Crítica de 'Campeonex': La maravillosa perfección de lo incompleto

No hay grandes variaciones, pero sí pequeñas y sustanciales, pues se cambia de deporte (del baloncesto al atletismo), de entrenador (de Javier Gutiérrez a la espléndida Elisa Hipólito, tan primeriza en la película como en la interpretación) y sin dar un volantazo al punto de vista o al tono narrativo se enfoca a un nuevo personaje, Brianietor, Brian Albacete Oliver, un tipo prodigioso de apenas veinte años, con una severísima atrofia muscular degenerativa, con un sentido del humor bendito, demoledor ('perdona que no me levante', saluda desde la absoluta inmovilidad en su silla) y que ya sobrepasó hace tiempo los dos millones de seguidores en ese mundo oceánico de los 'gamer', las redes sociales y las plataformas.

Alrededor de Brianeitor y de la entrada en tromba de Sergio Olmo, cuyo personaje incendia literalmente toda la carga emocional de la historia, se organiza un argumento sencillo, moderadamente previsible y absolutamente disfrutable, perfectamente acompasado el corazón de la historia con el ritmo cardíaco de la trama, que bombea acción, tensión, sentimiento y un maravilloso sentido del humor y de la desproporción…, una auténtica catarata de gestos, guiños, actos, frases impagables, momentos 'vivos' y algo parecido a la magia.

Hay que agradecerle a Fesser que la haya hecho y también que sepa situarse en el lugar exacto, permitiendo que sus personaje y actores dejen en la pantalla una sensación de libertad, de control (descontrol) sobre ellos mismos que aparenta travesura, diversión, subversión. Cualquier director pretencioso, presumido, engolado, probablemente inseguro, se hubiera cargado sin quererlo lo más fascinante y fresco de esta película con ese síndrome o 'ambición de director' por darse importancia a sí mismo en vez de a sus criaturas. Y se agradece también esa incursión en el universo de los 'streamers' y juegos virtuales, el cambio de velocidad y de escenario en el que la figura de Brianeitor rezuma poder y tablas.

Al ser segunda página de una misma lectura no produce, lógicamente, la misma colisión con la perplejidad del espectador (ya avisado), pero no ha perdido ni un gramo de su impacto admirable, de su bienaventurada y candorosa gracia, de su colocación del mundo en un estante mejor… Y tiene algo que no ocurre nunca, o casi nunca: sus carencias, pequeñas máculas en el relato o la interpretación, algún hilo grueso en el guion, en la elaboración de borbotones de emoción…, en fin, no la empeoran sino que la mejoran. La maravillosa pureza de lo imperfecto.