DE RABIA Y MIEL

No sé

Es paradójico que solo nos movamos entre el blanco y el negro, que jamás contemplemos el gris. De ahí que vivamos en este ambiente tan plomizo

Hay quien dice que vivir es arder en preguntas, hacer skate en las rampas que dibujan las curvaturas de los signos de interrogación. Hay quien se protege con la ignorancia y quien se viste con la pretensión, quien sin saber pontifica y quien con conocimiento ... calla, pues la experiencia es el mejor antídoto del dogma. Es matemático, cuanto más tiempo le dedicas a la reflexión, cuanto más hablas y conoces otras perspectivas, cuanto más meditas, menos sólidas son las certezas, más se elevan los costes de producción de los planteamientos.

Cuanto más andas por ahí más impostores te encuentras, más caretas quitas, más altares se derrumban y más mitos se te caen. Menos te fías de quien levanta la voz, menos te gustan los que se dan golpes en el pecho, menos te duele el sinsabor, peor te sientan los eslóganes, mejor afinas los oídos. Es como si el calor de las neuronas que rechinan fundiese los pilares que estructuran nuestra cabeza, difuminaran con un manto de vapor la claridad y enredaran los cordeles vitales sobre los que hacemos equilibrio y tendemos nuestra ropa sucia.

Madurar es caminar a oscuras, dejar que entren en juego las contradicciones, esas punzadas eléctricas que nos aguan la fiesta de nuestra seguridad, que nos sumergen en el mar sin fondo de las incertidumbres. Creo que a la sabiduría solo se llega a través del espinoso sendero de la duda. Creo que a las convicciones se arriba con el creo, no con el afirmo. Lo contradictorio no hay que cabalgarlo, hay que acariciarlo, caminar junto a él y darle palique, enseñarle a que nos eduque. No hay nadie más elegante que el que se atreve a ponerse delante del espejo de las incongruencias. Quien se busca en ese reflejo y se despoja de las legañas de la impostura, quien se ordena las ideas con el peine de la cavilación, quien abre el grifo del discernimiento y se enjuaga la boca con el colutorio de la cultura para eliminar ese aliento chusquero que deja el licor venenoso de la ideología.

Por eso los capos del fanatismo tienen esa fijación con llamar equidistante al que no les compra su mierda mal cortada. Por eso los camellitos a los que colocan en las esquinas de nuestra sociedad te señalan y te etiquetan. Por eso esta guerra entre clanes que se dividen el territorio de la razón para engrosar sus filas con yonkis de las verdades sagradas a los que les hacen creer que son libres y rebeldes cuanto más sumisos y esclavos son. Cada vez se habla más de valor y menos de valores. Y todo se debe al indomable miedo que albergamos a testar nuestras posturas, esas en las que ni si quiera nos hemos molestado en profundizar, a las que nos hemos afiliado por instinto y costumbre. Es paradójico que solo nos movamos entre el blanco y el negro, que jamás contemplemos el gris. De ahí que vivamos en este ambiente tan plomizo. Contaminado por el odio y la estupidez.

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