Crítica de 'Secaderos': La vida puesta a secar
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Rocío Mesa no consigue una obra arrebatadora, pero sí algo meritorio en su propuesta tan cargada de realidad, humildad y naturalismo
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La primera película de Rocío Mesa está plenamente integrada en ese modo de entender el cine de la última generación de directores (en realidad, directoras) que buscan lo natural en la naturaleza, lo sencillo en la sencillez y lo espontáneo en la espontaneidad de ... un equipo actoral fresco, joven, nuevo y que no aporta método sino sinceridad. Y se abordan historias en las que lo cotidiano y una reacción a una cierta idea de 'progreso' forman lo que hay que suponer como 'la aventura'. Rocío Mesa sitúa la suya en la zona de cultivo de tabaco en la Vega de Granada y esencialmente en esos secaderos en los que la luz, el aire y la atmósfera propician un efecto ilusorio, sobrenatural, en una mirada infantil tan proclive a la invención de monstruos.
Lo urbano que avanza y lo rural que se retrae es la idea que prende en estos 'Secaderos', con dos miradas completamente distintas, la fascinada de la niña que viene de la ciudad a ver a sus abuelos, y la desdeñosa de la adolescente que vive y trabaja allí mientras ve volar a los aviones por el cielo. Un mundo que no acaba de llegar frente a otro que no se acaba de ir.
No se beneficia la película vista desde fuera de un relato excitante, aunque en su interior, en la mirada de sus personajes sí exista el misterio, la intriga, la ensoñación y la aventura. Rocío Mesa no consigue una obra arrebatadora, pero sí algo meritorio en su propuesta tan cargada de realidad, humildad y naturalismo, que es un hueco para que conviva en ella lo irreal, lo alegórico y sobrenatural.