Episodios locales

Capataz para un Cristo vivo

Se han cumplido veinte años del fallecimiento de Leonardo Castillo, delegado de Cáritas durante dos décadas, impulsor de las peregrinaciones a Lourdes y, ante todo, hombre bueno

Leonardo Castillo, abrazado por monseñor Amigo J. M. Serrano

El día de su funeral, el 28 de marzo de 2005, se agotó el papel en la Catedral. La expresión, imposible más taurina, la pronunció el cardenal Amigo, que concelebró en aquella ocasión tan sentida junto al arzobispo Montero, los prelados de Huelva ... y Asidonia, los canónigos del cabildo catedralicio y 115 sacerdotes. Dos mil personas abarrotaban el templo para asistir a las exequias por el cura de los toreros, Leonardo Castillo, que había muerto el 25, Viernes Santo de hace ahora veinte años, dejando en la orfandad a tantos como le estaban agradecidos: «Que lo digan los inmigrantes a los que buscaba casa y trabajo; los impedidos para los que creó peregrinaciones, para que vieran mundo; los presos a los que procuraba un día de libertad fuera de la cárcel, una excursión al Rocío o un café con el arzobispo; los maletillas; los artistas; las escuelas de Formación Profesional».

El 'padre festivales' como lo conocía el mundo del toro por su habilidad para acartelar espectáculos taurinos de carácter benéfico, era todo bondad. Los suyos se lo premiaron. El Ayuntamiento gaditano de Algar, donde nació y donde reposan sus restos, lo hizo hijo predilecto; los de Sevilla (a título póstumo), Cazalla y Carrión lo nombraron hijo adoptivo; fue distinguido con el título de Sevillano del año en 1973 y con la Gran Cruz de Beneficencia, que le hacía triple honor: por grande, como su corazón que le dio un susto monumental en 1997; por cruz, que marcó toda su vida, desgastada en ayudar a los demás; y por beneficencia, que derrochó a manos llenas con quien tenía más cerca.

Había fundado escuelas profesionales para que la juventud rural tuviera salidas laborales; había dirigido la Cáritas diocesana durante dos décadas; había sofocado incendios pastorales en las parroquias de Carrión de los Céspedes y La O, a donde lo mandaba el ordinario para templar ánimos; había sido capellán de la cárcel en Ranilla y luego en Alcalá; había dirigido la residencia universitaria de San Telmo; pero, sobre todo, había peregrinado con los enfermos a Lourdes. Sin falta desde 1984.

Algar lo distinguió como hijo predilecto y Sevilla (pocos meses después de su muerte), Cazalla y Carrión lo nombraron hijo adoptivo

El canónigo Gil Delgado bautizó con un artículo en ABC en 1989 aquel invento: «Qué cosas se le ocurren al padre Leonardo Castillo. No para esa imaginación, calenturienta de obras de solidaridad. Ahora anda buscando costaleros, mas no para soportar el peso de las imágenes de Semana Santa, sino para transportar a la imagen viva de Dios en sus hijos enfermos». El artículo llevaba un título premonitorio que hizo fortuna: «Costaleros para un Cristo vivo». Y así se siguen llamando.

Aquella iniciativa fructificó y anualmente se desplazaban en trenes especiales y autobuses adaptados decenas de enfermos a los que ayudaban reclusos en tercer grado y voluntarios, primero de la asociación y luego de la fundación que lleva su nombre, desde 2004.

La causa para probar sus virtudes heroicas (primer paso hacia los altares) está abierta desde 2021. Para muchos, desde luego, fue santo en vida. Como dijo el cardenal Amigo en su multitudinario funeral: «Aquí están los pobres a que socorriste y también a los que dabas estremecedores sablazos, que son avales para ellos allá arriba porque eres el director general de la Cáritas del cielo».

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