Tribuna Abierta
Pantonario estival: azul
Azul como las señales de la autovía, como una autopista hacia el cielo, como un viaje soñado, como un destino cuando el destino está cerca
Azul como un horizonte, como un océano, como una ruta de senderismo bordeando los acantilados de la costa vicentina, como el Atlántico desde el Pontal da Carrapateira, entre las playas de Bordeira y Amado, como una capilla al borde del mar. Azul como una piscina, ... como una toalla de baño de motivos marineros, como una tumbona y una sombrilla azules. Azul de puerto deportivo, de bermudas y zapatos náuticos, de lata de Nivea y pelotas inflables que siempre acaban extraviadas por el levante, por el poniente, o por el foreño, que es el viento que sopla en mi isla. Azul de vajilla de piso de playa, de vasos de vidrio azul y agua con mucho hielo, de frío de aire acondicionado a la hora de la siesta, de aparadores con tiradores azules, de puertas y contraventanas azules. Azul de azulejos y cerámica portuguesa, azul como Lisboa, como el mirador de Santa Lucía, como la Rua do Alecrim descendiendo a Cais do Sodré, como el paseo por la ribera del Tajo hasta llegar a la Torre de Belem, como las vistas desde cualquier calle empinada de la Alfama. Azul como el lago azul, como el primer baño con la primera novia, como la vida por delante cuando se es joven. Azul como esos muchachos que hacen surf, de torsos anchos y fuertes, y melenas onduladas. Azul como los ojos de las bronceadas rubias que los acompañan. Azul como la belleza despreocupada.
Azul como las señales de la autovía, como una autopista hacia el cielo, como un viaje soñado, como un destino cuando el destino está cerca y lejos y es una utopía a punto de hacerse realidad. Azul como una narración que se desliza suavemente hacia su final, como la adjetivación afortunada que lleva a la cama a dos palabras que nunca antes durmieron juntas, como el párrafo que desemboca en el siguiente de una forma casi necesaria, como una trama de Hitchcock, como una biografía de Zweig, como las poderosas metáforas de Shopenhauer, como el cogito de Descartes, el cielo estrellado de Kant y la geometría filosófica de Spinoza. Azul como el conocimiento, como la medida, como la vida en armonía y acorde a nuestra naturaleza, como la alegría, que ya dijo el sabio holandés que nunca tiene exceso cuando se funda en la razón. Azul como la perseverancia en el vivir a pesar de sabernos tan poca cosa. Azul como el infinito, que es azul, aunque usted no haya reparado en ello, y como la perspectiva de una eternidad que nos transciende. Azul como la felicidad de estar en paz con uno mismo, como el reposo de los anhelos, como el no querer más de lo necesario, como la ausencia del dolor, como estar sano y por tanto sentirse bien. Azul contemplativo, que apacigua la voluntad, que serena los ánimos, que revoca la angustia, que reconcilia con la biografía y te hace comprender que eres lo que haces, y que sólo tus actos dan la auténtica medida de tus intenciones. Azul de aceptación y conformidad, que no de renuncia y conformismo.
Azul como el optimismo inteligente, como la confianza lúcida, como la admiración sin envidia. Azul como un tempo lento, como el Adagio para cuerdas de Barber, como el Canon de Pachebel, como la Serenata de Schubert, como el Aria para Cuerda en Sol de Bach. Azul como la inspiración y como el genio. Como el gallo de Chagall y como la época azul de Picasso. Azul de fondo y azul como la tilde de una sílaba tónica, conduciendo la mirada hacia un detalle, igual que en las pinturas de Vermeer. Azul como los hijos que se hacen mayores, con otros entusiasmos distintos a los tuyos. Azul como una larga vida en común y como la satisfacción de envejecer juntos. Azul como el amor auténtico, que, decía Fromm, no es una mera pasión, sino una actividad y un trabajo creador y permeable: hacer crecer a otra persona y al tiempo crecer con ella. Azul como el reconocimiento en el otro, como la fórmula sánscrita tat-twam-asi, eso eres tú, como la compasión y la identificación con todo lo humano, como el aprendizaje en todas las fuentes, en todos los libros y en todos los afluentes de la vida: la ciencia, la filosofía, la literatura, la poesía, el reguetón, el youtube, el instagram, el tik tok, los templos, los bares, los museos, la calle, la magia, la superstición, los cultivados, los ignorantes, los poderosos, los marginados, los prudentes y los embaucadores. Azul como la curiosidad y la ausencia de prejuicios.
Azul como el equilibrio, que es azul, aunque usted no haya caído en la cuenta. Como un puzle cuyas piezas encajan. Como un paseo por la playa poniendo en orden las prioridades de la vida. Azul como una pretemporada, como un entrenamiento, como una puesta a punto para lo que está por venir. Azul como un renacimiento. Azul como la experiencia, como el conocimiento de tu biología, como escuchar a tu cuerpo, como la sana indiferencia al juicio ajeno y como el goce inigualable de perderte cosas increíbles que increíblemente no te apetecen. Azul como la seguridad y, sobre todo, como la seguridad en ti mismo. Azul como perder el tiempo en lo que realmente quieres perderlo. Azul como la pluralidad de gustos y la diversidad de aficiones. Azul marino, azul celeste, azul turquesa, azul añil, azul cobalto, azul eléctrico, azul sosegado, azul despejado, azul clarividente, azul profundo, azul penetrante. Azul extenso, azul intenso. Azul confiado, azul confiable. Azul nítido, azul insondable. Azul noche en un vestido escotado y largo. Azul como el descanso y como una bandera azul. Como el vuelo de una cometa y el de una gaviota. Como un verano azul.
(*) Miguel Ángel Robles es periodista y consultor
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