'Un amor' (**): Relato de una mujer vacía y crónica de un pueblo
Cuesta más que en otras ocasiones (otras películas) encontrar esa alianza íntima con su personaje, Nat, que interpreta Laia Costa, la mejor actriz posible para encarnar a alguien que sufre y chisporrotea en su interior
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Iniciar sesiónIsabel Coixet es una directora con enorme sensibilidad y que vuelca en su cine grandes cubos de sentimiento y delicadeza, y con esa idea es conveniente acercarse a sus películas, y también con la prevención de que uno va a sentirse fuertemente implicado emocionalmente ... con sus personajes y sus historias. En 'Un amor'adapta la novela de Sara Mesa, que trata de una mujer joven que deja la ciudad por agotamiento, se refugia en un pueblo perdido y ha de ambientarse al entorno, vecindario y circunstancias que tampoco le procuran la estabilidad que busca; también trata, y sobre todo lo demás, de una chocante adicción sexual, una especie de enganche genital de esa mujer conservada al vacío con un curioso personaje de ese pueblo.
Cuesta más que en otras ocasiones (otras películas) encontrar esa alianza íntima con su personaje, Nat, que interpreta Laia Costa, la mejor actriz posible para encarnar a alguien que sufre y chisporrotea en su interior y solo transmite frialdad y desinterés (con hondura, si se quiere, en 'Cinco lobitos' o en la estrenada también hoy 'El maestro que prometió el mar'). Utiliza Coixet, para explicar el vacío de Nat, algunos insertos de su dedicación anterior: es traductora de algunos dialectos africanos y ha de 'vivir' el relato de esas historias tremendas que le cuentan emigrantes y víctimas de todo tipo de atropellos.
Se intuyen, pues, las causas de su depresión, se ve claramente el motivo de su desconfianza y de su frío rechazo a los demás, quizá lo mejor narrado y explicado por Coixet en la película, con la ruindad de su casero (excelente Luis Bermejo), la suavidad equívoca, básica y viscosa del 'amigo', muy, muy bien interpretado por Hugo Silva, o por el escaso atractivo social y cultural de la gente que la rodea. Incluso pueden explicarse sus ansias de refugio en un perro abandonado y en un tipo tan hosco y seco como Andreas, al que Hovik Keuchkerianle da la presencia perfecta, el contraste, y un interior hueco, sin relleno, sin esa mirada amable que tiene siempre esta directora hacia sus personajes. Un poco, mi película sin mí.
Pero no es la directora cercana y cálida de sus mejores obras, aunque se dé un sombrerazo a sí misma y a su sensibilidad en un desenlace abierto de par en par, discutible (como todo) y en el que Laia Costa, por fin, pide cariño, comprensión, desenredo y terreno libre por delante. Pero ese era el comienzo.
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