años, respectivamente, y luchan por sacar adelante a sus familias. La vida sigue a pesar de todo. Ascen tiene cuatro hijos y ahora espera el quinto, aunque entre ellos ya hay un Alberto. «Es un nombre muy común en mi familia y lo será siempre», dice Teresa.
De su hijo sigue hablando con admiración como una madre orgullosa, a pesar de que hace veinticuatro años y ocho meses de su muerte. «Cuando nació Paco fue muy acogido por toda la familia y cuando llegó Alberto estuvo mucho más tiempo conmigo. Con tres años ya tenía mucho alcance y se reía mucho con su hermano. Le encantaba el jamón y yo le decía que parara porque le iba a dar mucha sed y entonces me decía «pues beberé agua». Era muy maduro e inteligente para su edad y luego se convirtió en un hombre muy brillante y risueño», recuerda. En el salón de su casa Teresa tiene muchas fotos de sus nietos y de su Alberto. «A ésta -señala una de ellas- le doy un beso todas las noches. Me gusta hablar con él y siempre lo llevo dentro. Eso no me lo han podido arrebatar».
Besar una foto ha sido su manera de superar el duelo y tenerlo siempre presente, de guardar el recuerdo de su hijo durante los 10.463 días que han transcurrido desde su asesinato. Muchos días y muchas noches en las que ha debido de sentir muchas cosas, aunque prefiere no recordar esos primeros días y semanas sin Alberto.
Teresa ha conocido a Irene Villa y al padre de Miguel Ángel Blanco, otra persona a la que le robaron su hijo de la forma más cruel imaginable: «Nunca he visto una cara más triste que la suya», recuerda. Quienes mataron al joven concejal de Ermua también han recibido beneficios penitenciarios y Teresa se lleva las manos a la cabeza cuando se le cuenta que hubo que trasladar los restos de Miguel Ángel de esa localidad vasca a Galicia para que los amigos y simpatizantes de sus verdugos dejaran de profanar su tumba.
«No quiero que los asesinos de Alberto y Ascen me pidan perdón porque yo tampoco les voy a perdonar. Pero no pienso en ellos»
«Yo siempre estuve ahí pero como dice mi nieto Alberto nunca estuvieron sobre mis rodillas«
«Me alegro de que mi marido no estuviera vivo cuando mataron a Alberto. Se habría quedado en un sillón y no se habría levantado más»
Uno de los asesinos de su hijo se apellida Barrio, como ella, cuyo segundo apellido, Azcutia, también es vasco. Paradojas del destino, aunque no lo es, sino una decisión política, que hayan sido acercados también a cárceles vascas. «Yo no quiero que me pidan perdón por lo que hicieron porque yo tampoco los voy a perdonar. ¿Por qué los iba a perdonar? Uno puede perdonar a alguien que hace algo por un arrebato pero no por algo planificado«, dice. Aunque añade a continuación: »La verdad es que no pienso en ellos. Nunca he pensado mucho en esos hijos de la Gran Bretaña que mataron a mi hijo y a Ascen después de tomarse una cerveza -se muerde la lengua-, aunque me he preguntado alguna vez por qué mataron a Alberto, que no tenía poder y sólo era un concejal de un Ayuntamiento».
Que los dos asesinos de su hijo puedan salir a la calle dentro de algunos años le remueve las entrañas. «No quiero que los maten porque seríamos como ellos, pero no creo que deban salir a la calle. Deben permanecer en la cárcel. Son asesinos», dice.
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