TRIBUNA ABIERTA
Partir de cero
Un bichito microscópico llegó por el aire y empezó a matar. Su incapacidad era ahora reluciente
Clara Zamora
En la meseta española, con el rostro encendido bajo la luz de la luna, una mujer daba a luz a dos gemelos idénticos. Al bautizarlos, los llamó Recto y Arista. Crecían sanos en el campo, en un ambiente de paz y estabilidad. Recto ayudaba a ... su madre en la recogida de cereales, a su padre a cazar, hacía su cama, rezaba al atardecer, se aseaba diariamente, cuidaba a los caballos con mimo, los montaba por los campos, sin miedo. Su hermano, mientras, buscaba excusas para no esforzarse, se escabullía de sus obligaciones, nunca tomaba la iniciativa. Aletargado por naturaleza, le acompañaba una falta completa de autocrítica y su postura vital era la del perdedor, con la implícita carga de odio al mundo que ésta conlleva. Los padres veían con claridad cómo se iban desarrollando esas cualidades tan extremas en sus hijos, sin poder hacer nada para remediarlo.
Pasaron los siglos. Los hijos de Recto, bajo su ejemplo, se convirtieron en hombres y mujeres que respetaban sus obligaciones por encima de todo, con tesón, constancia y una ambición bien entendida. Todo ello regado por una altísima estimación por la familia, la religión y las tradiciones heredadas. En la misma España, los hijos de Arista fueron perdiendo el control del orden. Su único valor era que no había valor. Se deshacían bajo su propia desidia. Se quedaron abajo en todas las escalas, mientras veían que sus primos iban escalando, sin reparar en el sacrificio inmenso que hacían para seguir subiendo y estabilizándose, recreándose en esas risas incompetentes de los que se saben inferiores. En ocasiones, rectos y aristas se mezclaban. A veces, para bien, uniendo lo mejor de cada línea en una actitud abiertamente avanzada y próspera; otras, para mal, con resultados catastróficos.
Los descendientes de Recto también se equivocaban. Algunos de ellos fueron poco limpios en algunos juegos, situación que pagarían bien cara como grupo en el futuro. Llegó un momento en el país, que sólo por la imagen ya se podía distinguir a una persona que descendiera de Recto de otra que lo hiciera de Arista. La distancia entre los dos grupos se fue agudizando irremediablemente. Tal fue así, que durante tres años estuvieron en guerra sangrienta y atroz. Un instructor muy bajito, ferozmente firme, vino a poner orden en aquel caos. Fue muy duro y muy odiado, pero consiguió estabilizar un poco el desastre que se había formado. A su muerte, tras años de encorsetamiento, se formó un carnaval nacional de una magnitud poco conocida. La vida en España era una continua fiesta. La libertad llegó como una ola de alegría y desenfreno.
Pero aquello pasó también, apareciendo sus consecuencias. Los descendientes de Recto habían sido fieles a sus doctrinas y seguían en su sitio, con sus cabellos peinados y sus corbatas bien puestas. En cambio, los hijos de Arista se habían dejado llevar una vez más por sus pasiones más bajas y habían confundido todo lo que tenían a su alrededor. Malentendieron la libertad de la mujer, que fue ampliándose muy positivamente; y malentendieron muchos otros aspectos, entorpeciendo el discurrir de una sociedad que quería despuntar de nuevo en la nueva Europa. Exposiciones universales, juegos olímpicos, noches de bohemia y de pasión, de todo hubo en aquel final del siglo XX. Fueron unos años de fuegos artificiales. Los descendientes de Recto y de Arista no se molestaban tanto, había para todos.
A aquello siguió una gran crisis económica. Los hijos de Arista estaban entonces en el poder, ampliando el desastre con un presidente maquiavélico, protagonista de la peor novela gótica. Lo hizo tan mal, que su propia sangre dio pie a que los descendientes de Recto volvieran a gobernar. Con algún escándalo, todo seguía su curso. Los nietos de Arista seguían odiándolos. Odiaban su orden, su buen aspecto aseado, su control, sus formas correctas, sus costumbres, sus protocolos sociales. Odiaban todo eso porque, en su fondo, también lo deseaban. Iban gestando planes en la oscuridad de sus zulos, hasta que por fin una madrugada se juntó marte con júpiter e hicieron una moción de censura, con éxito. Pasito a pasito, con mentiras, calumnias, agravios de todo tipo, mentiras y más mentiras convencieron.
Los nietos de Arista habían vuelto al poder, pero esta vez en su peor versión posible. La mujer ya no era considerada mujer ni nada, el hombre se volvió andrógino, había cucarachas por los pasillos, culebras subían al estrado. Todo rezumaba mal gusto. Era un Gobierno dantesco, formado por seres de lo más pintoresco, y amoral. Los nietos de Recto estaban espantados. Un grupo de ellos se encerró en una habitación luminosa con unos manteles de lino. Decidieron imponerse ante aquel esperpento y tomaron las armas, sin miedo. La situación se agravaba. Pero entonces sucedió algo imprevisto.
Un bichito microscópico llegó por el aire y empezó a matar a diestro y siniestro. Los nietos de Arista se desbordaron. No esperaban un ataque ajeno a los nietos de Recto. Su incapacidad era ahora reluciente. Comenzaron a mancharse las manos de sangre, que les corría por los brazos, goteándoles los pies. El presidente se supo el granuja más corrupto de la cristiandad, pero ya había vendido su alma al diablo.
El tiempo pasó, pero aquello no se pudo olvidar. Los descendientes de Recto debían volver al poder, era lo justo y necesario. Sólo sería cuestión de tiempo y del buen hacer de los hijos de Dios. Pasó el año más crudo del siglo, con millones de muertos. Llegaba el buen tiempo, los niños necesitaban correr al aire libre, recibir la vitamina solar, sentirse seguros en un país poderoso, con una población ejemplar, que se había mantenido firme ante el peligro. No así sus dirigentes, que se habían escondido muy miserablemente. Hubo elecciones al terminar aquella pesadilla. Todos habían aprendido una gran lección. Todos comprendieron que había que partir de cero.
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