HISTORIA
El rastro de Al-Mutamid en Sevilla
El descubrimiento de dos palacios del siglo XI han devuelto a la actualidad al monarca poeta que hizo florecer la cultura en la Ishbiliya musulma
J. M.
El descubrimiento de dos palacios del siglo XI han vuelto a poner de actualidad a Al-Mutamid , el monarca poeta que hizo florecer la cultura en la Ishbiliya musulmana , en cuya corte encontraron cobijo poetas, astrónomos y geógrafos.
Del ... descubrimiento del primero de estos dos palacios informó ABC de Sevilla el pasado 29 de junio. Se encuentra en un inmueble situado en el Patio de Banderas y propiedad de Patrimonio del Estado, en el que durante unas catas arqueológicas aparecieron dos arcos.
Una vez realizada la prueba del carbono 14, los arqueólogos constataron de que se trataba de vestigios del siglo XI, situados en el lugar donde Al-Mutamid escribió sus poemas y se alzaba su palacio.
El segundo de estos palacios se encuentra en San Julián , donde tan solo unos días atrás ABC de Sevilla informaba de la confirmación, también vía carbono 14, de que se remontaba al siglo XI, es decir, durante el reinado de Al-Mutamid. Los restos aparecieron en 2006 durante unas obras en la casa de hermandad de la Hiniesta .
Pero quién era Al-Mutamid y dónde se le puede seguir el rastro en la Sevilla actua l. Este soberano es conocido como el rey poeta de Ishbiliya, a la que cantó como si fuera una hermosa mujer que había conquistado. Y es que no era un rey al uso, de hecho indignó a los ortodoxos del Corán puesto que había convertido su reinado en «un oasis de cultura y placer», según los historiadores.
Buscando las huellas del soberano en la ciudad, desde los almorávides a los almohades, encontramos dentro de las murallas edificios como el Alcázar o mezquitas como la que reposa bajo los restos de la actual parroquia de San Andrés . Fuera de las murallas, el Palacio y Jardines de la Buhaira o el castillo de Alcalá de Guadaíra .
Cúpula del salón de los Embajadores
Tras la conquista musulmana, en el año 712, el Alcázar tomó forma como fortificación palaciega , y ya desde entonces fue utilizado como residencia de los reyes . Abd-al-Rahman III, en el 913, terminó de fortificarlo y, en en siglo XI, Al.Mutamid levantó el que llamó Alcázar de la Bendición.
De este recinto que construyó el rey poeta, sólo se conserva el Patio del Yeso o Patio Islámico , que apenas mantiene las estancias del antiguo palacio almohade que se disponían a su alrededor.
Como recoge el Centro Virtual Cervantes en una publicación, del ala occidental únicamente quedan restos del arco de acceso . El pórtico meridional, el mejor conservado, consiste en un gran arco central de lambrequines flanqueado por otros tres menores y rematados con paños de sebka.
Tras él se dispone una sala rectangular y, en el lado norte, sólo subsisten tres arcos de herradura enmarcados por un alfiz, con decoración pintada en origen, y sobre ellos tres pequeños vanos de ventilación. En el centro del patio hay una alberca que conserva en su fondo restos de la primitiva , más larga y estrecha que la actual.
La huella de Al-Mutamid en el Alcázar también se aprecia en el salón de los Embajadores , que se levantó sobre el salón del trono de su palacio. En aquella época, era conocido como la sala de las Pléyades, donde reunía el monarca a los poetas de su corte . Gracias a los poemas de Al-Mutamid nos ha llegado hasta nuestros días la descripción de esta sala de Al-Turayyá, construida por el rey para estudiar las constelaciones :
«El palacio de al-Mubárak llora sobre las huellas de Ibn Abbad como llora sobre las de las gacelas y leones. Su al-Turayyá llora y sus estrellas ya no están sumergidas por las lluvias vespertinas y matinales provocadas por el naw de las Pléyades. (…)Quisiera saber si pasaré todavía otra noche teniendo delante y detrás de mí un jardín y un estanque . Sobre una tierra que hace crecer los olivos, que transmite nobleza, en la que se arrullan las palomas y gorgojean los pájaros».
Los almorávides destruyeron gran parte de esta sala de Al-Turayyá, aunque se conservan algunas señales y pinturas de aquella estancia que sirvió para estudiar las estrellas. Hoy, nos encontramos con un pabellón cubierto por una cúpula decorada con lacerías doradas, simulando el cielo.
Otra de las estancias que recuerdan a Al-Mutamid es el Patio de las Muñecas , con una imponente yesería y una galería de arcos de medio punto sustentados en columnas con fustes negros y rosados. Según parece, el rey mandó traerlos de Córdoba.
Palacio de la Buhaira
En las afueras de Ishbiliya, había una laguna que los árabes llamaban «albuhayra». Allí encontró Al-Mutamid un lugar para residir lejos de su corte , y levantó a las orillas de esta laguna un palacio del que hoy se conservan algunos restos.
El Palacio de la Buhaira disponía de una zona ajardinada que se regaban gracias al agua de los Caños de Carmona . Desde el Aljarafe –que significa «tierra fértil» en árabe– trajeron olivos, vides y frutales exóticos.
Actualmente, se conserva el pabellón nazarí llamado Santa María de los Ángeles , las ruinas del antiguo palacio de la Buhaira, la alberca, la puerta de San Agustín, la calle Nueva, la portada de las Almenas y la de Tejaroz.
Este espacio da nombre a una de las avenidas principales de Sevilla , trazada no sin gran controversia en tiempos del alcalde Manuel del Valle cuando decidió que la vía urbana atravesara el conjunto monumental de la Buhaira, que había pervivido olvidado pero completo hasta entonces.
Murió con su corazón en Sevilla
El final de Al-Mutamid llegó en el año 1090. Dos años antes, el rey poeta que hizo florecer el carácter cultural de la ciudad, se dirigió en persona a Marrakech para pedir a Yusuf que acudiera en ayuda de los musulmanes en Al-Ándalus , que se encontraba asediada por las tropas de Alfonso VI .
Lo que ocurrió es que los almorávides acudieron, pero no sólo combatieron a los cristianos, sino que reconquistaron los reinos de taifas , acabando con el reinado de Al-Mutamid, que fue depuesto en 1090 y desterrado a África , donde murió en Agmat (Marruecos).
Cuentan que las mujeres de Ishbiliya se arañaban la cara al ver partir cautivo a un rey al que no se le respetó su último deseo: morir en Sevilla , como él mismo escribió cuando se encontraba encadenado:
«Se enroscan en mi pierna como una víbora/ me muerden con dentelladas de león./ ¡Mira, aunque tus grilletes estuviesen cubiertos de pelo,/ mis palmas y mis muñecas arderían!/ Yo era aquel que con su riqueza o con su espada/ llevaba a los hombres al Paraíso o al Averno./ O aquellas que nos hablan de la añoranza perdida:/ ¡Dios decrete en Sevilla la muerte mía,/ y allí se abran nuestras tumbas en la Resurrección».
El rastro de Al-Mutamid en Sevilla
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