Así fueron las horas más críticas para la paz

Cuando todavía no se sabía muy bien qué había ocurrido, la jornada empezó con una reunión de urgencia de los líderes del G-7 y de algunos países de la OTAN presentes en la cumbre. Entre llamadas al alba, desayunos apurados y comitivas a la carrera, se juntaban los dirigentes de Estados Unidos, Alemania, Francia, el Reino Unido, Italia, Japón, Canadá, España, Países Bajos y la Unión Europea. Ahí se toma la famosa foto que, recortada, muestra a Pedro Sánchez entre Biden, Scholz, Macron y Sunak, y luego se viraliza para alardear del papel de España entre las naciones más poderosas.

Y ahí también dijo ya el presidente de EE.UU. que, a la vista de la trayectoria del misil, «era improbable que hubiera sido disparado desde Rusia». Aunque la OTAN descubrió luego que probablemente era un proyectil de la defensa aérea de Ucrania que había errado el objetivo, entre los asistentes no había dudas sobre quién era el responsable último de este accidente: Putin. Primero por la guerra y luego por el ataque del martes. Quien más claro lo decía era la primera ministra italiana, Giorgia Meloni: «Incluso aunque el misil no fuera ruso, no cambia mucho… La responsabilidad de lo ocurrido es de Rusia».

La reunión improvisada rompía la agenda y obligaba a retrasar encuentros o incluso cancelarlos, como tuvieron que hacer el presidente chino, Xi Jinping, y el nuevo primer ministro británico, Rishi Sunak. De emergencia, el titular de Exteriores español, José Manuel Albares, citaba a la Prensa nacional desplazada a Bali para explicar que «unánimemente se ha rechazado esa oleada indiscriminada y masiva de misiles que han caído sobre Ucrania y han dejado un porcentaje muy elevado de ciudades sin electricidad». Pero destacaba «la necesidad de apoyar la investigación para que se esclarezca qué es esa explosión en Polonia y en qué condiciones se ha producido».

A pesar de la alarma, los dirigentes retomaban la agenda para participar en un evento medioambiental que consistía en plantar mangles, frondosos árboles resistentes a la sal marina que pueblan las espesas orillas de los ríos de Asia. Entre la disyuntiva de ver a los líderes mundiales plantando arbolitos en la pantalla del centro de prensa o irnos a la playa a darnos un baño, este corresponsal y otros dos lo teníamos claro.

Lo confesaremos: esta no es una crónica escrita bajo la amenaza de una bomba atómica, sino bajo un cocotero e inspirada por un Negroni servido en la barra al nivel de la piscina, para que uno no tenga que salir del agua para pedir. Y también interrumpida por uno de esos repentinos aguaceros del monzón que casi nos hace perder la rueda de prensa del presidente Sánchez. A esas alturas de la tarde, ya parecía claro que el misil impactado en Polonia no había sido lanzado por Rusia y se intuía que aquel no iba a ser el día del fin del mundo. Colándose entre el pop sensual que amenizaba la piscina, los estruendos que resonaban en el horizonte no eran los cañonazos de las fragatas indonesias que patrullan las costas de Bali, sino la tormenta que se alejaba. Igual que el fantasma de la Tercera Guerra Mundial.

A la carrera, salíamos otra vez pitando para la rueda de prensa que iba a dar Sánchez antes de partir a Corea del Sur. «El bombardeo de Ucrania en mitad de la cumbre del G-20 demuestra el desprecio de Putin», decía en el lujoso hotel Meliá de Nusa Dua, el paradisíaco complejo turístico donde ha tenido lugar la cumbre del G-20.

En lugar de Putin, que estaba invitado porque su país es miembro, asistió su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov. Tras la cena de gala el martes, se marchó de Bali en mitad de la noche. Poco después, llovían misiles sobre Ucrania. Con independencia de dónde viniera el proyectil que cayó en Polonia, dicho ataque torpedeaba también el final de la cumbre. Tras unas primeras horas en las que parecía que podía estallar la Tercera Guerra Mundial, la calma volvió a la apacible isla de Bali y los dirigentes del G-20 siguieron su agenda… reforestando manglares.