25 años sin alberto y ascen
Tres generaciones rotas por ETA

Los etarras José Luis Barrios y Mikel Azurmendi mataron el 30 de enero de 1998 al edil del PP Alberto Jiménez-Becerril y a su esposa, la procuradora Ascensión García Ortiz, en la puerta de su casa de Sevilla. Los asesinos han sido acercados al País Vasco, pero la madre, la hermana y los hijos de Alberto no se rinden
Teresa Barrio Azcutia descuelga el teléfono de madrugada. 30 de enero de 1998. «Han matado a Alberto y Ascen». La madre del concejal del PP de Sevilla tiene en esos momentos un arrebato. «Lo primero que se me pasó por la cabeza fue ... tirarme por la ventana». Pero de repente pensó en sus nietos. Ascen, Alberto y Clara Jiménez-Becerril García acaban de quedarse dormidos en su casa de la calle Don Remondo, a cuyas puertas han sido abatidos por la espalda sus padres unos minutos antes. Los niños habían jugado al parchís con la canguro aquella tarde lluviosa. «Yo tengo un leve recuerdo de aquella noche, sé que llovía». El resto de la historia es la de tres generaciones destrozadas por ETA.
Alberto preside hoy la fundación que lleva el nombre de su padre, pero es reacio a las entrevistas. «Necesito el anonimato, entendedme», contesta habitualmente. Ascen y Clara nunca han hablado tampoco. Esa tarea se la dejaron a su tía Teresa, que actualmente es adjunta al Defensor del Pueblo. Pero han pasado 25 años y el tiempo da una perspectiva que ayuda a analizar todo lo sufrido desde la serenidad. Su abuela, que lamenta tener el mismo apellido que uno de los asesinos de Alberto y Ascen, José Luis Barrios, asumió la crianza de los niños. «Yo no salvé a mis nietos, mis nietos me salvaron a mí». Hace poco le dijeron que era ejemplo de resiliencia. «¿Eso qué es?», preguntó. «Eso es la capacidad de adaptarse a una circunstancia adversa», le contestaron. Y ella sentenció: «Ah, vale, así se le llama ahora a 'cuando no tienes más remedio'».

ABC se ha sentado con las tres generaciones en el salón de la casa de Teresa, donde crecieron los niños. Sólo falta Ascen, que está a punto de dar a luz. Quieren salir sonriendo en la foto del aniversario del asesinato de Alberto Jiménez-Becerril y Ascensión García Ortiz porque «si mostramos tristeza, ellos pueden pensar que han ganado y no es así». En el sofá, rodeando a su abuela, inician un debate. Alberto hace una primera reflexión rotunda. «Como presidente de la Fundación estoy yendo a los colegios a explicar a los niños qué es ETA, pero cuando les pregunto quién fue Miguel Ángel Blanco o mi padre, rara vez suelen saberlo. Estoy detectando algo muy preocupante: conforme pasa el tiempo, los homenajes a las víctimas son cada vez más pequeños, más íntimos, mientras que los niños ven en el telediario los homenajes que reciben los etarras cuando son excarcelados».
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Todos se sienten muy decepcionados con el ministro Fernando Grande-Marlaska por la política de acercamiento de presos. «Una vez me lo encontré en un bar en Madrid y me dijo que estaba para lo que necesitáramos», protesta la abuela. «Es una vergüenza lo que está pasando», suspira la tía Teresa. «Lo peor es que para ellos las víctimas del terrorismo somos una cuestión política, pero las madres de los etarras son un tema humanitario. Las víctimas del terrorismo no hemos tenido la suerte de caer en alguna de las ramas de su relato». Por eso les fastidia tanto que les pregunten si perdonarían. A Alberto se lo cuestionaron una vez en una mesa redonda con varias víctimas, entre ellas una directa del 11-M que dijo que estaría dispuesta. En cambio, cuando la pregunta le llegó a él, contestó con otra: «¿Pero a mí alguien me ha pedido perdón?».
«Lo peor es que para ellos las víctimas del terrorismo somos una cuestión política, pero las madres de los etarras son un tema humanitario. Las víctimas del terrorismo no hemos tenido la suerte de caer en alguna de las ramas de su relato»
—Yo cuando veo que algunos que están mutilados dicen que perdonarían me planteo si es que son más buenos que yo -salta la abuela.
—Pero es distinto cuando se trata de una víctima directa, abuela. En ese caso se puede entender que necesita perdonar para seguir con su vida, pero ¿quiénes somos nosotros para perdonar sin saber qué habrían hecho nuestros padres? Es distinto.
Agradecidos
La conversación es devastadora cuando se adentra en los primeros años de superación. Los niños, que ya son adultos con vidas independientes, no recuerdan nada de sus padres.
—Lo que nos hizo ETA fue horrible, pero tengo que decir que estoy agradecido a Dios por la vida que nos ha dado después -dice Alberto.
—Yo no sé cómo lo hicisteis para que hayamos podido vivir sin necesitar nunca la figura de nuestro padre y nuestra madre. Habéis conseguido que nunca hayamos sentido que tuvimos una pérdida -interpela Clara a las dos Teresas.
—Yo sí tuve una pérdida, claro que la tuve, perdí a mi hijo y no hay un solo día que no le dé un beso a su foto por la noche y me acuerde de los etarras para que cumplan en la cárcel hasta el último minuto de sus condenas.
«Lo que nos hizo ETA fue horrible, pero tengo que decir que estoy agradecido a Dios por la vida que nos ha dado después»
A la respuesta de la abuela, Alberto da una respuesta concluyente: «En los 17 años que viví en esta casa, nunca usé mi habitación. Yo dormía con mi abuela todas las noches. Y si digo que doy gracias a Dios es porque he podido tener una familia muy unida. Mi abuela ha sido mi abuela, mi padre, mi madre, mi tía, mi prima, mi amiga...». La tía Teresa remata: «Hemos luchado siempre contra la derrota, Alberto arrancaba las páginas del ABC en las que se informaba sobre sus padres para que mi madre no las viera, por eso nos duele tanto el relato actual y pedimos que cumplan íntegramente las penas y que se prohíban los homenajes». No se les percibe rencor, «pero que no digan la palabra conflicto, ¿qué conflicto tenía la nuca de mi padre?».
ETA les intentó destrozar hace 25 años, pero no les ha vencido. «Seguiremos luchando siempre». Teresa Barrio Azcutia se levanta del sofá con una agilidad impropia de sus 91 años y se va dirección a la cocina para poner fin a esta charla que tanto dolor le provoca.
—¿Quieres un cafelito, Alberto?
El atentado
Asesinados junto a su casa
Alberto Jiménez-Becerril y Ascensión García Ortiz cayeron asesinados a veinte pasos del portal de su casa en una fría y húmeda madrugada de enero en Sevilla. No se sabe con exactitud a qué hora, poco después de la una de la madrugada. El primer aviso de la sala del 091 para activar una ambulancia del 061 se produjo a la 1.28 minutos del 30 de enero. Este es un relato aproximado de lo que pudo ocurrir y en el siguiente enlace, el testimonio de las personas del entorno de Alberto y Ascen que vivieron más de cerca el atentado.

1. La despedida
Alberto y Ascen se despiden de sus amigos en el Antigüedades, un bar de copas entonces hoy reconvertido en restaurante, de la calle Argote de Molina después de la 1 de la madrugada. Las versiones se contradicen si otra pareja de amigos los acompañó un trecho o se marcharon solos
2. El trayecto
Argote de Molina es una vía relativamente ancha, en la que pudieron coincidir con otros viandantes, que gira a la izquierda. En la esquina con la calle Segovias, toman por esta vía bastante más estrecha y, a esas horas, seguro que solitaria por completo
3. El acecho
Lo más probable es que por Segovias ya los fueran siguiendo a distancia sin ser vistos. Hasta embocar la calle Don Remondo hay un trayecto de menos de un minuto a velocidad de paseo. Desde que torcieron a la izquierda por Don Remondo hasta el lugar donde cayeron hay poco menos de un minuto
4. El asesinato
Los dos etarras les seguían los pasos por Don Remondo, al abrigo de los muros del palacio arzobispal. Antes de que fueran a girar por Cardenal Sanz y Fores, donde vivían, disparan sus pistolas automáticas sin mediar palabra. El primer aviso a emergencias se produce a las 1.26 horas
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el impacto
Las cuarenta horas más tristes
Llovía aquellos días en Sevilla. Llovía con infinita tristeza, pero también con rabia contenida. Sobre los adoquines mojados de la calle Don Remondo, pegada al palacio episcopal, quedaron tendidos aquel 30 de enero de 1998 los cuerpos sin vida del concejal de Sevilla, Alberto Jiménez-Becerril, y su esposa, Ascensión García Ortiz.
Todavía faltaba por llover a cántaros para que la serpiente etarra dejara de emponzoñar con su veneno la democracia española. La mordedura del 30 de enero de 1998 fue especialmente dañina. Quizá ningún otro atentado, con la sola excepción del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, levantó tal ola de indignación en toda España. El hecho de que los asesinos acabaran en una misma acción criminal con un matrimonio dejando tres huérfanos de corta edad tocó la fibra sensible de la sociedad española.
En el imaginario colectivo estaba muy presente el asesinato de Miguel Ángel Blanco en julio del año anterior y la oleada de protestas que despertó con manifestaciones multitudinarias en las que los ciudadanos mostraban sus manos blancas en abierto contraste con las manos manchadas de sangre de los terroristas separatistas vascos. En Sevilla, en julio de 1997, el concejal Alberto Jiménez-Becerril se encargó de organizar la protesta cívica. Seis meses después, su alevosa muerte desató la manifestación acaso más numerosa hasta entonces.
Fuente: COPE
En la ciudad de la que era segundo teniente de alcalde y delegado de Hacienda supuso una conmoción sin igual, sólo comparable a la herida que dejó la riada del arroyo Tamarguillo en noviembre de 1961 y la tragedia de la avioneta de la Operación Clavel que se precipitó contra el gentío. Prácticamente todos los mayores de la treintena pueden recordar con precisión dónde estaban y qué hacían cuando conocieron la terrible noticia.
El impacto de aquellas dos balas 9 milímetros Parabellum, la munición habitual que usaba ETA, no sólo mató a Alberto y Ascen de cuyo asesinato se cumplen ahora el aniversario, sino que destrozó las tres generaciones de su entorno familiar más inmediato: los padres de ambos cónyuges, los hermanos y sus tres hijos, Ascensión, Alberto y Clara.
Veinticinco años y una generación después, las estadísticas muestran el desconocimiento entre los jóvenes del sufrimiento causado por la banda terrorista, cuyos efectos siguen causando dolor en las tres generaciones de la familia Jiménez-Becerril.
Ignacio Camacho
Periodista
Los etarras
Sin arrepentirse ni pedir perdón por el atentado de Sevilla
El año 1998 había arrancado con un atentado terrorista en Zarauz contra el concejal del PP José Ignacio Iruretagoyena Larrañaga, muerto al estallar una bomba lapa en los bajos de su automóvil. Era el segundo edil del Partido Popular asesinado por ETA desde el secuestro y muerte de Miguel Ángel Blanco en julio de 1997 que levantó una oleada de contestación popular en toda España, incluida Sevilla, donde el segundo teniente de alcalde y delegado de Hacienda, mano derecha de la alcaldesa Soledad Becerril, Alberto Jiménez-Becerril se implicó personalmente en la organización de la manifestación de protesta.
La banda criminal había puesto en marcha la fase de socialización del terror atentando contra concejales del partido que sustentaba al Gobierno central, presidido por José María Aznar, al que solo el blindaje de su vehículo oficial lo salvó en abril de 1995 de morir en un atentado con coche bomba.
Fuente: COPE
ETA volvió a intentarlo en Sevilla a mediados de enero para asesinar a la alcaldesa, y destacada figura del PP, Soledad Becerril. Ella misma lo confesó con amargura algún tiempo después: «Mataron a Alberto porque yo estoy viva». En efecto, el inhibidor de frecuencias del coche municipal en que acudía al hotel Los Lebreros evitó que se activara el coche bomba que el comando Andalucía había preparado contra ella.
Fuente: COPE
Frustrada esa intentona, los terroristas José Luis Martín Barrios alias 'Txetxu' y Mikel Azurmendi alias 'Hankas' pasaron a un plan B que consideraron más factible. La cúpula de la banda, en la que mandaba con mano de hierro José Javier Arizkuren, alias 'Kantauri', les dio carta blanca para asesinar a algún concejal con el tiro en la nuca marca de ETA que entrañaba mucha menos necesidad de infraestructura y, por supuesto, menos riesgos.
Nunca llegó a saberse si Alberto y Ascen fueron objetivos premeditadamente elegidos o fue una improvisación de última hora la que los llevó a tirotearlos en la madrugada del viernes 30 de enero. Los concejales sevillanos habían recibido avisos -que hoy podríamos calificar como vagos y genéricos- con mínimas medidas de autoprotección. Por supuesto, no llevaban escolta salvo en contadísimos casos. Y tampoco variaban demasiado sus rutinas cotidianas.
Fuente: COPE
En el seguimiento del delegado municipal de Hacienda de Sevilla jugó un papel destacado Maite Pedrosa, Maituna, emparejada con Hankas. La Audiencia Nacional la condenó a diez años por conspiración para cometer un homicidio terrorista por pasar información aunque luego el Supremo elevó la pena a doce años como cómplice del asesinato del concejal sevillano aunque no del de su mujer.
El asesinato de Ascensión García Ortiz no estaba en el guion, pero probablemente se decidiera en el último momento para eliminar testigo alguno de su acción delictiva. Alberto y su mujer habían salido a cenar con los amigos como hacían habitualmente los jueves, día en que contrataban una niñera que acostara a los niños hasta su vuelta al hogar. El jueves 29 de enero siguieron su costumbre. Del pub Trinity, en los bajos del hotel Inglaterra de la Plaza Nueva, pasaron al pub Antigüedades en la calle Argote de Molina donde coincidieron con otros amigos y compañeros de partido. Los testimonios no concuerdan si se fueron solos o los acompañó otra pareja un trecho cuando decidieron recogerse poco después de la 1 de la madrugada.
Barrios declaró en el juicio en la Audiencia Nacional en junio de 1999 que Azurmendi disparó primero contra Alberto y que él contó hasta tres para hacer lo propio con Ascen, en ambos casos por la espalda y a muy corta distancia. El concejal debió intuir o se giró y recibió el disparo en la sien. Ambos cayeron muertos sobre los adoquines de la calle Don Remondo, sobre la que quedaron los claveles que la madre había comprado para que los hijos conmemoraran el viernes 30 el día escolar de la No Violencia en recuerdo de la fecha del asesinato de Gandhi.
Los etarras consumaron su acción y desaparecieron sin que nadie notara nada. Los empleados del hotel Los Seises escucharon las detonaciones y, extrañados, salieron a la puerta pero la tranquilidad de la noche los devolvió a la recepción. Se perdieron por el dédalo de calles estrechas y se refugiaron en el piso de la calle José Laguillo donde hacían apariencia de vida normal, bien vestidos y con aire de profesionales con horarios fijos de salida y entrada en la vivienda. Al día siguiente al atentado, mientras Sevilla lloraba a los muertos, festejaron su criminal acción con una comilona que regaron con sidra.
Seguimiento de la Guardia Civil
Su detención en marzo estuvo precedida de una impresionante labor de rastreo de las cámaras de seguridad de estaciones de tren y autobús como quien busca una aguja en un pajar dado que los servicios de información creían seguro que Azurmendi era el líder del comando asentado en Andalucía.
El seguimiento de la Guardia Civil los llevó hasta una gasolinera de Alcalá de Guadaíra donde le iban a traspasar un cargamento de explosivos para continuar con su actividad terrorista. Pero la autocaravana francesa en la que habían traído el explosivo plástico levantó las sospechas de un empleado y la irrupción de un patrullero de la Policía Nacional trastocó los planes tanto de los etarras como de los agentes que los vigilaban.
Los terroristas volvieron al refugio del piso franco en la creencia de que las fuerzas de seguridad no lo tenían bajo control. Se equivocaban. A las 6.30 de la mañana del 21 de marzo, los agentes entraron en el piso y los pillaron durmiendo a pierna suelta en paños menores. Fin de la escapada.
No desaparecieron de los noticiarios y los periódicos. Euskal Herritarok presentó a Barrios como número tres en su lista al Parlamento Foral de Navarra en las elecciones del 13 de junio de 1999. El juez Baltasar Garzón, de la Audiencia Nacional, autorizó su salida de prisión para jurar el cargo y acreditarse como parlamentario, lo que intentó utilizar su defensa en el juicio para que pasara al Supremo.
Condenas
Finalmente, fueron condenados a treinta años de cárcel cada uno por el asesinato «con cruel indiferencia» del edil hispalense y su mujer. Ambos debían indemnizar a los herederos del matrimonio con cien millones de pesetas (600.000 euros). La sentencia recoge que actuaron con «frialdad y aleatoriamente, con el más absoluto desprecio por la vida. Se da muerte a Jiménez-Becerril, teniente de alcalde de Sevilla, elegido por el Partido Popular, pero en realidad era indiferente para los autores haber matado aquella noche a otro cargo del Partido Popular. Los autores no saben quién es la mujer que acompaña al concejal, a la que también deciden matar para que pueda perpetrarse sin dificultades la huida del crimen que realmente les interesa, sin que importe que pueda ser la esposa del edil y que con la doble muerte vayan a poder quedar doblemente huérfanos los hijos».
Por su parte, Kantauri, jefe de los comandos ilegales -cuyos miembros ya estaban fichados por las fuerzas de seguridad- de ETA que dio la orden del atentado, fue condenado en 2013 a 56 años de cárcel, que cumple desde octubre en Navarra, y a indemnizar a los hijos del matrimonio con un millón de euros. A diferencia de los ejecutores directos de los asesinatos, Kantauri admitió en una carta al director de la prisión la inutilidad de la causa de ETA y su arrepentimiento por el daño infligido.
En la actualidad, todos ellos penan en cárceles del País Vasco después que el Ministerio del Interior concediera el traslado de José Luis Barrios desde la cárcel de Pamplona a mediados de diciembre. En abril, Azurmendi y Pedrosa, que concibieron un hijo mientras cumplían condena en la cárcel de Albolote, pasaron del penal del Dueso, en Cantabria, a Zaballa en Álava. Nunca se han desmarcado de la línea oficial de ETA ni han mostrado ningún tipo de arrepentimiento ni han pedido perdón a las víctimas por su actuación delictiva que tanto dolor causó a tres generaciones.
La familia
El coraje y la responsabilidad
Tras los asesinatos cometidos el 30 de enero, las vidas de la familia del matrimonio Jiménez-Becerril - García cambiaron por completo. Una abuela y madre coraje se hizo cargo de tres niños pequeños, la mayor de 8 años, teniendo que hacer de tripas corazón para procurarles, desde el dolor infinito de la pérdida, la alegría, el cariño y el consuelo que necesitaban y criarlos hasta convertirlos en adultos responsables y comprometidos. Así han transcurrido sus vidas.
I

Teresa Barrio Azcutia
Su madre
Acababa de instaurarse la II República cuando Teresa Barrio Azcutia nació en Madrid. Regentaba una tienda de moda en Sevilla. Ya viuda, su vida cambió radicalmente a los 66 años, cuando los terroristas asesinaron a su hijo y a su nuera. Ella quedó al cuidado de los tres hijos del matrimonio y asumió la tutela legal en julio de 1999, año y medio después del crimen, por decisión de la Audiencia de Sevilla. Ha sido abuela, madre y padre de los tres hermanos, a quienes ha evitado transmitir sentimientos de odio o rencor por el asesinato de sus padres, aunque también tiene claro que nunca va a perdonar a los asesinos. En septiembre de 2022 recibió el premio de la Fundación Alberto Jiménez, que quiso reconocer en ella a todas las madres y abuelas víctimas del terrorismo.
II
Teresa Jiménez-Becerril Barrio
Hermana
La hermana del dirigente del PP asesinado vivía en Italia en el momento del atentado. Es licenciada en Periodismo y aunque nunca ha dejado de escribir en periódicos, su vida ha estado ligada al mundo de la moda. Junto a su madre abrieron tiendas en Sevilla y Madrid para posteriormente estudiar un máster de diseño de moda en la escuela Marangoni de Milán. En Italia contrajo matrimonio con un empresario italiano y tras vivir unos años en Londres, donde trabajó en Harrod's y Prada, tienda que dirigió, se trasladaron a Turín donde fijaron su residencia. Su vida cambió aquel fatídico 30 de enero de 1998, aunque no sería hasta unos años después cuando se convirtió en una de las voces más activas de las víctimas del terrorismo. No entró en política hasta que en julio del 2009 fue elegida diputada por el PP en el Parlamento Europeo, donde estuvo dos legislaturas. Tras su paso por la Eurocámara fue diputada por Sevilla en el Congreso. Actualmente es adjunta primera al Defensor del Pueblo. Tiene dos hijas, Almudena y Costanza.
III

Francisco Jiménez-Becerril Barrio
Hermano
El hermano mayor de Alberto estudió en los jesuitas, como el concejal asesinado, y posteriormente se licenció en Derecho por la Universidad Hispalense. Dedicado al sector de las finanzas, ha trabajado en diversas entidades bancarias y actualmente gestiona su propia empresa. A diferencia de su hermana, rehusó cualquier protagonismo público tras el atentado de ETA, aunque nunca falta a los actos conmemorativos de cada 30 de enero en memoria de su hermano y su cuñada.
IV
Ascensión Jiménez-Becerril García
Hija
La hija mayor del matrimonio asesinado por ETA tenía ocho años cuando la banda terrorista asesinó a sus padres. Estudiaba en el colegio de las Irlandesas, donde prosiguió escolarizada tras el atentado. A los 14 años se trasladó durante un año a Italia con su tía Teresa, donde estudió en el colegio de La Salle de Turín. A punto de cumplir 34 años, está casada y tiene cuatro hijos: Triana, Alberto, Olivia y Teresa, y está en el octavo mes de embarazo de un nuevo hijo que será varón. Es licenciada en Psicología.
V

Alberto Jiménez-Becerril García
Hijo
El único hijo varón de Alberto y Ascen tenía siete años en el momento del atentado; había nacido el 17 de enero de 1991. Estudió Derecho en la Universidad Pablo de Olavide y trabaja en la abogacía. Como sus hermanas, es reacio a asumir protagonismo público, aunque desde abril de 2022 preside la Fundación que lleva el nombre de su padre. Está soltero, aunque tiene novia desde su juventud.
VI

Clara Jiménez-Becerril García
Hija
La hija menor del matrimonio víctima de ETA solo tenía cuatro años aquel fatídico 30 de enero. Actualmente, con 29 años, vive y trabaja en Madrid, aunque se desplaza con frecuencia a Sevilla para ver a su abuela. Es ingeniera industrial y está soltera, aunque tiene su boda programada para septiembre.
un elemento incómodo
Del vídeo de Zoido al silencio del PSOE y Podemos en los aniversarios del atentado
El aniversario del asesinato de Alberto Jiménez Becerril y Ascensión García Ortiz a manos de ETA es recordado cada 30 de enero en Sevilla con dos ceremonias, una ofrenda floral en la esquina de la calle Don Remondo donde se cometió el crimen y una misa en la Catedral. En 2018, con ocasión del XX aniversario, el Ministerio del Interior realizó un vídeo para recordar el vil asesinato y en homenaje al matrimonio sevillano. La grabación, realizada desde el Ministerio del Interior en la etapa de Juan Ignacio Zoido, alterna algunos planos de Alberto y Ascen con grabaciones de los días posteriores al atentado, algunos planos de Sevilla e imágenes icónicas como tres claveles sobre los adoquines, en referencia a las flores que llevaba Ascen García Ortiz para sus hijos en el momento en que fue tiroteada por los terroristas. El vídeo, dedicado a todas las víctimas de ETA, cuenta con la voz en off de la propia hermana del concejal sevillano, Teresa Jiménez Becerril, quien narra los hechos y concluye afirmando «quisieron matar sus ideas y resucitaron nuestros valores. Quisieron poner de rodillas a dos inocentes y solo consiguieron levantarnos a todos». En los últimos fotogramas aparece el logotipo del Ministerio del Interior y la leyenda «Memoria, dignidad, justicia y verdad».
Ahora, con ocasión de otra efeméride señalada como es el XXV aniversario del crimen, no consta que el Ministerio del Interior que dirige Fernando Grande-Marlaska tenga previsto ninguna iniciativa para recordar al matrimonio sevillano. Los atentados de la banda terrorista son un elemento incómodo para el Gobierno de Pedro Sánchez, que necesita el apoyo parlamentario de Bildu para sacar adelante sus propuestas. Tampoco Podemos, su socio en el Ejecutivo, está por la labor de conmemorar los atentados terroristas ni fomentar la empatía con las asociaciones de víctimas. A diferencia de hace cinco años, en esta ocasión el Gobierno guarda silencio en una fecha tan especial para la ciudad de Sevilla.
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