Sevilla al día

Diecinueve años

Restaurar a la Virgen de Sevilla es un ejercicio de responsabilidad extremo que hay que saber explicar

En las casas de Sevilla todos amanecimos ayer con la voz dormida aún y una pregunta directa entre las sábanas: «¿Oye, has visto a la Macarena?». El impacto sobresaltó, y de súbito dimos un salto en la cama, ya no había sueño. En los grupos ... de WhatsApp había decenas de notificaciones, fotos del antes y el después, comentarios de todo tipo, la mayoría de indignación. Comenzaba el debate entre quienes (los menos) veían el regreso de la Esperanza a los 19 años, sin los brillos de hace una semana, sin la oscuridad ennegreciendo su rostro, sin esa pátina de barniz que se le acabó revolviendo hacia una morenez impostada que nunca fue la suya. Y quienes no la reconocían, con ese rostro más afilado, la blancura de la limpieza y los pómulos menos marcados, y con unos desproporcionados abanicos por pestañas, como le cantó Rafa Serna, cambiándole la expresión radicalmente, quizá achicándole los ojos negros por ese efecto visual de una mujer arreglada que se ha aplicado el rizador, a la que le cambia el gesto de la mirada.

Ayer volvió la Macarena de amanecida y la intervención de Arquillo hubo que corregirla al mediodía por el estupor causado. Hasta la hermandad pidió disculpas a los devotos tras reponerla al culto con otras pestañas más ajustadas.

Es lo que tiene someter a una devoción universal a una limpieza de menos de una semana: que se pueden cometer errores. El riesgo es máximo y el impacto siempre es radical. Cuando el Gran Poder regresó en 2006 tras un mes en el Tesoro con sus médicos, los Cruz Solís, trajo un rostro más dulce, recuperando matices ocultos bajo la suciedad y la pérdida arrolladora de policromía. Era el Gran Poder de nuestros tatarabuelos, porque ninguna generación viva conoció esa estampa del Señor sin la negrura sobre la barba que nos marcaba las distancias, como si fuera inalcanzable. Regresó transformado en el Dios del Nuevo Testamento, más cercano y misericordioso. Pero hay quien le costó ver al Gran Poder así durante años.

Aunque aquella restauración estuvo muy controlada y tuvo un freno de mano para evitar la deslocalización de los fieles con su devoción, que es lo que ha pasado con la Macarena, ya que no profundizó más en la limpieza o en la recuperación del tono verdoso en la corona de espinas, la primera imagen del Señor chocó. Fue un impacto, como lo fue la portada de ABC de aquel 28 de julio de 2006, con las dos caras del Señor. Todos la asimilamos ya con la naturalidad que da la rutina de verlo en la basílica, aunque los más antiguos le rezan en casa a la estampa que heredaron de aquel viejo Gran Poder, en una costumbre tan cotidiana que nadie repara ya en aquel primer impacto de esa tarde de julio de hace, casualmente 19 años.

Los mismos que seguirá teniendo la Macarena cuando aprendamos a verla con los ojos de la rutina y del tiempo que trae la calma. Restaurar a la Virgen de Sevilla es un ejercicio de responsabilidad extremo que hay que saber explicar. Más si hay ojerizas y las críticas vienen más allá de los ojos con los que uno mira a su Madre. Desprendidos de rencores, el regreso de la Macarena claro que puede causar pasmo, porque el efecto de las pestañas la hacían irreconocible. Pero antes, después o ahora seguirá siendo nuestra Esperanza.

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