TAL VEZ FELICES

La afición duele

Si nada cuesta demasiado los momentos excelentes se vuelven mediocres

LA afición ha muerto. Es fruto de otro tiempo en el que las cosas, aunque fueran nimias, tenían cierta relevancia. Lo pienso mientras en los tendidos de Las Ventas Rafael de Utrera me golpea tres veces la rodilla con la mano. «Aquí vamos a ver ... cosas», dice. A los pocos minutos Talavante pisa el ruedo, descubrimos el porte de la res y el cantaor repite algo similar con el eco laíno y ronco con el que ha recorrido el mundo junto a Paco de Lucía, Vicente Amigo y tantos otros: «Mira, mira, mira qué bonito. Típica tarde en la que pasan cosas. ¡Acuérdate, acuérdate!».

Con mirada de niño advierte detalles profundos: «Aquí se dice directamente 'ole', en la Maestranza hay antes varios 'bien' que se van transformando». Y lo emula por lo bajini con un compás certero: «Bieen, bieeeen, oeeen, olee…». Ha recorrido 512 kilómetros desde Morón, donde reside, para refugiarse en este paraguas que le sirve de burladero ante las embestidas de la lluvia, que le va calando por la espalda. La promesa de arte, no su materialización, lo mantiene encendido. Esa afición, la que supera distancias y vicisitudes climatológicas, se despreocupa de los costes y no atiende más que a la esperanza, ha desaparecido fuera del deporte. Él vino solo para esto. Y vuelta.

El de Utrera es uno de los últimos eslabones que prefiere una camisa rajada a mirar el móvil. El arte está donde las noticias: ahí fuera. Él lo tiene claro, pero la comodidad se ha instalado en las vidas del resto. No ha muerto la afición a la tauromaquia, sino la afición en sentido amplio. A la música, al esfuerzo, a casi todo. La televisión es un lugar más cómodo desde el que ver el mundo. Netflix está a un metro de nuestra imaginación, pero las satisfacciones que causa son igual de cortas. Ya nadie espera una semana para ver el siguiente capítulo. Si nada cuesta demasiado los momentos excelentes se vuelven mediocres. Los malos, regulares. Y así todo: la afición verdadera mueve y duele. Cuesta dinero, pero sobre todo tiempo. Implica paciencia, ya que no siempre ofrece resultados. Y por eso cada vez tiene menos cabida en un mundo cocinado al instante. «Afición no», resuelve Rafael: «Alimentación».

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