COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

El reloj Suizo

Comparar el servicio ferroviario español con el suizo es un ejercicio, como poco, arriesgado, sobre todo porque en estas cosas no cuentan los datos, sino la sensación de fiabilidad

Insiste Óscar Puente en que «el tren vive en España el mejor momento de su historia» y lo dice después de que, el pasado fin de semana, volvieran a producirse incidentes en las líneas ferroviarias que conectan Andalucía con Madrid. No creo que lo haga ... de forma intencionada –espero que no- pero lo cierto es que, cada vez que Puente hace declaraciones sobre la excelencia de los trenes, consigue el efecto contrario: indignación, enfado y una mezcla entre desprecio y asombro. Porque sacar pecho de la puntualidad de los trenes en España afirmando que solo nos supera Suiza, parece un chiste malo o un ejercicio de sarcasmo vergonzante, como los carteles de «disculpen las mejoras» que adornan nuestras estaciones de tren. Que se lo digan a la gente que sube cada mañana a un Cercanías, que se lo digan a los viajes del AVE –ese AVE que tanto le gusta al ministro-, que se lo digan a los miles de personas que, este verano, han perdido vuelos, conexiones, destinos… por la puntualidad de los trenes españoles.

Comparar el servicio ferroviario español con el suizo es un ejercicio, como poco, arriesgado, sobre todo porque en estas cosas no cuentan los datos, sino la sensación de fiabilidad. Y ya no nos fiamos de nuestros trenes, porque mientras el país alpino puede presumir de ser un modelo mundial de precisión, con una red densa y una reputación de puntualidad legendaria, donde un retraso de cinco minutos resulta imperdonable, en este país llevamos años rebajando los compromisos de puntualidad -¿se acuerda de aquellos quince minutos de retraso que parecían impensables?-, aceptando retrasos «razonables» y dando por buena la mediocridad y la arrogancia de los que están al frente de las entidades públicas. Porque la puntualidad no debería ser un lujo, ni un gesto heroico de Óscar Puente, sino que es lo mínimo que deberíamos exigir a un servicio público –lo de los trenes viejos, sin climatización y sin baño lo dejamos para otra ocasión- donde hemos normalizado los trayectos con sorpresas y con la resignación del «ya llegaré».

El ministro de Infraestructuras tiene respuestas para todo. Las incidencias en los trenes «no son por falta de inversión en la actualidad», sino de hace años; los desperfectos en las vías son por las lluvias o por actos de sabotaje, el sofoco en los vagones es por la ola de calor, y el estado de los vagones es por el uso excesivo de pasajeros; cuarenta millones de viajeros dice. Lo que no dice, evidentemente, es el incesante incremento de reclamaciones, las interminables colas para recuperar viajes y el lamentable deterioro del servicio de atención a los pasajeros en todas las estaciones de este país.

No le vendría mal al ministro entender que las estadísticas no son más que números, que la verdadera percepción de un servicio se construye con la experiencia y la voz de los ciudadanos y que, lo mismo debería probar a dejar el coche oficial y coger un Cercanías en hora punta, o un AVE para comprobar, en primera persona, que Suiza nos queda bastante lejos.

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