CARDO MÁXIMO
Vacío
Hay un punto de impostura en este afán por conservar inalterada la fachada mientras el resto del edificio muta radicalmente
Era un edificio tan notable desde el punto de vista arquitectónico y tan repleto de memoria, antesala de la historia que, cuando fueron a rehabilitarlo, lo tiraron entero y lo rehicieron de nuevo. Tendrá la misma altura, ocupará el mismo volumen, tendrá incluso la misma ... apariencia exterior pero ya no será el mismo edificio porque será uno radicalmente nuevo, construido de abajo arriba con la nueva viguería de los forjados y los nuevos muros de carga y los nuevos tabiques. Tendrá puertas nuevas, ventanas nuevas, techos nuevos, suelos nuevos y todo será, más o menos, como era antes de que lo desventrasen y lo demoliesen, pero no será el mismo inmueble que nos habíamos propuesto conservar y mantener. Si dudan de lo que les estoy contando, vayan a la comisaría de la Gavidia y vean los cielos que perdimos y ahora recobramos porque la finca está ahora, como si dijéramos, en los purititos huesos.
Otro ejemplo, por si quieren más: el edificio de los sindicatos (verticales, aunque esto sólo lo entiendan los mayores de sesenta años para arriba) que ocupó Comisiones Obreras en la plaza del Duque. De aquel inmueble donde estuvo La Voz del Guadalquivir y Radiocadena Española ya no queda sino la piel, una fachada repleta de andamiajes para conservar la apariencia externa porque dentro no hay sino un inmenso vacío al aire libre: han tirado todas las plantas y están excavando el subsuelo como si hubieran descubierto un tesoro (a lo mejor lo han descubierto y no se lo han comunicado a nadie). Y no son los únicos casos: por la calle Amor de Dios también asoma el cielo raso.
Hay un punto de impostura en este afán por conservar inalterado el paisaje urbano mientras el resto de características del edificio mutan radicalmente a la vez que sus usos. Algunos se felicitarán por conservar la fachada que siempre han conocido, aunque esta no tenga más valor que la costumbre a la que se nos hicieron los ojos para mirarla. Algunos considerarán que salvar una fachada así, como quien le planta el traje de seise rojo o purísima, según toque, a un Niño Jesús montañesino evita caer en la uniformidad arquitectónica. Pero otros consideramos que este fachadismo no hace sino petrificar la imagen de Sevilla sin posibilidad de evolucionar, de acompasar su tiempo al de la arquitectura que se hace en este momento, sea rematadamente mala o endiabladamente buena. Salvamos las fachadas para no tener que enfrentarnos al alma vacía de los edificios reconvertidos: una hermosa cáscara de nuez barnizada sin nada dentro.
Sonará raro lo que voy a decir, pero intuyo más arrojo y confianza en las propias fuerzas en echar abajo el cuartel de San Hermenegildo y levantar el edificio de la Jefatura Superior de Policía en la plaza de la Concordia que en recrear miméticamente lo que teníamos como si hubiera sido objeto de un bombardeo. Quizá es que no queremos ver el propio vacío que nos habita por dentro.
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